El patrimonio natural forma parte de nuestro espíritu
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Somos una sociedad ruidosa a más no poder. El silencio, ese
hilo sonoro que tanto nos inspira y cautiva, que suele rodear la vida
silvestre, nos permite escuchar el susurro de tantos abecedarios que, en
ocasiones, se nos pasan desapercibidos. Sin duda, es importante redescubrir
este sigilo, que precisa toda alma, aunque sólo sea para orientarnos, para
percibir la musicalidad de los diversos horizontes y caminos. Quizás tengamos
mucho que aprender de la semántica de los vegetales, animales y otros organismos
no domesticados; pero, que están ahí, complementando los ecosistemas en su
armónico lenguaje. Por consiguiente, tan importante son los campos cultivados
por la mano del hombre, como aquellos otros que pudieran parecer infecundos,
pero que son esenciales para nuestro sustento del espíritu, que también es
parte de nuestro existir. Me alegra, pues, que la Asamblea General de las
Naciones Unidas haya proclamado el día 3 de marzo, día de la aprobación de la
Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y
Flora Silvestres (CITES), como Día Mundial de la Vida Silvestre; puesto que lo
primordial ha de ser desvivirnos por lo que somos, naturaleza viva sobre todo
lo demás.
El ser humano no puede destruir aquello de lo que forma
parte. En esto todos somos necesarios e imprescindibles; todas las especies que
conforman el hábitat, merecen su respeto y consideración, para poder coexistir
en armonía. No olvidemos que lo armónico es lo que nos sacia por dentro. Así
como la vida no es aceptable a no ser que el cuerpo y el espíritu convivan en
buena concordia, tampoco nuestra existencia sin este equilibro natural va a
poder saciarse de quietud. Los unos nos alzaremos contra los otros sin
clemencia alguna, porque la discordia todo lo destruye, hasta los más poderosos
imperios. De todos es conocido, la multitud de delitos contra nuestro
patrimonio natural, contra nuestro propio espacio silvestre, del que somos
parte y todo, lo que viene acarreando profundas consecuencias ambientales,
económicas y sociales. Nos lo recordaba Naciones Unidas, en boca de su
Secretario General, en 2015: "el comercio ilegal de fauna y flora
silvestres se ha convertido en una sofisticada forma de delincuencia
transnacional, comparable a otros perniciosos ejemplos como la trata de seres
humanos y el tráfico de drogas, artículos falsificados y petróleo".
Deberíamos recapacitar sobre ello para poder aquietar la labor de tantos
gobiernos corruptos o deficientes, o de las mismas redes de delincuencia
organizada y grupos armados, que nos están dejando sin espacio para el reposo
ante tantas servidumbres inhumanas.
Indudablemente, el patrimonio natural forma parte de nuestro
espíritu. Sólo hay que dejarse interpelar por la naturaleza de la que somos
pieza fundamental, pero si tenemos en cuenta que el futuro de la humanidad pasa
por la familia como tal; no podemos obviar que si degradamos los ecosistemas,
también nos estamos devaluando como personas nosotros mismos. En consecuencia,
veo como un signo de esperanza que los esfuerzos mundiales, en parte avivados
por Naciones Unidas, por proteger nuestro patrimonio natural estén cobrando
fuerza. Al respecto, nos llena de gozo que se pongan metas específicas para
poner fin a la caza o pesca furtiva por ejemplo. O que se acuerde limitar el
tráfico ilícito de fauna y flora silvestres. Estas elocuentes hazañas nos
recuerdan que nuestro patrimonio natural no se puede dilapidar, no somos
dueños, tenemos que legarlo para las generaciones futuras, y hemos de
conservarlo del mejor modo posible, respetando todas las estirpes de seres
vivos para que la cadena existencial no se extinga. Todos dependemos de todos,
hasta las mismas plantas dependen de polinizadores específicos dentro de esta
biodiversidad planetaria. Personalmente, estimo que hacemos bien poco ante las
irrespetuosas realidades del saqueo de la vida silvestre, donde lo que importa
es el dios dinero, en lugar de esta hermana madre tierra, como la llamaba San
Francisco de Asís.
