El ayudarse unos a otros es un deber
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Entre todos hemos construido tantas dictaduras que
precisamos, con urgencia, construir puentes de entendimiento, puesto que está
en peligro la convivencia entre culturas diversas. El ser humano se ha
empobrecido interiormente, cuestión que afecta sobre todo a los países
considerados más ricos, y camina a la deriva de unos intereses mundanos que
desesperan a cualquiera. Tenemos que salir de esa miseria y ver la manera de
intensificar el diálogo como genuino hermanamiento. En esta tarea es
fundamental el papel de los líderes, de las creencias, de los activistas de la
cultura, no sólo para hacernos ver más allá de nuestras torpezas, sino también
para construir lazos verdaderos de amistad, de modo que cada uno pueda hallar
en el otro a un ser dispuesto a tender una mano por su semejante.
Estoy convencido de que el primer deber humano es ayudarse
unos a otros; y, de este modo, ayudándonos, injertaremos el bien en nuestras
vidas. Las cosas que salen del corazón son así, no tienen explicación, pero nos
hacen felices. Obviamente, en la felicidad de los demás, hallamos nuestros
propios gozos. Para ello, tenemos que ser más compasivos. Si en verdad fuésemos
más espirituales, conoceríamos mejor nuestras habitaciones interiores y
tendríamos más clemencia con nuestro propio linaje. Lo decía Albert Camus:
"¡Quién necesita piedad, sino aquellos que no tienen compasión de
nadie!". Efectivamente, hemos de retornar al amor, y, consecuentemente,
por amor todo se perdona, y además todo se salva.
Sí para los creyentes, la cruz de Jesús es la palabra con la
que el Creador ha respondido al mal del mundo; también para los que no tengan
creencia alguna, la verdadera generosidad interior es un deber que obliga a
querernos y a encontrar una respuesta de unidad que, al fin y al cabo, es razón
de subsistencia. Necesitamos sostenernos unos a otros, resplandecer como
especie, respetarnos y reconciliarnos, sabiendo que un gesto puede herir más
profundamente que una espada, o puede curar mejor que cualquier medicina. No
tiene sentido encerrarnos en nosotros mismos, en nuestra propia amargura de
fracasos, hemos de salir al encuentro con más amor que armas, con más
comprensión que intransigencia, con más coraje que miedo.
Evidentemente a la placidez se llega por la senda de la
humildad y de la entrega de sí. Dejémonos que la fuerza del amor transforme
nuestras vidas, y así encontraremos el camino de la concordia. ¡Cuánta sangre
derramada se produce a diario por el mundo!. Para que cesen los conflictos
sangrientos sólo hace falta comprometerse, cada uno consigo mismo, para que
madure un renovado espíritu de apaciguamiento. Para Gandhi, "no hay camino
para la paz, la paz es el camino", y, ciertamente, ese clima armónico
comienza con algo tan fácil como verter una sonrisa, dar un abrazo, o simplemente
con trenzar un lenguaje que consuele.
El deber de auxilio, pues, en un mundo herido por el egoísmo que amenaza la vida
humana, es tan preciso como urgente. A diario nos desgarran hechos violentos
que nos dejan sin palabras. También la misma explotación perversa de los
recursos naturales nos desborda. ¡Cuánto sembrador de dolor!. Por desgracia,
este desorden, que tantas veces contradice hasta el mismo orden del universo,
ha hecho de la sociedad, una manada de irresponsables, que en vez de sentirse
estimulados por activar el bien de los demás, únicamente impulsa un progreso
inhumano, nada respetuoso con el derecho a la existencia y a un decoroso nivel
de vida.
Naturalmente, una sociedad bien ordenada y fecunda
humanamente requiere de gobiernos que cultiven los valores humanos a través de
las instituciones, dignificando a todo ciudadano provenga de donde provenga. Al
respecto, Naciones Unidas apuesta por este año 2015, advirtiendo que es "una oportunidad histórica y sin
precedentes para unir a los países con las personas del planeta, para decidir y
emprender nuevas vías hacia el futuro, y así mejorar la vida de las personas en
todo el orbe. Estas decisiones determinarán el curso de las medidas destinadas
a erradicar la pobreza, promover la prosperidad y el bienestar para todos,
proteger el medio ambiente y hacer frente al cambio climático a nivel
mundial". Confiemos en que así sea, desterrando de nosotros el miedo, la
avaricia, la envidia, el odio y el orgullo.
Quizás el deber más olvidado que tengamos en nuestras
agendas del alma sea, precisamente, el deber de asistencia, de servicio
permanente hacia todo ser humano. A veces esperamos mucho de los demás, pero
nosotros apenas hacemos nada por ellos. En este sentido, afirmaba Concepción
Arenal, que "no es tan culpable el que desconoce un deber como el que lo
acepta y lo pisa". La falta de coherencia está a la orden del día. Sabemos
que es deber aquello que exigimos a los demás, sin embargo olvidamos en
ocasiones nuestro grado de exigencia. Pero, ¿por qué esta indiferencia en una
generación del pensamiento? Realmente cuesta entender que prosigamos en nuestra
fría altanería, y que no estemos abiertos al autentico vocablo de hermano.
Seguimos sumidos en nuestro narcisismo. Me importo yo, solamente yo y los míos,
y poco más. Exactamente todo lo contrario a esa actitud de gratuidad que nos
debemos unos a otros. Parece como si tuviéramos narcotizado el corazón y nada
nos afectara. Nos hemos acostumbrado a tantas situaciones de degradación humana
que resulta complicado reaccionar ante la realidad de este mal de la dejadez
que siempre nos desafía.
Por eso, pienso que hay que romper el vinculo con esas
personas que se han adueñado de nuestra propia vida como si fuese suya, para
utilizarla según su interés, sus ideologías, a su antojo y servicio.
Indudablemente, ante esta desastrosa situación la reeducación se impone. Menos
contenidos, más obras, que aviven los valores de la ciudadanía. El momento que
vivimos, un período histórico muy particular, exige una actitud fraterna entre
los seres humanos. Los avances técnicos nos han ofrecido posibilidades
inauditas de interacción entre los moradores. Ahora bien, la globalización de
estas relaciones sólo será positiva y hará crecer el mundo en humanidad si se
basa, no en el materialismo, sino en la donación hacia nuestro semejante, que
es la única realidad capaz de colmar el corazón de cada uno y de
fraternización.
El individuo que se olvida de su estirpe se queda sin
historia y sin esperanza y es incapaz de amar a su análogo. En consecuencia,
entiendo que es vital priorizar al ser humano, con lo que eso conlleva de
crecimiento y maduración de la humanidad. Por desdicha, todavía no hemos
aprendido a leer nuestra propia historia personal, a tomar conciencia de lo que
somos y de lo que podemos llegar a ser. Despojémonos de hipocresías e
interroguémonos: ¿Estoy verdaderamente dispuesto a servir a la ciudadanía o
pretendo vivir de la ciudadanía?. El primero de nuestros deberes, sin duda, es
poner en claro cuál es nuestro idea de servicio. En cualquier caso, jamás
eludamos nuestro compromiso de respetar tanto los derechos de los demás, como
el deber de mantener los propios.