LA PACIENCIA Y EL TIEMPO
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
En este tiempo de desdichas y agobios que sufrimos en propio
carne todo el mundo, he descubierto que la paciencia y el tiempo injertan más
placidez que cualquier otro medio de persuasión. Hay tantas oscuridades en el
camino que nos asaltan, muchas veces de manera desprevenida, que precisamos
cuando menos tomar aliento, hacer una honda reflexión sin importarnos el
tiempo, para tener la fuerza suficiente de no desanimarnos. Aquella idea del
inolvidable filosofo griego Platón, de que tres facultades hay en el hombre: la
razón que esclarece y domina, el coraje o ánimo que actúa y los sentidos que
obedecen, debería formar parte de nuestras vidas. Sin duda, el mundo sería otro
porque los conflictos tendrían otra resolución menos violenta, más acorde con
las atmósferas armónicas. Ahí está el referente de Gandhi, su admirable aguante
de oponerse a la opresión, a la injusticia humana y al odio de manera pacífica.
No es fácil defender la dignidad que todo ser humano tiene, cuando se siembra
un reguero de inmoralidades e infamias, con la entereza de tomarnos nuestro
propio tiempo, para así poder meditar pacientemente sin bajarse de la cruz.
Realmente, uno siente la necesidad de desafiar al enemigo y
la impaciencia nos deja sin abecedario en el corazón, con el rostro triste y el
rastro del desconsuelo errante, sin ilusión. Tenemos que retornar a la
paciencia para sembrar otros lenguajes pacifistas. Sin duda, hemos de compartir
menos espadas y más abrazos. Es cuestión de donarnos menos veneno y más bálsamo
de humanidad, de saber esperar con la ternura del silencio, de no abandonarnos
a la miseria y de saber perdonar. Cuando se pierde la confianza en el ser
humano todo se desmorona y el futuro se hace insostenible. En lugar de que la
violencia se contagie, injertemos un sosegado diálogo por todas las sendas
vivientes, hagámoslo de manera paciente y pacífica; quizás por ello, precisemos
ser conscientes de que un corazón junto a otro corazón, pueden salvar
horizontes de luz en vez de propagar noches. Sería un buen propósito celebrar
de este modo, el aniversario del nacimiento Mahatma Gandhi, líder del
movimiento de la Independencia de la India y pionero de la filosofía y la
estrategia de la no violencia.
Todo el planeta necesita que la conmemoración del día
internacional de la no violencia (2 de octubre), sea algo más que un gesto de
celebraciones. La especie debe apostar decididamente, tomándose su tiempo, pero
con la perseverancia necesaria para conseguir activar un culto a la cultura de
la quietud, de la tolerancia, de la comprensión y no violencia. Las nuevas
generaciones han de ser personas de acción calmada, pero firmes en la
convicción de desterrar las armas, sabiendo de que la paz comienza por uno
mismo al levantarse cada día con una simple sonrisa. Si habita la violencia en
nuestros corazones difícilmente podemos cultivar alianza alguna por muchas
reformas que activemos en nuestras instituciones nacionales o internacionales.
La primera metamorfosis, pues, pasa por nuestras propias habitaciones
interiores, que hemos de ser mujeres y hombres de paz. Con la paciencia
necesaria, aunque seamos impacientes por naturaleza, debemos dejarnos envolver
por el tiempo para no derribar los puentes que nos unen. Un gran teólogo
alemán, Romano Guardini, decía que Dios responde a nuestra debilidad con su
paciencia y éste es el motivo de nuestra confianza, de nuestra esperanza (cf.
Glaubenserkenntnis, Würzburg 1949, 28). Es como un diálogo entre nuestra
debilidad y la paciencia de Dios; es un diálogo que si lo hacemos, nos da
consuelo.
Indudablemente, esta paciencia que activo no es dulce ni
fácil de sobrellevar, tiene sus amarguras, aunque después sus frutos sean
dulces, con razón se dice que con ella, todo se alcanza. Nos conmueve la
actitud de los sembradores de certezas, que jamás han tenido palabras de
desprecio para ningún ser humano, ni de condena, solamente palabras de
concordia, de amor y de compasión. Ojalá esta virtud se extendiese por todo el
mundo, serían menos fríos los diálogos y las convivencias más fraternas. Es
hermoso, esto de la clemencia, de mirar el campo de nuestra propia existencia,
y de ver la manera de que nunca es tarde para rectificar.
Por desgracia, el mundo está crecido de actitudes
desesperadas y, lo que es peor, sin intención de corregir esta espiral de
hechos violentos que nos circundan. Las simientes de odio sembradas acarrean
luchas crueles hasta en las propias familias. Las respuestas a los conflictos
(de género-familia, de países o del propio orbe), para que se produzca
realmente el cambio social, ciertamente dependen del consentimiento de la
población, pero también del valor que le demos al ser humano como tal. Por
consiguiente, la paz no puede imponerse en ningún hábitat, la paz llega por la
vía del intelecto al servicio del propio ser humano. Resulta que este
incondicional amor a la especie, lo hemos abandonado tantas veces en nuestro
diario de vida personal, que es menester trabajar por la justicia, defender la
existencia humana y abrazar la verdad de una vez por todas. Nos pueden tantas
mentiras, que todo se confunde, pero será el tiempo, y sólo el tiempo, el que
hará verdadera justicia. Mientras sea más fácil empuñar un arma que olvidar un
rencor, encontrar errores que una forma de perdonar, no habrá armonía y todo
será un litigio absurdo.
En consecuencia, pienso que el ser humano debe ser capaz de
entrar en paciencia consigo mismo, mirando alrededor y dejándose mirar,
buscándose y dejándose buscar, encontrándose y dejándose reencontrar,
pacientemente ante esta vida, que es más fugaz de lo que pensamos. Tampoco
podemos resignarnos y contemplar indiferentes la violencia que golpea a tantos
mortales. Esta es una responsabilidad de todos, unos en mayor medida y otros en
menor, pero sin excepción hay que ponerse a cultivar otros diálogos que favorezcan
el entendimiento, con la convicción de que es posible instaurar en el mundo la
cultura de la convivencia, del encuentro, y no del encontronazo de unos para
con otros. Los muros tienen que dar paso a los espacios abiertos, uniendo y no
dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, avivando la idea de paz y
no violencia extensible a la protección de los animales y los árboles,
reeducándonos en la mediación y el arbitraje, sabiendo que tan importante como
el pan de cada día es el sosiego de cada ser humano.
El legado de Gandhi ahí está, dando sus obras en favor de
tantos movimientos por la no violencia, generando conciencia social. Los sueños
también son posibles. El tiempo los hará realidad. No hay auténtico genio sin
paciencia. Junto a ella seremos capaces de dar luz en las sombras, justicia y
dignidad a todo ser vivo, y así, -como dijo Neruda-, la poesía no habrá cantado
en vano.