Los grandes riesgos actuales
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El gran riesgo del momento presente, con su variada y
cargante oferta de pérdida de valores humanos, radica en los sembradores del
terror, en la enfermiza atmósfera de infidelidades y venganzas, en esa angustia
que brota de tantos corazones revestidos por el odio, a los que suele faltarles
vida interior y otro entusiasmo más bondadoso. Por eso, necesitamos más tiempo
para nosotros, para reflexionar y despojarnos de cualquier resentimiento.
Sabemos que es la hora de la acción, pero también la etapa del libre
pensamiento, de renovarnos por dentro, de abrazar otros espacios más gozosos.
Quizás tengamos que cambiar de estrategia y rescatarnos a nosotros mismos, para
poder levantar el ánimo y volver a caminar con la alegría de siempre.
En este sentido, veo como un gesto esperanzador que el
recién nombrado Secretario General de la ONU, António Guterres, haya
establecido un equipo de tareas de alto nivel para que desarrolle con carácter
urgente una destreza clara y nueva para mejorar el enfoque de la Organización
en materia de prevención y respuesta al abuso y la explotación sexual en todo
el sistema de Naciones Unidas. Desde siempre se ha dicho que es mejor prevenir
que curar. En cualquier caso, en septiembre de 2016, el informe anual de su
predecesor, Ban Ki-moon, detalló 69
acusaciones de agresiones y explotación sexuales formuladas contra militares de
la ONU de 21 países. Posteriormente, a mediados de diciembre esa cifra había
ascendido ya a 82 denuncias, recogidas en la página web del Departamento de
Mantenimiento de la Paz de la ONU. Aunque les cueste a las fuerzas de
mantenimiento de la paz admitirlo, las denuncias de maltrato sexual se producen
y, por consiguiente, los Estados tienen que aportar los recursos suficientes
para perseguir a los acusados. Es otro riesgo que ha de subsanarse, con
prontitud y eficacia.
Nos hace falta, desde luego que sí, reconocernos
recíprocamente para hallar el bien. Pongamos toda la audacia posible, hagamos
memoria y actuemos acorde con los rectos juicios, pues los peligros nos afectan
a todos y, entre todos, hemos de buscarle la solución. Tendremos que salir de
nosotros mismos, de la comodidad en la que estamos atrapados, de nuestro
egoísmo, vivero de los grandes perversos, y hacer que este impulso liberador,
innato en cada individuo, sea cada vez más intenso, generoso y fecundo. No
podemos continuar batallando, más bien hemos de alcanzar otros ambientes más tranquilizadores, de
mayor dimensión humana. Tampoco olvidemos que cualquier acto de terrorismo, o
de abuso sexual, se fundamenta en el desprecio de toda vida, de toda especie;
intentando modificar, de este modo, nuestro modo de comportarnos, activando
abecedarios de miedo, incertidumbre y división. De ahí lo importante que es la
unión y la unidad, en todo y para todo.
Nos alegra, igualmente, que frente a esta alarma de pavor,
la Comisión Europea haya adoptado una serie de medidas para fortalecer la
capacidad de lucha, sobre todo, contra la financiación del terrorismo y el
crimen organizado. Ojalá, por otras latitudes planetarias también se activen
estas cooperaciones preventivas. Puede que la localización de los flujos
financieros sospechosos, y cortar las fuentes de financiación, sea una de las
formas más efectivas para detener posibles ataques fanáticos y actividades criminales.
El seguimiento de los flujos financieros, además, puede proporcionar a la
policía y a los servicios de seguridad, información crucial y herramientas
eficaces para sus investigaciones.
En este momento, de tanto aluvión de pánico, me viene a la
memoria aquella peregrinación a Tierra Santa, con ocasión del cincuenta
Aniversario del Encuentro en Jerusalén, entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras (24-26 de mayo de
2014), la visita al Memorial de Yad Vashem, en el que el Papa Francisco subrayó
con mucha humildad que el terrorismo "es una calle sin salida".
