Obligaciones de los gobiernos
La realidad está ahí, por más que queramos omitirla, o
evadirnos de ella. Nos desbordan las injusticias por doquier parte del planeta.
La violencia tampoco cesa, generando multitud de problemas sociales, con las
consabidas consecuencias dramáticas. Por otra parte, tenemos una minoría
privilegiada que excluye y acrecienta las desigualdades entre análogos. Junto a
este panorama desolador, unos gobiernos pasivos, sumidos muchos de ellos en
actitudes corruptas, incapaces de luchar contra la intolerancia a través de un
marco legal. La irresponsabilidad es manifiesta. Sálvese el que pueda. No
pasamos de las bellas palabras a los hechos. Naciones Unidas nos recuerda
permanentemente, que los Estados han de garantizar un acceso igualitario a los
tribunales de justicia, para evitar que las posibles disputas se resuelvan
activando más conflictos. Indudablemente, las normas son vitales pero no
suficientes para luchar contra esta atmósfera tan intolerante como aborregada.
Por eso, es preciso salir de este ambiente de liderazgos inconscientes, a fin
de hacerlo más acorde al modelo del bien colectivo, del que todos hablamos pero
poco hacemos. No olvidemos que estamos llamados a caminar juntos y, en
consecuencia, hemos de fortalecer nuestro impulso comunitario, propiciando
cambios y reorientándonos hacia actitudes más abiertas y generosas hacia el
otro.
Cuando no hay humildad todo se degrada y se desvirtúa.
Precisamente, el secreto de la sapiencia radica en ese espíritu respetuoso,
siempre dispuesto a servir dócilmente y de manera ejemplarizante. Todo lo
contrario a lo que se percibe en algunos lugares del mundo en estos momentos, en
el que prevalece el endiosamiento, un sentido exagerado y posesivo del yo, del
poder por el poder, así como un orgullo personal, religioso o nacional,
exacerbado. A mi juicio, es obligación de los gobiernos activar y promover la
tolerancia a través de otros cultos más auténticos y humanos. Sin duda, tenemos
que empezar por salvaguardarnos como especie. Nos lo acaba de recordar el
Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, ante la situación de alerta climática en la
que se halla el planeta: “Pido a los líderes mundiales que muestren coraje en
la lucha contra los intereses arraigados, sabiduría para invertir en las
oportunidades de futuro, y compasión por el tipo de mundo que construimos para
nuestros hijos”. Los datos son verdaderamente escalofriantes. Las
concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera son actualmente las más
altas en 800.000 años. Dicho lo cual, las emisiones de gases de efecto
invernadero para el año 2020 serán “probablemente tan elevadas” que
dificultarán el alcance de los objetivos del Acuerdo Climático de París
previstos para el 2030. La situación exige, por tanto, dirigentes que actúen
con firmeza y compromiso.
Bien es verdad, que quizás deberíamos aprender a gobernarnos
a nosotros mismos antes de gobernar a nuestros semejantes, no en vano luchar
contra la intransigencia requiere una toma de conciencia individual. Sea como
fuere, requerimos de una formación en valores que no termina en la escuela. Las
dificultades son cada vez más globales, pero las soluciones pueden ser locales,
casi individuales. Todos formamos parte del procedimiento armónico,
solidarizándonos con las víctimas del fanatismo o desacreditando las octavillas
avivadas por el odio. Esto nos exige comprensión mutua entre culturas y
pueblos, entre nacionalidades y regiones, máxime en una época en que el
extremismo y el radicalismo violento van en aumento, con un menosprecio total
hacia la vida humana. Apenas valemos nada y esto es lo cruel. Nuestra gran
asignatura pendiente es que todavía no hemos aprendido a convivir. Ojalá se
despojen de la faz de la tierra esas complicidades políticas, obra de una
codicia insaciable, que nos está triturando la supervivencia. El mundo no es
sólo una materia prima a consumir o a derrochar como se quiera hasta su agotamiento,
resultado de una explotación imprudente y alocada; y el ser humano, como tal,
tampoco es un ser de compraventa y producción, inherente lleva consigo su
propia dignidad. Luego, es horroroso que se continúe comercializando con vidas
humanas como si fueran ganado o mercancía. Por ello, con urgencia, necesitamos
sensibilizarnos cada cual consigo mismo, lo que ha de llevarnos a una viva
preocupación, ética y responsable, por el respeto de los derechos humanos y al
más decidido rechazo de sus violaciones.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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