No quiero ir tirando, sino viviendo
(activemos las políticas públicas humanas)
Está visto que todo ser humano vive en una exploración
permanente, cuando menos para poder sentirse libre, despojado de ataduras. De
ahí, la necesidad de tener tiempo para nosotros, pues el gozo no está en el
éxito a toda costa, ni en la afirmación de uno mismo en perjuicio de los demás,
sino más bien en compartir, en donarse y en perdonarse, en ensanchad el corazón
y en empequeñecerse como una minúscula semilla que un día, sin arrogancia de
poder alguno, podrá ser fértil. A propósito de este plan existencial, en una
época de tantas apariencias, me viene a la memoria la Resolución 65/309, de 19
de julio de 2011, en la que Naciones Unidas invitaba a los Estados Miembros a
que emprendieran la elaboración de nuevas medidas que reflejaran mejor la
importancia de la búsqueda de la felicidad y el bienestar en el desarrollo, con
miras a orientar sus políticas públicas humanas. Sin duda, será bueno para toda
la especie, el activo de estas poéticas incondicionales por parte de todos los
gobiernos del mundo. Al respecto, contamos con una noticia esperanzadora,
durante los próximos años, el logro de la Agenda 2030 se sustentará en el
cumplimiento de 17 objetivos de Desarrollo Sostenible y 169 Metas. Por primera
vez en la historia, dicha Agenda, obliga explícitamente a los países a no dejar
a nadie atrás en el curso de su desarrollo.
Ahora bien, más allá de las buenas intenciones, hace falta
que se aplique al crecimiento económico un enfoque más inclusivo, equitativo y
equilibrado, pero que se promueva de verdad, y así pueda ser una realidad el
desarrollo sostenible, la erradicación de la pobreza, la felicidad y el
bienestar de toda la ciudadanía. Por cierto, ya que en este mes hemos
proclamado el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad, deberíamos
concienciarnos a la hora de cohabitar. Como decía el beato Piergiorgio
Frassati: "Vivir sin una fe, sin un patrimonio que defender, y sin
sostener, en una lucha continua, la verdad, no es vivir, sino ir tirando. Jamás
debemos ir tirando, sino vivir" (Carta a I. Bonini, 27 de febrero de
1925). Desde luego, una existencia no asistida como se merece, o vivida
egoístamente, aparte de volvernos inhumanos, genera un ambiente de
insatisfacción y de trastornos mentales de difícil curación. Las cifras ahí
están: se calcula que aproximadamente el 20% de los niños y adolescentes del
mundo tienen problemas mentales. Algo falla. Todo corazón desea la alegría, no
en vano es el ingrediente principal en el componente de la salud de un
individuo. Por ello, refrendo lo que en su tiempo decía el inolvidable escritor
y periodista Ramón Pérez de Ayala (1881-1962): "Gran ciencia es ser feliz,
engendrar la alegría, porque sin ella, toda existencia es baldía". Cuánta
razón hay en ello, tanta que personalmente uno intenta siempre simpatizar con
ella y tomarla como brújula de la vida.
Coincidirán conmigo que es público y notorio el afán
destructor de las contiendas. Las guerras y las catástrofes tienen efectos
importantes en la salud mental y en el bienestar psicosocial. También las
diversas adicciones y el consumo de sustancias ocasionan complejos problemas
sociales. De igual modo, cada año se suicidan más de 800 000 personas, siendo
la segunda causa de muerte en el grupo de 15 a 29 años de edad. Hay indicios de
que, por cada adulto que se lapida, hay más de 20 que lo intentan. El 75% de
las inmolaciones tienen lugar en países de ingresos bajos y medios. Los
trastornos mentales y el consumo nocivo de alcohol contribuyen a muchos
suicidios. La identificación precoz y el tratamiento eficaz son fundamentales
para garantizar que estas personas reciben la atención que necesitan.
Indudablemente, estas realidades nos piden un cambio de mentalidad, que desde
luego han de ser avaladas con más dotación en las políticas sociales. Al fin y
al cabo, todos hemos de hallar un camino de sencillez en la vida. No hace falta
grandes fortunas. La felicidad no se compra, ni tampoco se vende, se encuentra
en la entrega generosa, también en la lucha de uno mismo, ya no por vivir, sino
por acertar a vivir como familia, donde no haya vencedores ni vencidos. Me da
la sensación que la prueba más clara del gozo en el alma, pasa por una alegría
en los labios y una mirada que acaricie. Solamente hay que ver la cara de
felicidad de un niño, que desde su inocencia lo ríe todo y todo lo
arrulla.
Al igual que el chaval, al que le ensimisma todo buscando
sus tripas, hemos de ir al fondo que es desde donde emana la fortaleza. Y como
quiera que son las relaciones con las personas lo que da sentido a la vida,
tenemos que ser compasivos. La compasión, que es en muchas situaciones la
astral antecesora de la equidad, nos ayuda a humanizarnos, a sentirnos bien por
dentro y mejor por fuera. En consecuencia, será saludable hacer recuento de lo
vivido, de lo que uno ha hecho sin prisas y con toda la pausa del mundo. A
veces tenemos tanta urgencia para todo, sobre todo por acumular riqueza, que
olvidamos lo único verdaderamente importante; que es desvivirse por los demás,
vivir y dejar vivir, ocuparse del otro y preocuparse por el otro; sin obviar la
acción contra el cambio climático para un planeta feliz, ya que la
investigación sobre el bienestar, (o mejor sobre el bien ser), se puede
encontrar en una amplia gama de campos, incluyendo igualmente la economía, los
negocios, la psicología, la sociología, la ciencia política y la educación. En
cualquier caso, hasta que aquellos que ocupan puestos de liderazgo no acepten
cuestionarse con valentía su modo de gestionar el dominio y de procurar la
dicha de sus ciudadanos, va a ser complicado que se pueda avanzar
verdaderamente hacia ese clima de placidez que todos deseamos.
Hoy más que nunca hemos de ver el modo de convivir, en una
vida que ha de mejorarse no solo en cuestiones económicas, también con la
sensación psicológica de bien vivida, cuestión que no es fácil, ante un clima de inseguridad e incertidumbre,
que tiene un efecto sombrío en el bienestar de las gentes. Hacen falta
intervenciones que garanticen empleos dignos y de calidad, sociedades fuertes en
valores, con niveles elevados de confianza y respeto, con apoyo a la vida
familiar y el incentivo de una educación de calidad para todos. Es hora de que los gobiernos de todo el mundo
desarrollen de verdad, lo que siempre se dice, el acceso a la alimentación y a
los servicios esenciales, los derechos humanos y a una protección social
básica. Desde luego, no es de justicia esta desbordante crecida de
desigualdades planetarias.
Ya, en su tiempo, la Unión Europea puso de relieve que las
cuatro dimensiones de las deliberaciones sobre la felicidad determinadas por
Bhután, a saber, la felicidad y el bienestar, la sostenibilidad ecológica, la
distribución justa y el uso eficiente de los recursos, constituían la esencia
de los objetivos de la Unión Europea, además de la promoción de los derechos humanos
básicos, considerados un componente crucial del bienestar. Asimismo, la Entidad
de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las
Mujeres (ONU-Mujeres) se centró en la elaboración de medidas de la felicidad
que tengan en cuenta el género. En suma, que el acontecimiento del Día
Internacional de la Felicidad nos haga reflexionar, para proclamar la primacía
de los armónico, el bienestar y el gozo de la alegría, máxime cuando se
producen tantas injusticias, desplazamientos masivos, miseria absoluta y otras
causas de padecimientos provocados por el ser humano contra sí y el linaje.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor