Apuesta por una cultura integracionista
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
De un tiempo a esta parte todo parece fracasar, pero yo creo
que es una gran oportunidad para renacerse con más inteligencia, y esto se
alcanza cultivándose, trabajando arduamente y aprendiendo del fracaso. Es
verdad que el escenario internacional, al que debemos mirar con un corazón
unido, exige compromisos y cambio de actitudes en muchas naciones, quizás
utilizando los medios de la diplomacia, pero asimismo con el coraje preciso
para activar relaciones más respetuosas, y por ende, de mucho más sosiego. Por
una parte, observamos a un mundo que tiende a descolonizarse, lo que permite a
numerosos pueblos acceder a la plena soberanía, a la gestión de sus propios
asuntos, con una ciudadanía responsable dispuesta a servir a la colectividad
que representa. A mi juicio, esta evolución es buena, puesto que indica la
madurez de sus moradores, siempre y cuando actúen en igualdad de derechos y de
obligaciones, respeten sus tradiciones, sus culturas y trabajen por el bien
colectivo. Pero también, advertimos, que determinados países soberanos,
sustentados bajo el Estado social y democrático de Derecho, se ven a veces
amenazados en su integridad territorial o institucional, por grupos que
intentan la ruptura, quizás movidos por un afán ambicioso de poder, que en
lugar de crear lazos hunden al país, llegando hasta intentar o reclamar la
secesión.
En efecto, los asuntos en cada continente son complejos y
muy diversos, lo que reclamarían cada cual un comentario distinto, pero
refiriéndonos por proximidad del que suscribe al proceso independentista
catalán, (un desafío ilegal totalmente absurdo), deseamos que más allá de las
pasiones interesadas, se retorne al espíritu constitucional de la nación
española, con el que hemos convivido armónicamente, con más libertades que nunca,
repercutiendo este clima de concordia, en avances sin precedentes, en nuestra
propia historia reciente, al promover el bien de cuantos la integramos. Las
divisiones jamás fueron buenas para nadie. Todos necesitamos de todos. Como
dijo en el mensaje de Navidad, quien actualmente es el símbolo de unidad y
permanencia, el Jefe del Estado, el rey Felipe VI: "Formamos parte de un
tronco común del que somos complementarios los unos de los otros pero
imprescindibles para el progreso de cada uno en particular y de todos en
conjunto". Es natural que, como árbitro y moderador del funcionamiento de
las instituciones, estimule el entendimiento y active el respeto a una
Constitución que, entre todos los españoles, nos hemos dado. Precisamente, bajo
este espíritu constitucional queda verdaderamente reflejada la pluralidad,
considerando la riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España
como un patrimonio cultural de especial respeto y protección; a la vez que se
consolida de esta forma, un Estado de Derecho, donde el imperio de la ley, como
expresión de la voluntad popular, ha de cumplirse por todos.
Tal vez hemos de hacer un esfuerzo de sinceridad con
nosotros mismos, y más allá de doquier sentimentalismo pasional, debamos
propiciar otras autenticidades más de servicio a la ciudadanía, con políticas
bien articuladas y equilibradas, que respeten evidentemente las
particularidades culturales, étnicas, religiosas, que en Cataluña no es la
cuestión, ya que en la España de hoy las cuerdas que nos amarran son en general
conjuntas, y cada autonomía es considerada como una garantía de las diversas
nacionalidades y regiones que la integran, mostrando solidaridad entre todas.
Por consiguiente, la fractura no tiene sentido alguno, ya que del mismo modo
que la ciudadanía tiene derechos inviolables y deberes correlativos, también
los pueblos y sus autonomías tienen compromisos con relación a ellos mismos y
el Estado. Sin duda, el primer deber es actuar dentro de la legalidad. Sólo así
se puede recuperar la confianza en las instituciones. Cuando tanto se habla de
regenerar la vida política, creo que la mejor regeneración pasa por recuperar
el orgullo de nuestro activo nacional, la de una España que se fundamenta en la
indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos
los españoles. De lo contrario, es precipitar una cultura golpista que de
manera ilegítima desafía el orden constitucional vigente, en la medida que el
objetivo del acuerdo alcanzado por la coalición Junts pel Sí y la CUP es la desconexión
de España en un plazo de dieciocho meses.
Ya estamos con los plazos y los miedos. Tampoco se puede
omitir la realidad. En parte el mundo de los separatistas se ha acrecentado por
no hacer nada, dejándoles hacer o cerrando los ojos a no ver. ¿Por qué se ha
permitido infringir artículos constitucionales como el 4.2, donde se dice que
la bandera de España ha de estar en los edificios públicos junto a las otras
propias de las Comunidades Autónomas?. Esto es únicamente una prueba de tantas.
Al fin, tenemos lo que tenemos, o lo que hemos dejado que pasara. Y
ciertamente, en el momento presente, cuando tanto proliferan en el mundo los
separatistas, hay que hacer valer nuestra unión más que nunca, para decirles
que nada nos va a dividir, ni el recelo, ni tampoco la incertidumbre; y, en
todo caso, hay que impulsar una cultura integracionista. Todos sabemos, además,
como la cultura de la sospecha entorpece las relaciones sociales. Millones de
seres humanos observan con cierta sorpresa las divisiones y perciben como sus
predicadores políticos en lugar de globalizar el desarrollo de la persona
humana, suelen buscar su bien y el de los suyos, de manera partidista, avivando
de esta manera la cultura de la discordia más divergente.
Ante este panorama tan desolador, convendría recordar que
las verdaderas columnas de la sociedad son la autenticidad, la lucidez pensante
y la libertad. Sin autenticidad nada es lo que es, porque quien es auténtico,
ya lo dijo Jean Paul Sartre en su tiempo, asume la responsabilidad por ser lo
que es y se reconoce libre de ser lo que es. Lo mismo sucede con un profundo
instante de lucidez, únicamente uno; y todo dejaría de ser mundano y mediocre.
O la verdadera libertad de los pueblos, cuya mejor garantía es la verdad; con
razón, se dice: "La verdad os hará libres". De ahí la necesidad de
una cultura de la organización social que ha de basarse, ya no sólo en la
transparencia y el respeto, también en la responsabilidad, para promover la
cohesión social y la cooperación entre instituciones diversas.
El mundo en el que vivimos, en consecuencia, no puede
activar una cultura secesionista, puesto que cada vez la interdependencia entre
todos es más creciente en todos los aspectos de nuestra existencia. Todo se ha
mundializado y de qué manera. Por eso, es fundamental impulsar una cultura
universalista, con conciencia global, más allá de los estilos de vida, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. Esto significa que cada
pueblo, que cada ciudadano, que cada país, debe contribuir a que se disipen las
exclusiones y los prejuicios, sabiendo que la unión no sólo nos enriquece,
debilita también cualquier discordia. ¿Qué es el presente sino el punto de
unión entre el pasado y el futuro?. Por sí mismo, todo llama a la unión. Verso
a verso se construye un poema. También Lorca lo refrendaba, al definir la
poesía como "la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran
juntarse, y que forman algo así como un misterio". Por tanto, no nos
vayamos por el camino de la secesión, de la lucha entre nosotros. La unidad
siempre supera cualquier conflicto por muy grave que sea. A todos nos interesa,
pues, atmósferas armónicas, que nos hagan sentirnos realizados como ciudadanos.
Para ello, no hay otra manera de convivir que tender puentes: hoy por ti,
mañana por mí; eso sí, avivando en todo momento la comprensión mutua y
recíproca.