Sensación de miedo
“No tengamos temor a fracasar, el
sueño siempre es posible, y tal vez sea la mejor medicina”.
Para empezar, no hay que tener
recelo ante nada ni por nada, de todo se sale; del mismo modo de la pobreza y
del destierro; si acaso, de lo que si hay que tener miedo es del propio miedo,
que es lo que nos resta vida y nos hunde en el desconsuelo. Ya sé que es muy
fácil decirlo, pero más pronto que tarde el espíritu humano renace, abriéndonos
nuevos horizontes, ya que nunca hay que tener prejuicio a la exploración de uno
mismo, atrincherándose en posturas cerradas, sino que hay que aceptar las
situaciones con una actitud positiva y de absoluta humildad. La verdad
perennemente va a estar ahí, lo importante es abrazarla con el corazón y estar
en disposición de comprender y entender. Al fin y al cabo, lo esencial es
aminorar los frentes y abrir las fronteras. Ahí radica la clave ante cualquier
desconcierto humano. Se me ocurre pensar en esos países que están fuera de
control, donde a diario se producen violaciones de los derechos humanos, para
que ellos no decaigan en sus gritos de libertad y nosotros también prestemos la
debida escucha.
Constantemente se ha dicho, que
el sobresalto reina sobre toda existencia. A propósito, reflexiono sobre esas
imágenes de vídeo verdaderamente escalofriantes, tomadas hace días y difundidas
por todo el orbe, que muestran multitudes de afganos en el exterior del
aeropuerto de Kabul, deseosos de huir y no pueden hacerlo. Ante estos hechos,
la respuesta internacional humanitaria debe ser inmediata y conjunta. Nos
necesitamos mutuamente, al menos para allanar los caminos, quitar las barreras
y destronar las violencias. Merecemos una vida libre y digna, en concordia
permanente, sin exclusiones de ningún tipo, y para ello hace falta esforzarse
por mantener el diálogo, dando prioridad al bienestar de sus moradores sobre
todo lo demás, especialmente con los más vulnerables. Con la cercanía se
aminoran todos los miedos, es cierto. Nuestro valor es grande, pero la valentía
es comunitaria ante las inseguridades mundanas de cadenas impuestas, que nos
encadenan al tormento del cautiverio. Hagamos propósito de enmienda. No
tengamos temor a fracasar, el sueño siempre es posible, y tal vez sea la mejor
medicina.
En estos momentos nos sentimos
turbados y embargados, por tantos miedos, que precisamos volar sin desconfianza,
por un mundo que es de todos y de nadie en particular, con el deseo de
reencontrarnos libres de vínculos mezclados con el poder, despojados de toda
hipocresía, de esa furia de maldades que nos vician por dentro y por fuera,
dejándonos sin sensibilidad alguna. Hoy más que nunca, resulta imprescindible
el discernimiento, cuando menos para no sentirnos perdidos y poder actuar de
una manera justa y prudente. En este batallar interno, cada cual consigo mismo,
lo primero que hay que hacer para superar las dudas es interrogarse con
claridad, para no perder tiempo y energías con visiones que no tienen
consistencia ni rostro. Lo que no podemos es continuar torturándonos unos a
otros, movidos por el odio y la venganza, hay que regenerarse con sistemas más
armónicos que no atormenten la debilidad, volviéndonos incapaces de conmovernos
ante sus clamores.
La realidad es la que es y hemos
de tomar conciencia de esto, de que la vida es para vivirla compartiéndola, no
batallando entre unos y otros. Ojalá las generaciones futuras encuentren el
coraje necesario para reconstruir sociedades más equitativas, y por ende, más
pacíficas. En cualquier caso, para proseguir el linaje quizás tengamos que
repensar y tomar otras fuerzas vivas, reencontrando en ese espíritu común, la
cooperación necesaria entre continentes, para poder cambiar atmósferas
ilícitas, ante las endémicas hostilidades de sus gentes, que nos dejan sin
futuro. En efecto, todos los pueblos del mundo están llamados a reconstruirse
bajo otros abecedarios más auténticos y libres, más justos y honestos. Es
cierto que, por todas partes, la fuerza dominadora del poder nos esclaviza con
su ánimo corrupto; ¡qué nunca falten otros signos menos avasalladores y más
liberadores, de atención a los más débiles, no de abusos permanentes, y de
respeto a las aspiraciones de los demás! Requerimos, pues, oírnos sin miedo
ante la multitud de ruidos que nos acorralan. Dejemos el nerviosismo a un lado,
aunque perdamos el poder. La subordinación además nos hace más humanos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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