Sobre la ingobernabilidad de los pueblos
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Cada día somos más ingobernables, en parte por nuestra
necedad al diálogo sincero y a pactar con todos. Verdaderamente, cada pueblo
tiene el gobierno que se merece. Lo dice el refranero popular que es sabio.
Debiéramos, entonces, profundizar en esto. Desde luego, si pensásemos más en la
colectividad, seguramente tendríamos cierta tolerancia y comprensión, lo que no
desdice la firmeza y el coraje que ha de
tener todo mandatario. En efecto, más allá de la paciencia necesaria,
naturalmente se requiere constancia, tesón, persistencia..., no tirar la toalla
en definitiva. Por ello, hay que trabajar duro y convencer de que ese trabajo,
de donación por un tiempo al servicio de la ciudadanía, conlleva el bien común.
Sin duda, lo más importante de esta tarea de asistencia al residente, radica en
la excelencia y transparencia a la hora de tomar decisiones. Los debates
siempre nos enriquecen a todos. Una sociedad que conversa mucho es más
fructífera que otra que no lo hace. Por otra parte, la interferencia militar en
los asuntos de un estado invariablemente son inadmisibles. Para cualquier
demócrata, que lo sea de alma y vida, resulta de gran importancia que se
preserven las garantías fundamentales en doquier espacio ciudadano, incluyendo
la libertad de expresión y de reunión.
Personalmente estoy a favor de aquellos gobiernos
democráticos que no descansan en el engaño o en el poder de la fuerza, sino en
el consentimiento, en una concepción de la justicia universal, fortaleciendo la
participación de la sociedad civil. En consecuencia, es normal que la
ciudadanía demande mayores respuestas de sus gobiernos y ejerzan sus derechos a
través del voto y sus sistemas electorales. Las fuerzas políticas, por
consiguiente, están para entenderse. Han de despojarse de sus intereses
personales y comprometerse en cimentar gobiernos estables, a través de algo tan
capital como es el consenso. Lo fundamental no han de ser los sillones, sino la
capacidad de servicio en favor del pueblo al que representan. Los gobiernos han
de ser gobiernos para todos, también para los no votantes, pues gobernar es
aunar esfuerzos en la mejora de un país por propia responsabilidad ética. No es
de recibo que las políticas se paralicen por esa falta de equipo. Pongamos por
caso, el tema español, la parálisis de su política económica, cuando es
menester actuar con prontitud, cuando menos para el cumplimiento del déficit
ante el nuevo plan de estabilidad financiera con Bruselas.
Gobiernos y sociedad civil han de trabajar conjuntamente en
pos de ese bien colectivo. Las agendas no pueden detenerse ni por vacaciones.
El futuro no descansa y a todos nos pertenece por igual. La irresponsabilidad
social que padecemos actualmente hace que se acrecienten las desigualdades como
en ningún otro tiempo. Por desgracia, en lugar de discursos que nos hermanen,
hemos activado el discurso del odio, con lo que esto conlleva de injusticia y
discriminación. Este clima de venganzas, de violaciones de derechos humanos, no
se pueden permitir. Los políticos deberán utilizar su pensamiento creativo,
cuando menos para cambiar esta histeria de conflictos. Ya está bien de no
trabajar juntos, de ser incapaces de consensuar gobiernos fuertes, que traduzcan
sus palabras en un porvenir mejor para todos. Aquellos líderes ineptos para el
consenso, deberían irse y no presentarse jamás a elección alguna. Cada uno
tenemos nuestras disposiciones, si quieren nuestras habilidades, algo
prioritario para ese gran impulso que hoy todo el planeta requiere para una
democracia incluyente, y no adormecida o aletargada, en todo el globo.
Sabemos que no es fácil gobernar un orbe en el que impera la
dictadura de la economía sobre todo lo demás, lo que nos exige mucho más diálogo
entre todos y menos rigidez del espíritu humano, que ha de ser más comprensivo
y humilde con el pueblo del que formamos parte. Es valioso aprender a amarnos.
No podemos caer en la resignación. Y en este sentido, los gobiernos de todo el
mundo han nacido para gobernar, no para que sus integrantes se sientan cómodos,
con un montón de privilegios, y con pocas ganas de avivar la concordia, pues lo
que suele primar son los intereses, el egoísmo de cada cual. El partidismo
político, en ocasiones, es tan exagerado que genera todo lo contrario,
discordia y enfrentamientos absurdos. A muchos dirigentes, hemos de
reconocerlo, les falta ese sentido del deber para el logro de ese objetivo para
el que se han presentado voluntariamente: el de regir a un pueblo. A mi manera
de ver, todas las naciones desean sentirse seguros en una mundializada sociedad
plural, sumamente dinámica, con el respaldo del estado de derecho, mediante
instituciones eficaces que rindan cuentas de su actos.
Ante la magnitud de hechos delictivos que a diario nos
sobrecogen el alma, la ingobernabilidad de los pueblos cuesta entenderla. Hoy
más que nunca hace falta asociarse entre las diversas nacionalidades para
defenderse y protegerse. Únicamente con la fuerza común de la humanidad
coordinada se puede parar esta atmosfera de terror. Lo decía hace unos días,
explícitamente, el Presidente de una de las instituciones europeas, Jean-Claude
Juncker, tras los ataques sobre Niza: "Nuestra determinación sólo será
igualada por nuestra unidad". En efecto, si los bolsillos de los
gobernantes han de ser transparentes, también la esencia de un buen gobierno
viene dada por su capacidad de sumar apoyos en lugar de dividir. Esta es la
cuestión, ser una piña de responsabilidad para que los sectarios huyan y tome gobierno
una gobernanza democrática efectiva que mejore la calidad existencial de su
ciudadanía.
Por ende, reitero una vez más, que la humanidad en su
conjunto, sin tantas fronteras ni frentes, han de hallar caminos para superar
las diversas contraposiciones entre sus ciudadanos. Además, pienso, que es un
deber moral de que los gobiernos favorezcan toda iniciativa orientada a
promover la asistencia humanitaria a quienes sufren a causa de este diluvio de
conflictos por doquier. Está visto que todos a una, siempre se gana. Ya lo
decía en su tiempo Confucio, el inolvidable filósofo chino, "arréglese al
estado como se conduce a la familia, con autoridad, competencia y buen
ejemplo". Igualmente, lo decimos hoy, gobiérnese a sí mismo y estará en
condiciones de fomentar diálogos, tan necesarios cuando las partes están
estancadas. Me consta que los pueblos de todo el mundo llaman a la puerta de
las Naciones Unidas cuando los derechos humanos y el estado de derecho no
funciona, y lo veo bien, muy bien, pero tal vez deberíamos dar un paso más, y
pedir responsabilidad a aquellos gobiernos que no aciertan o no quieren
gobernar con espíritu democrático.
Jamás ningún partido político debe cerrar la puerta a los
pactos democráticos, máxime cuando el partido censurado tiene representación
parlamentaria. Olvidamos que una fuerza demócrata siempre merece escucha,
porque ella misma se sustenta de lo que oye al común de los ciudadanos, lejos
de los monopolios y abusos de posiciones dominantes. Asimismo, una buena
gobernabilidad ayuda a la hora de la coordinación y cooperación internacional
entre países, algo vital hoy en día para proteger el medio ambiente y la salud
pública, combatir el crimen organizado y el terrorismo, así como para obtener
una mayor estabilidad económica. En contraste, la ingobernabilidad lo único que
acrecienta es una explosión de desorden capitaneada por el pánico. Toca
recapacitar sobre ello. Rectificar a tiempo siempre es de sabios y, sobre todo,
de buen gobierno.
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