Algo más que palabras
Las primeras ayudas humanitarias han de ser anímicas
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
La realidad está ahí y no se puede enmascarar por más que
deseemos ocultarla. El mundo de las atrocidades se impone y la especie humana
convive con el sufrimiento. La persistencia de conflictos armados en varias
regiones del planeta, la sucesión de enormes catástrofes naturales, junto a la
lacra de los sembradores del terror, aparte de causar un número impresionante
de muertos, han originado en muchos supervivientes traumas psíquicos, a veces
difícilmente recuperables. Asimismo, los expertos también reconocen que, en los
países de elevado desarrollo económico, la crisis de valores morales influye
negativamente en el origen de nuevas formas de malestar mental. También las
familias se separan como jamás, con lo que ello conlleva de sufrimiento y
dolor. Lo mismo sucede con los abusos de sustancias, las personas que se hacen
adictas probablemente tengan condicionantes biológicos genéticos que los haga
más vulnerables. Por eso, hoy más que nunca las personas afectadas necesitan
asistencia de todos nosotros, de esos primeros auxilios psicológicos que son
vitales para poder seguir viviendo, sin escaparse del esfuerzo personal que
cada cual ha de poner sobre el camino trazado. Nada cambia si uno no quiere.
Nuestra vida vale lo que nos ha costado en voluntad. Ahora
bien, solo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al
arranque conjunto. Claro que el ánimo es importante para salir de cualquier
atmósfera, ya sea de un cielo estrellado o sin estrellas. En su tiempo lo decía
el inolvidable filósofo griego, Platón, de que "tres facultades hay en el
hombre: la razón que esclarece y domina; el coraje o ánimo que actúa; y los
sentidos que obedecen". Pienso que es un buen referente para ese hacer
camino humanitario, con conciencia crítica, que cualquier caminante busca.
Precisamente, el tema del Día Mundial de la Salud Mental de este año, observado
el día diez de octubre, activa este socorro de autoayuda, de sostén psicológico
y social, de manera que se respete su dignidad, su entorno cultural y sus
costumbres o habilidades. Si en verdad queremos satisfacernos armónicamente,
tendremos que suavizar las actitudes y recargar la mente de comprensión hacia
nuestros análogos.
Sin duda, las primeras ayudas humanitarias han de ser anímicas,
ante cualquier crisis, situación de emergencia, o acontecimiento grave. Desde
luego, el número de personas expuestas a factores estresantes extremos se
incrementa cada día, por lo que el factor de riesgo para la salud mental y los
problemas sociales aumenta también proporcionalmente con la realidad tan
asfixiante que nos circunda. En cualquier caso, no debemos fallar a la gente
que nos necesita. Nuestra propia historia nos juzgará por nuestra capacidad de
entrega y generosidad hacia aquellas personas que llaman nuestra atención, que
nos piden ayuda y por la manera que tengamos de responderles. Nos consta que
los sistemas de salud aún no han respondido adecuadamente a la carga de los
trastornos mentales. Como consecuencia, la brecha entre la necesidad de tratamiento
y su disposición es amplia en todo el mundo. En los países de bajos y medianos
ingresos, entre el 76% y el 85% de las personas con trastornos mentales no
reciben tratamiento para su perturbación. En los países de ingresos altos,
entre el 35% y el 50% de las personas con trastornos mentales están en la misma
situación. Además del apoyo de los servicios de salud, las personas con
enfermedades mentales suelen requerir, también, asistencia permanente y
atención social.
Son tantas las fuerzas contrarias, que hemos de tener una
visión universal, integral y transformadora, sobre todo para prevenir y mejorar
el bienestar de todos, considerando prioritario la inclusión de la salud mental
en todas las agendas, máxime en un mundo tan convulso como el presente. No
olvidemos que son muchas las personas
estigmatizadas y discriminadas por problemas psicológicos, que necesitan ser
oídas, escuchadas, como una forma de encuentro.
De ahí, la importancia de fomentar una cultura del ánimo, o si quieren
del esfuerzo, donde nadie se sienta solo, y todos nos sintamos acogidos. Esta
es la cuestión de fondo. Las víctimas de la exclusión continúan siendo las
personas más débiles, más frágiles. Realmente cuesta entender cualquier
evasiva, puesto que son muchas más las cosas que todas las personas tenemos en
común que las que nos diferencian. Las sociedades debieran ser más empáticas,
sobre todo a la hora de interesarnos los unos por los otros, donde nadie
debería sentir superioridad alguna sobre sus semejantes. En efecto, la cuestión
fundamental no es la aportación psicológica ante un ser que nos pide ayuda,
sino el acompañamiento, el ponernos en el lugar del otro y saber lo que siente
o incluso lo que puede estar pensando; pero cuidado, así como no es lícito
apropiarse de los bienes de otro o atentar contra su integridad corporal sin su
consentimiento, tampoco ha de estar permitido entrar contra su voluntad en su
ámbito interior.
Por consiguiente, la apuesta de una ayuda humanitaria
anímica será efectiva en la medida que sintonice con la persona que nos pide
apoyo; sin obviar que la persona normal, cuando utiliza como debe las energías
interiores que están a su disposición, es capaz de vencer cualquier dificultad.
Nos lo recuerda el mismo refranero: Querer es poder. En última instancia, todo
tiene arreglo. Indudablemente, llegado a este punto siempre hay que respetar la
individualidad del ser humano. Cada uno es como es, con su personalidad y
actitudes. En consecuencia, a lo mejor no es necesario hacer nada, simplemente
estar presente o dejarle que se halle la persona misma consigo mismo. Lo que es
evidente que las circunstancias actuales nos exigen salir de la penumbra,
levantar vuelo humano, siendo más conscientes de que una mente saludable
siempre tiene solución para cualquier problema que se le presente. La mejor
manera de levantar el ánimo, ante cualquier desdicha, pasa por respetar la
autonomía de la persona, ofreciéndole un enfoque de recuperación que inspire
esperanza y realmente le apoye a conseguir sus objetivos y aspiraciones.
Sabemos que por el estado de ánimo alegre nos hacemos
jóvenes y hasta nos embellecemos. A veces me pregunto, ¿cómo callar las
tristezas ó, al menos, cómo aminorarlas?.Qué difícil se nos hace cultivar lo
armónico en nuestra propia existencia. Ciertamente, el desconsuelo nos impide
tantas veces vivir, que parece que nos han robado la vida. Frente a los mil
atropellos que sufren moradores por todo el planeta, no podemos permanecer
pasivos, tampoco podemos echarnos atrás,
hay que caminar con los que sufren, vivir con los que resisten y
sobrellevan la angustia, darles aliento, tutelar su dignidad, ser su voz y
también buscar su bien. Pensemos que cualquier ser humano ha de estar en el
centro de todo, habite donde habite, y con él hemos de estar, estimulándole hacia
el espíritu del bien colectivo. Desde luego, la vocación humana al desarrollo
ayuda a buscar la promoción de toda la ciudadanía y de todo ciudadano. Lástima
que la irresponsabilidad, en ocasiones, nos lleve por otros caminos que para
nada nos revierte en concordias. Felices los valientes, los que saben renacerse
y rehacerse con ánimo parejo de la derrota o de las palmas. Al fin y al cabo,
nuestra recompensa siempre se halla en el esfuerzo que pongamos. Todo es
resultado del valor injertado, conocedores de que cuanto mayor es el trance, mayor
también será la gloria.
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