sábado, 3 de diciembre de 2016

Compartiendo diálogos conmigo mismo

El señor nos habla siempre

A ti, inmaculado pensamiento que tejes por la vida
un canto de atmósferas, un encanto de fonéticas,
reflejo del esplendor de la vida, 
del resplandor de la verdad,
tan necesario para el camino, tan ineludible para el yo,
retorna a nosotros la pureza de los días y las noches.

Únicamente lo veraz nos hará libres.
Únicamente la libertad nos hará crecer como personas,
hasta el dominio absoluto de sí mismo,
fuente del verdadero gozo,
manantial que nos transforma y trasciende en alegría,
pues unos labios radiantes siempre entonan  esperanzas.

No perdamos el rumbo trazado,
por el creativo y nítido verbo que se hizo carne en María,
persona humilde entre las humildes,
honda de corazón y fuerte de alma,
y que hoy es aclamada como reina del cielo y de la tierra,
como madre de Jesús y consoladora madre nuestra.

Y es que en este vivir de cada día,
por estos montes desérticos y valles lagrimosos,
todo es amor y todo es amarse hasta  el agotamiento,
a poco que queramos ser poesía y no poder,
pues todo se nos ha donado para compartirlo,
también nuestro pulso es un poema perfecto,
una gracia de Cristo, una infusión de luz en nosotros.

Nada es más armónico que acogerse y recogerse
a la llamada, que prestar oído y escuchar, 
pues el Señor nos habla siempre,
en cualquier esquina y a cualquier hora,
sólo hace falta abandonarnos a su mística  palabra,
para ser verdaderamente como Él  nos ha inspirado.

Iluminados por el espíritu del Creador,
pongámonos en camino de ser un don para los demás,
aprendamos de María, oh virgen gloriosa y bendita,
que tuvo la mirada fija siempre  en su hijo;
en su rastro de espinas, sollozando a sus pies;
y, luego, en su rostro de paz, recreándose con Dios.


Víctor Corcoba Herrero

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