Justamente, lo es. Hemos venido al mundo para ser constructores, no
destructores. Recapacitar, en efecto, será curativo; así como observar el
camino recorrido, la estela dejada por nuestros ascendientes.
Téngase en cuenta, que una reflexión profunda siempre nace
despojada de doctrina. Esto viene bien considerarlo, en un mundo en el que todo
se trata de imponer a fuerza de insistencia, para que no consideremos lo
esencial. Tanto es así que, en ocasiones, andamos cegados por las políticas,
pues son muchos los predicadores que falsean la realidad. Suelen dejar de lado
a las gentes que caminan desesperadas, sin ilusión. Sería bueno, por tanto,
recuperar la dignidad de toda persona, el respeto y la consideración por toda
existencia. En muchos países del mundo, aún hoy, las personas pueden ser
condenadas a cadena perpetua por delitos cometidos cuando eran menores de edad.
Tantas veces se nos borra la retentiva de pensar que un niño primero es un niño
y luego un inmigrante o refugiado, que debiéramos reconsiderar nuestros modos y
maneras de vivir. Con dureza, todavía, tenemos que decir ¡no a una economía de
privilegios para algunos y de exclusión para otros!.
Ya está bien de la ley del más fuerte, donde el poderoso se
come al débil, como en la prehistoria de nuestra época. No hace falta que nadie
devore a nadie. Es otra de nuestras grandes asignaturas pendientes. Todos hemos
de ponernos a la misma altura de la mesa. Tras esta actitud se esconde un
rechazo a la humanidad en su conjunto, a cualquier ética o moral, ya que todo
queda supeditado al dinero y al poder. Continuamos igual que nuestros
predecesores, tropezando en la misma piedra, en la del dominio, en lugar de
ponernos en disposición de ayuda. Por si fuera poco este clima de
deshumanización, la violencia es un mal fuertemente enquistado en todo el orbe.
Por desgracia, somos una generación irrespetuosa, ya no sólo
con nuestros semejantes, también con nuestro propio entorno. A propósito, se
comenta, que el nivel del mar puede llegar a remontar un metro este siglo, con
un impacto desastroso para todos los seres vivos. Llegados a este horizonte,
deberíamos repensar lo que en su trecho dijo también Gandhi, al respecto de la
naturaleza humana, recordándonos que "la Tierra nos proporciona lo
suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la avaricia de
todos". A renglón seguido, con la coherencia que le caracterizaba, animaba
a ser "el cambio que deseamos ver en el mundo". Ciertamente, todo
depende de nosotros, de nuestra manera de entender y comprender la existencia
humana. Ahora, cuando estamos tan saturados de información, que no de
formación, convendría reivindicar una educación que enseñe a desintoxicarnos de
tantas doctrinas impuestas. En consecuencia, hemos de dilucidar y ser más
críticos a la hora de pensar. Únicamente, de este modo, podremos avanzar hacia
un camino de maduración en valores, donde los deberes fluyan en el mismo
paralelismo que los derechos. No tiene sentido esta desvinculación de unos para
con otros que, en el caso de la familia, genera un sentimiento de frustración y
desencanto que nos desnaturaliza totalmente.
Para más dolor generacional, cohabita una cultura mediática
absurda y unos ambientes intelectuales mezquinos, acomplejados y sin convicción
alguna, que apenas aportan nada a los grandes riesgos actuales. Sálvese el que
pueda. Consecuentemente, en lugar de avanzar, cosechamos un espíritu de derrota
que nos convierte en seres desencantados y aburridos. Deberíamos ser más
quijotes, más entusiastas, menos egocéntricos, más personas de coraje colectivo
a las que les afana el culto por lo auténtico. La hipocresía es otra de las
enfermedades con la que convivimos. Al fin y al cabo, uno tiene que dejarse conmover
por la verdad, indagando por los sentimientos y pensamientos de nuestras
habitaciones interiores, analizando y buscando la palabra exacta, con un oído
en el pueblo y otro dentro de sí, cuando menos para mejorar nuestro
acompañamiento, con la realidad como idea y con el diálogo como contexto, para
lograr un mundo más seguro, saludable y pacífico, para todos.