El inmaculado aire es el que nos da la vida
“Nueve de cada diez personas, en todo el globo, están
expuestas a niveles de contaminación.”
Dejemos al inmaculado éter de la vida que nos de aliento y
nos ponga alas para sentirnos más del cielo que de esta atmósfera terrenal,
verdaderamente infectada por nuestras injustas acciones, pues no acertamos a
discernir lo que es saludable de lo que es enfermizo para nuestro propio
espíritu andante. Por desgracia, todas las soberbias que nos rodean nos impiden
ver los horizontes limpios y, así, poder alzar el vuelo hacia otros espacios
más armónicos y cristalinos, que nos impriman en el corazón, paz y sosiego. Ya
está bien de sembrar lamentos por doquier, de esparcir crueldades y miserias
humanas, de propagar irresponsablemente agentes sucios y corruptos. Hasta
nuestros hogares son fuente de contaminación. Por otra parte, se comenta que
alrededor de 3.8 millones de muertes prematuras son causadas por la polución de
nuestras rachas interiores cada año, la gran mayoría en países en desarrollo.
Necesitamos, por tanto, una economía que esclarezca y ennoblezca, no una
economía que nos degrade y desprecie. Es cuestión de cambiar de hábitos. De lo
contrario, nuestra propia extinción como especie llegará más pronto que tarde.
Sea como fuere, aún estamos a tiempo de actuar, pero hemos
de hacerlo con contundencia, en cuanto a la conservación y mejora del medio.
Téngase presente, que nueve de cada diez personas en todo el globo están
expuestas a niveles de contaminación que superan los señalados por la
Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin ir más lejos, en muchos países la
producción de energía corrompe el hábitat. No olvidemos que lo que el aire es
para la propia existencia nuestra, lo es también para nuestro interior, que en
estado putrefacto, se envenena con tanta furia, hasta el extremo de hacernos
fenecer. La metáfora del viento impetuoso de Pentecostés, que diría un
creyente, hace pensar en la necesidad de inhalar un soplo nítido, tanto con los
pulmones (el viento físico), como con el corazón (la corriente mística), la
expresión saludable del espíritu, que es el amor. También para una persona
escéptica, el cuidado de la casa común es esencial, al contemplar que esa
belleza natural se ha ido derrumbando, por otra creada por nosotros, que nos
deja sin espacio para respirar.
En consecuencia, el cuidado de nuestro inmaculado vaho, que
es el que nos da sustento para el camino, supone una acción que va más allá de
nuestras devociones, de nuestros intereses mundanos; y, por ende, mediocres.
Pensemos que toda criatura de este mundo, al que le alienta el aura y el agua
le reaviva, tiene derecho a que lo dejen vivir y a ser protegido por sus
análogos. Ahí está el sector del transporte mundial, que representa casi un
cuarto de las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con la potencia
energética, una proporción que está aumentando. Las emisiones del transporte se
han relacionado con casi 400.000 muertes prematuras. Únicamente, por esto,
tenemos que luchar para liberarnos de esta degradación ambiental, que hemos
construido entre todos, unos de una manera activa y otros con el talante de la
complicidad, o si quieren, de la indiferencia. No es de recibo echar abajo el
verde natural de los bosques, contaminar las aguas, el suelo o nuestra misma
respiración, pues cualquier insensatez contra la naturaleza, de la que formamos
parte, es una decadencia contra nosotros mismos.
Por eso, quizás sea el momento oportuno de imprimir otro
garbo en nuestras actuaciones y de restablecer la cordialidad entre culturas
diversas. Pido franqueza entre la ciudadanía y su clase política, naturalidad
entre los seres humanos y las instituciones, sinceridad entre los Estados y las
Organizaciones Internacionales. Todo esto nos exige, indudablemente, activar la
comunicación entre todos. Dejemos de ser islas. No levantemos muros entre
nosotros. Seamos como esa brisa renovadora, que todo lo purifica y engalana,
con la fuerza trascendente de la savia. Es una pena lo poco agradecidos que
somos al entorno. Nuestro distintivo contexto natural está desbordado por
nuestras manos irresponsables. Pongamos, por caso, la quema de residuos a cielo
abierto y los desechos orgánicos en los vertederos, un problema que se agrava
en las regiones que se están urbanizando y en los países en desarrollo.
A propósito, se me ocurre reflexionar sobre la última
devastación causada por los ciclones Idai y Kenneth, que azotaron Mozambique en
un espacio de apenas semanas, una verdadera llamada de atención sobre el cambio
climático, que está causando más tormentas tropicales de alto impacto,
inundaciones costeras y lluvias intensas; cuestión que han advertido expertos
de la Organización Meteorológica Mundial. A partir de estas lamentables
situaciones que nos sobrevienen, con la convicción de que en el mundo todo está
interconectado, pienso que ha llegado el instante preciso de proponer otros
estilos de vida más naturales, con una mayor implicación de todos los gobiernos
y de toda la ciudadanía. Una buena práctica de inicio siempre es el auténtico
diálogo, al menos para poder comprometernos en garantizar una protección
duradera del planeta y sus recursos naturales, que buena falta nos hace.
Víctor Corcoba
Herrero/ Escritor