Cuando se pierde el respeto resulta imposible imaginar porvenir
alguno. Yo soy también de los que piensan que este sistema ya no se aguanta.
Tenemos que tener el coraje de cambiarlo, con inteligencia y voluntad, pero sin
dejarnos corromper; con consideración y tenacidad, pero sin fanatismos; con
pasión y entusiasmo, pero sin violencia.
Nada se difumina porque sí, todo se reintegra con ánimo constructivo,
sin resentimiento, con mucho amor y más compasión. Ciertamente, el futuro de la
vida silvestre está en nuestro corazón. El mundo ha visto imágenes
desgarradores de la matanza masiva de elefantes para obtener sus colmillos y
nos hemos quedado indiferentes. La última noticia nos llegaba hace unos días,
alertándonos sobre la muerte de un cetáceo manipulado por turistas. Se trata de
un animal de la especie franciscana o delfín de plata, quien fue retirado del
mar en la localidad balnearia de Santa Teresita por un grupo de visitantes que
buscaba tocarlo y sacarse fotos, según denunció una Fundación ecológica. La
bestia murió por deshidratación para divertimento de algunos ciudadanos. De
igual modo, otras especies se ven expuestas a una variedad de problemas
diferentes, algunos derivados del cambio climático, otros de la
sobreexplotación o el tráfico ilícito. Es hora, por tanto, de la acción para
resolver las consecuencias de esta falta de acatamiento con el patrimonio
natural, apostando por otro estilo de vida más cuidadoso con su medio ambiente.
Llegado a este punto, me viene a la memoria el modelo de San
Francisco de Asís, al formular una reposada relación entre lo creado y la
conversión de la persona a través de un cambio del corazón y, de esta manera,
instar a crear conciencia en favor de los reinos de vida que nos acompañan. Si
la protección a los bosques y la agricultura es vital para la seguridad
alimentaria, también la defensa de nuestra propia área natural es trascendente
para construir un futuro en el que el ser humano pueda vivir en hermandad con
la naturaleza. A veces olvidamos que somos naturaleza, frente a este mundo frío
donde lo virtual lo acapara todo. Téngase en cuenta, que el componente
espiritual de esta silvestre vida, no sólo aparece en el arte rupestre o en las
canciones tradicionales, son muchos los líderes religiosos que han hablado de
ecología humana, estrechamente vinculada a la ecología medioambiental. Nadie me
negará que estamos padeciendo un momento fuerte de crisis; lo vemos en nuestro
propio ecosistema, pero sobre todo lo percibimos en el ser humano.
Hoy cualquier linaje, incluso el mismo ser pensante, apenas
es noticia si vive en la pobreza, o si una noche de invierno se muere de frío
por falta de techo y ropa, en cambio es una tragedia si el mundo del poder o de
las finanzas se devalúa. Importa más la depreciación de don dinero que el valor
de una persona, pues lo mismo sucede con este mundo silvestre, se ha
desvalorizado tanto que no importa descartarlo de nuestras vidas. Torpe
necedad, luego sucede lo que sucede: Que no tenemos paz. Porque lo antinatural,
aparte de oprimirnos y dejarnos sin libertad, nos ciega y nos deja sin aliento.
Lo decía Octavio Paz, "defender a la naturaleza es defender a los
hombres", lo refrendo yo hoy, y lo suscribirán los ciudadanos del mañana. Por eso, produce
un inmenso dolor pensar que nuestro patrimonio natural se achique, a pesar de
lo mucho que nos dice con sus aspavientos. Sería saludable que el género humano
pusiese oído, atendiese y entendiese sus gestos; máxime cuando éste, lo domina
todo menos a sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario