lunes, 17 de julio de 2017

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Cuando me advierto también me espanto

Soy el que soy,
nada, absolutamente nada,
a pesar de tanto desvelo,
de tanto afán por amar,
por vivir y desvivirme por vivir,
pues estuve al filo de la muerte,
al borde del suicidio,
en la orilla de lo imposible,
pero me fui dando versos,
y el corazón despertó siempre.

Ahora dedico mi tiempo,
a los que no se hallan,
pues yo soy uno más entre ellos,
que busca y rebusca conocerse,
y reconocerse en la inspiración.

Todos sabemos
que sabemos y no pasamos
de transitar con el alma
asentada en los sueños,
mirando por doquier, sin apenas ver,
pues la falta de esperanza,
la ausencia de utopía por crecer,
nos ha dejado sin luz entre el caos.

Vuelva a nosotros, en consecuencia,
cada paso con su pausa,
cada pareja con su aparejo,
cada ola con su mar,
cada río con sus lágrimas,
cada emoción con su concierto,
cada amanecer con su atardecer,
cada noche con su día,
cada hembra con su hombre,
porque al fin, nadie es sin el otro,
y el otro sin su antecesor y el siguiente,
y así,  todos somos algo para alguien,
únicamente en estado armónico,
hermanados en la poesía,
por la que si soy, el que tengo que ser.

Y es que, sin quererlo,
cuando me advierto me asusto,
y hasta me espanto,
pues este mundo me mata,
y por más que le quiero me domina,
me amortaja, me esclaviza,
me atormenta de tormentos,
los unos contra los otros,
y los otros contra los unos.
¡Qué batallas más inútiles y absurdas!

Qué fácil es decir te quiero,
y que inviable es donarse,
como lo hizo Jesús,
que no juzgaba y a todos acogía,
con una palabra de consuelo,
con un verbo de vida,
con un sol en los labios,
para hacernos comprender,
que la pureza está en los latidos,
en nuestra conexión con la palabra,
en la mística del cuerpo ante Dios,
en la gloria de ser para los demás,
el punto de apoyo en el camino.


Víctor Corcoba Herrero

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