martes, 8 de diciembre de 2020

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Hacia nuestra mirada interior, con la inmaculada madre como espejo de justicia

 

("Iesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exilium ostende. O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria//. Después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!”)

 

I.-  UN FARO DE LUZ EN LA MÍSTICA DE LA ANUNCIACIÓN

 

Bajo este foco de tinieblas se encendió un faro de luz,

que irradiaba el esplendor de un semblante inmaculado,

verdaderamente enternecedor y realmente conmovedor;

el sí de la concepción al anuncio del ángel nos renace,

nos hace sublimes al verso y al verbo en virtud del bien. 

 

La claridad de María disipa toda confusión de camino,

desvanece signos de cansancio y grafías de desánimo;

con razón es Virgen digna de veneración y alabanza,

la Madre de todos, el espíritu del poema hecho vida,

modelo de hermosura, huella de santidad para siempre. 

 

Preservada de toda ciega noche, resplandece la aurora,

señal del laurel de la inspiración poética sobre el vicio;

su repatriación a lo auténtico nos embellece el interior,

sólo hay que beber de su destello para ver al Redentor,

y fundirse con el pulso beatificante del rostro inmortal.

 

II.- LLENA DE GRACIA COMO MADRE DEL HIJO DE DIOS

 

Fue la estrofa primera  y, por siempre, la más hermosa;

rebosada de gracias y colmada por el amor verdadero

del Creador, supo dar la respuesta firme a la llamada,

entendió la compasión y atendió a no desfallecer jamás,

conciliando los abecedarios, reconciliando las acciones.

 

Con su corazón, sin mancha,  nos consuela de todo mal;

nos reanima por dentro y también nos vivifica por fuera,

nos ayuda sobre todo a tener confianza en nuestro autor,

a crecer en su palabra y a creer en su infinita bondad,

a excluirnos perennemente del mal y a escoger lo justo.

 

No hay mejor dicha que vivir sin más reglas que el amor,

que morar despojándose y compartiéndolo todo con todos,

amando y viviendo según el don de una Madre prudente

y admirable, trono de sabiduría y causa de nuestro gozo,

pues por muy triste que sea el exilio, la cruz nos glorifica.

 

III.-  CON LA PUERTA DEL CIELO SIEMPRE ABIERTA

 

De igual modo que la luna antecede a la salida del sol,

así María desde su concepción inmaculada ha precedido

la venida del Salvador en la historia del género humano,

y ha antepuesto como Reina universal ser la Mediadora,

fuente espiritual de clemencia y generosa abogada nuestra.

 

Con su pulcra entrega en donación hacia todo lo creado,

se originó un cambio incesante entre el caer y el izarse,

entre el desconcierto del caído y el concierto de la savia,

un constante desafío a las conciencias andantes del ser,

que tiene en la Madre incorrupta la puerta del cielo abierta.

 

En el umbral, la fiel Virgen, acogió y entendió la pureza,

como renuncia total de sí, de su persona, reponiéndose

al perenne servicio de los designios místicos del Altísimo;

y, así, pasó por la tierra hasta el fin, acorde con su vocación,

como hija del Padre, siendo consuelo y sagrario de anhelo.

 

Víctor Corcoba Herrero

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