Algo más que palabras
No todo se solventa con la prisión
(Hay penas que sólo pueden penarse en familia)
Globalizado el mundo, algo propio de unos moradores
sociables, se requieren reglas de convivencia, y esfuerzo por entendernos. La
realidad, sin embargo, muestra la existencia de ciertos actores dispuestos
siempre a la venganza y al esparcimiento del odio. Esto requiere, desde luego,
una respuesta adecuada, que no tiene porque ser una pena pública.
Personalmente, pienso, que no todo se solventa con la prisión. Estar entre
rejas, hoy por hoy, no significa garantía a posteriori de cambio de actitudes.
Por ello, es importante multiplicar los esfuerzos encaminados al encuentro de
unos y otros; puesto que, a pesar de que la generación actual posee el nivel
educativo más alto de la historia, todavía queda mucho por hacer. Los planes
educativos no suelen fomentar ese espíritu conciliador y comprensivo, tampoco
permiten acceder a un trabajo decente, salir de la pobreza y alcanzar un nivel
de bienestar satisfactorio.
En consecuencia, habrá que revisar y mundializar esas
políticas penitenciarias, observando en todo momento, si en verdad están
enfocadas en la prevención, el cumplimiento de la ley, la rehabilitación y
reinserción social. De igual modo, habrá que incidir mucho más en esa tarea formativa para la vida en familia.
Hay males sociales, por otra parte, que requerirán la implementación de otras
políticas más humanitarias y de inclusión social.
De pronto, nos hemos convertido en jueces. Cuestión
deplorable. Olvidamos que la falta de libertad es, sin duda, una de las
carencias más fuertes. No podemos seguir marginando a nuestros análogos. De
ahí, la importancia de que todos los gobiernos del planeta y sociedades en
general, deban activar el propósito de abordar las desigualdades
socioeconómicas sistemáticas, facilitando con la escucha, siempre la mano
tendida, pues nos interesa a todos un futuro más equitativo, armónico, poniendo
fin a la humillación y a esa bochornosa exclusión social, que tanto nos
sacrifica en el momento presente.
Sea como fuere, ninguna sociedad cultivada en los verdaderos
valores humanos, puede justificarlo todo con la reclusión, con enjaular a la
gente. Nos hace falta otra apuesta más reconciliadora, o sí quieren, más
esperanzadora. No es ninguna utopía. Se puede llevar a buen término, sólo hace
falta rehabilitar a los culpables. No es fácil, lo sabemos, pero todos nos
merecemos ser tratados con respeto y dignidad. Los argumentos contrarios a la
pena de muerte son muchos y bien conocidos. Cualquier condena que perpetúe la
privación de libertad es una pena destructiva oculta. O la misma prisión
preventiva, utilizada de manera abusiva como anticipo a la pena, tampoco
resuelve nada. Ya no hablemos de otras sanciones inhumanas y degradantes como
puede ser la tortura, la imposibilidad de comunicarse. Todas estas penurias
suelen provocar sufrimientos psíquicos y físicos de difícil reparación. Téngase
en cuenta que todos tenemos el derecho de poder levantarnos de nuevo y de
rectificar. Además, pensemos que no suele haber acción justa, que no lleve
implícitamente también un acto de clemencia y humanidad.
En efecto, ninguno somos perfectos. Cuánta necesidad tiene
el mundo de ser un poco más generoso hacia sus equivalentes, de ser menos
enjuiciadores y más protectores. Precisamente, ya lo advertía en su época el
inolvidable matemático y filósofo griego Tales de Mileto (624 AC-546 AC): “la
cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de
los demás”. Así es, en lugar de dignificarnos y de ayudarnos a hacer la
transición desde el horror a la curación,
rápidamente condenamos a cualquiera, sin analizar las causas y los
motivos, para poder crear nuevas ocasiones de rescate, para que quien se haya
equivocado comprenda el mal hecho y vuelva a ser más corazón que mercancía, más
verso que barrotes.
En otro tiempo, en el que tuve la dicha, como voluntario de
prisiones, de activar aquel anhelo humanista, que titulé: “De los sueños a la
vida”; y que, no era otra cosa, que una invitación a renacer de las cenizas.
Con el paso de los años, sigo pensando que nos urge hacer más humana la vida en
la cárcel. Aquellos acompañamientos culturales fueron inolvidables. Como decía
un preso, que llevaba toda su vida entre rejas, vamos a poner el talento al
servicio del arte, del diálogo, con la fuerza liberadora del amor en
definitiva. Por momentos, el ambiente carcelario abría ventanas con los poetas,
dibujaba horizontes con los pintores, y con algunos cantaores, se profundizaba
en la mística. Quizás debería volver algún día a llorar con vosotros. Cuántas
lágrimas he visto caer por las mejillas de internos que nunca habían llorado en
su vida, y por el mero hecho de sentirse acompañados y queridos, se derrumbaban
entre sollozos. Por eso, lo estoy madurando, tal vez necesite gemir con
vosotros la pena que llevo dentro, la de un mundo deshumanizado como jamás.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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