Algo más que palabras
El mundo se acrecienta de víctimas
“Solidaricémonos al menos con su poética mirada”
En este mundo cruel, en el que cada día nos reinventamos
nuevos tormentos, la sociedad debe ocupar el lugar de las víctimas y dar
respuestas a sus voces. No pueden sentirse abandonados a su suerte, hay que
atender a sus necesidades, escucharles siempre, que no se sientan olvidados,
sin apoyo, solidarizarse con su martirio, adherirse a su tristeza, hasta el
punto de que hallen en nosotros una mirada de consuelo, un abecedario de
alivio, ya no solo de las instituciones, sino también el abrazo de sus mismos
análogos en el camino. Tenemos que recuperar esas vidas ahogadas, perdidas y
sin ganas de levantarse, pues sus traumas suelen ser verdaderamente difíciles
de sanación. Sin duda, todos estamos llamados a garantizar el respeto universal
de los derechos humanos y del estado de derecho como pilar fundamental de la
lucha contra cualquier tipo de abuso. Ha llegado el momento, por tanto, de
hacer frente a las condiciones que propician la propagación de estos calvarios.
Activemos redes de sustento para esas gentes que han sido asoladas por la
fuerza del maltrato, por el atropello de los sembradores del terror, o por la
violencia de la dominación. Deberíamos aprender de nuestro pasado y debería
haber elevación de responsabilidad, tanto de los agentes abusadores o
sembradores del terror, como por parte de aquellos que miraron hacia otro lado
y permitieron que se produjera la salvaje acción.
El salvajismo nos ha vuelto seres sin escrúpulo alguno, de
una frialdad superior a la de las bestias más bárbaras, lo que nos exige a
todos, cuando menos un mayor interés colectivo. Tenemos que volver a esas
sociedades más armónicas, y convertirnos como ese orgulloso hijo del continente
africano, Kofi Annan, recientemente fallecido, en todo un guía del diálogo, en
un inventor de la palabra justa para la resolución de problemas, no en vano
dirigió a la Organización de las Naciones Unidas hacia el nuevo milenio con una
dignidad y determinación inigualables, tal y como hoy reconocen multitud de
dirigentes que trabajaron junto a él, con la persistente ilusión de caminar
hacia un mundo más humano y solidario. He aquí, una de sus célebres citas, que
escribió para la UNESCO, el año 2011: “Debemos actuar a un nivel más elevado
para prevenir los conflictos violentos antes de que ocurran. Necesitamos
desarrollar una cultura de paz. El principio fundamental de esa cultura debe
ser la tolerancia. Es decir, la capacidad de apreciar y celebrar las
diferencias que conforman la variedad y riqueza de nuestro planeta”.
Ciertamente, bajo este lenguaje de la consideración al semejante, descenderían
el número de víctimas, y por ende, esa naturaleza maligna naciente del odio y
despreciativa de toda existencia.
Por desgracia, debido en parte a esa falta social de deberes
éticos y morales, se han disparado los seres vivientes sacrificados o
destinados al sacrificio. Esto es lo grave, lo gravísimo del momento presente,
las inútiles contiendas que nos producimos a diario entre nosotros mismos,
muchas veces avalados por una legión de cómplices. No importa la multitud de
agraviados, con tal de imponer el miedo y el dolor. Esta no es la atmósfera que
nos merecemos. Necesitamos caminar juntos. No hay que tener miedo a las
diferencias. Estamos llamados a entendernos. Lo fundamental es ponerse en el
lugar del otro. Nos hace falta otro espíritu más auténtico que impregne
nuestras jornadas en expresiones de servicio, en un ejercicio responsable y
generoso de la propia misión humanitaria. Quizás exista una sola tristeza, la
de no ser buenos acompañantes, buenos auxiliadores, más vivos y más humanos en
definitiva. Indudablemente, no es sencillo transformar este hábitat de
habladurías fáciles por otro de honduras del alma, que es como en realidad se
construye la paz y se hace amigos. Sea como fuere, no puedo dejar de recordar
aquella pregunta que se hacía santo Tomás de Aquino cuando se planteaba cuáles
son nuestras acciones más grandes, cuáles son las obras externas que mejor
manifiestan nuestro amor a Dios. Sin dudar, él respondió que son las obras de
misericordia con el prójimo. En efecto, son esos actos de donación verdadera
los que acrecientan en nosotros un sentimiento de humanidad que nos engrandece.
Ayudémonos en este intento de esperanzarnos como familia. Al fin y al cabo,
todos somos víctimas de algo o de alguien. A renacer se aprende llorando
conjuntamente. Así compartiremos, luego, una placidez que nadie nos podrá
quitar.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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