La responsabilidad como estética de buen gobierno
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Buena parte de la humanidad vive en un continuo retroceso.
Las patologías del miedo y la desesperación anidan en el corazón de muchos
ciudadanos. La alegría de vivir ha dado paso a la preocupación y de qué
galopante manera. Deberíamos tener mayor coraje para decir ¡no! a los
irresponsables gobiernos que, en lugar de amar a su pueblo, son devotos de una
antiestética economía de exclusión. La cuestión es que cada día son más los
seres humanos explotados y, posteriormente, tratados como especie de desecho. ¿Para
qué queremos tantas leyes si después no las hacemos valer?. Hay una sociedad
humana a la que no se le permite avanzar, son los marginales, aquellos que
nadie quiere ni encontrárselos en la esquina. Nos sobran. Deberíamos tener la
sensatez de rectificar y corregir los muchos errores sembrados, pues al fin no
sólo hay que ser eficientes, también hay que ser honestos, en parte para estar
en paz con nosotros mismos.
Por desgracia, el ser humano se ha perdido el respeto así
mismo, acrecentando todos los vicios. Esta es la dura realidad, propiciada por
gobernantes a los que les mueve únicamente el dinero en vez de las personas. Es
otra irresponsabilidad acentuada por los diversos gobiernos del planeta, a los
que además de faltarles humildad para poder rectificar, llegan a sentirse
dueños y no servidores de la ciudadanía, a la que suelen engañar con verbos
fáciles y doctrinas que enganchan. Esto pasa cuando el ser humano pierde la
grandeza de su conciencia y se viste de orgullo, lo que nos inspira tanta envidia como destrucción. Sin duda, muchos desastres
no ocurrirían y se podrían salvar muchas vidas y medios de vida si hubiera más
conciencia pública de todos para con todos. Por eso, no me sirven la colección
de principios que nos hemos dado, si luego no ponemos en valor la ética de las
responsabilidades, el compromiso de cada uno por el bienestar de nuestros
análogos.
Así que cada ciudadano, mujer u hombre, que asume
responsabilidades de gobierno ha de plantearse, a mi juicio, tres
interrogantes: ¿yo que formo parte de esta ciudadanía en realidad me amo y les
amo? ¿Y si los amo, los amo a todos sin descartes para servirles tanto
colectivamente como individualmente? ¿Y, además, he optado por la modestia como abecedario de
escucha responsable?. Si esto no se lo
pregunta el político de turno, mejor dejaría de serlo, pues, la política no se
entiende de otro modo, nada más que como servicio al bien colectivo, quizás la
forma más alta de humanizarse. Por
consiguiente, la mejor estética de buen gobierno siempre estará ligada a la
madurez, a la seriedad, a la opción responsable del interés general. El caso de
la incertidumbre política actual de España puede llegar a ser un claro
ejemplo de esa falta de conciencia
generosa. De momento, todo marcha según los parámetros
constitucionalistas. El Partido más
votado ha comenzado a ejercer su responsabilidad de formar gobierno. Veremos
quienes son los que fallan. Desde luego, no sería a mi manera de ver, un acto
de madurez democrática, volver a convocar a los electores a votar. Los
electores ya han dicho lo que tenían que decir. Ahora, pónganse con toda la
prudencia requerida, a tomar acuerdos, por el bien de esa ciudadanía a la que
dicen servir.
En efecto, el hecho de reivindicar la responsabilidad como
estética de buen gobierno, nos pone en el camino de una cultura del encuentro y
de la relación de convivencia, lo que nos daría efectivamente una mayor alegría
de vivir. En consecuencia, el futuro exige hoy la tarea de activar el
parlamento democrático, con una mayor vinculación moral, que acrecentaría la
responsabilidad social y profundamente solidaria. Un país crece cuando sus
diversas opciones políticas, culturales, científicas, religiosas, dialogan de
manera constructiva. Sería necio imaginar un porvenir democrático ensimismado
en su propio partidismo, sin otra altura de miras, que servirse de sus
votantes. Por tanto, diálogo respetuoso, más diálogo considerado, y
crecidamente dialogo con los que hasta ahora no han tenido voz. Los gritos de
los que piden justicia hay que escucharlos para poder llegar, cuando menos: al
consuelo, antes de ahorcarnos con la estupidez del ordeno y mando.
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