La esperanza le incumbe a toda existencia
Cada día estoy más convencido de que tenemos que recuperar
nuevos modos y maneras de vivir, lograr tiempo para la reflexión, ejercer el
derecho a ser uno mismo, sacar enseñanzas del pasado para nuestro presente y
nuestro futuro, ser perseverantes ante las situaciones adversas; y, sobre todo,
activar una energía constructiva, que tienda lazos de unión entre los pueblos y
las gentes, máxime en un momento de tanta desolación para muchos seres humanos,
víctimas de la exclusión, la indiferencia, el racismo y la intolerancia. Para
desgracia de la especie la discriminación racial y la violencia aumentan; las
personas son atacadas por su raza, nacionalidad, etnia, religión y orientación
sexual. También se cierran las fronteras y la protección internacional a los
refugiados está siendo socavada. Los hechos ahí están, los acaba de refrendar
António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas: “Los migrantes se han
convertido en chivos expiatorios, la xenofobia aumenta, las mujeres y niñas de
comunidades minoritarias son discriminadas. La incitación al odio, los estereotipos
y la estigmatización son cosas cotidianas”. Bajo esta bochornosa situación en
la que nos encontramos, de contiendas inútiles, nos conviene recapacitar y ver
la manera de transitar por otros horizontes más armónicos y conciliadores.
No es de recibo que sigamos arruinando nuestra propia vida.
Vivimos un momento de confusión, de incertidumbre como jamás, de
deshumanización total. Lo que impera es el odio y la venganza. Se han
trastocado todos los valores humanos. A los niños no les dejamos ser niños. A los
jóvenes les impedimos realizarse. Les negamos un derecho y un deber tan
esencial como un trabajo digno. A los mayores los descartamos sin más. La
inhumanidad es manifiesta. La locura todo lo asalta. Hay líderes políticos que
para sobrevivir deben sembrar cizaña. También hay sistemas económicos que para
mantenerse deben hacer la guerra. De igual modo, hay intelectuales que para
perdurar se venden al mejor postor. Así, hemos convertido este mundo, en un
espacio de falsedades en el que la hipocresía nos prende todo tipo de maldades.
De ahí la importancia de combatirse a sí mismo, de convencerse uno mismo, de
que todos necesitamos de todos, y que cualquier batalla no es más que un
capricho de unos pocos para hacerse dueños de la miseria.
Debiéramos madurar más sobre lo maravilloso que se vuelve la
vida, mayormente cuánto más se vive y se deja vivir. Lo importante es
construir, no destruir; hacer piña, no dividir; abrirse, no cerrarse; ya que,
la vida cuando se abraza de verdad, practica una innata cultura del encuentro,
de caminar unidos, con ánimo benéfico, sin rencor alguno, con amor. Ojalá
fuésemos juntos todos, cada cual con su aportación, y no dejásemos a nadie en
el camino. No olvidemos que un tercio de la población mundial vive con bajos
niveles de desarrollo. Deberíamos repensar todas estas cuestiones, si en verdad
queremos garantizar un desarrollo humano sostenible para todas las personas.
Por otra parte, en este caos, de nuestro diario mundo, el
desprecio a la vida humana nos exige tomar partido por toda existencia,
mediante un ejercicio continuo de empatía, de escucha y de mano tendida. A mi
juicio, urge abordar las condiciones que ayudan a propagar el terrorismo. Sería
bueno reforzar la capacidad de los Estados y fortalecer mucho más aún el papel
de Naciones Unidas, previniendo y combatiendo esta tremenda lacra que no valora
la vida humana, garantizando el respeto universal de los derechos humanos y del
estado de derecho como pilar fundamental de la lucha contra estos sembradores
del miedo, que bloquean el diálogo entre las naciones, pues su único propósito
es matar y destruir indistintamente vidas humanas y bienes, así como crear un
clima de inseguridad que nos impida coexistir. Por ello, cuanto más indefensos
son los seres humanos, tanto más deben ser protegidos. En vista de estas
paranoias, quizás debiéramos ahondar más todos en este hombre interior que
todos llevamos consigo, puesto que alcanzando este camino de madurez interna,
si que avanzaríamos hacia el auténtico rescate de la humanidad. Tal vez la vida
sea un perenne abrazo de unos hacia otros. Démoslo de verdad.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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