El ejercicio de pensar en colectivo
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Hoy más que nunca es necesario cultivar un pensamiento
abierto al otro, quienquiera que sea, y establecer puentes de diálogo. Con
razón, el Secretario General de la ONU, ha recordado recientemente al mundo,
que la orden ejecutiva firmada por el presidente Donald Trump, que prohíbe
temporalmente la entrada de nacionales de siete Estados musulmanes y suspende
el programa de admisión de refugiados, no es la forma adecuada de proteger a
Estados Unidos. Esto, realmente, lo que genera es indignación, con la consabida
fuente de conflictos, que nos deja sin aliento, en un estado de ansiedad y
preocupación por esta manera de actuar a golpe de necedad, de cerrojos,
alimentando odios y venganzas raciales, religiosas, políticas y culturales.
Deberíamos repensar nuestra historia humana y no dejarnos llevar por presiones
y prejuicios ideológicos.
Indudablemente, los que amasan el terror intentan
dividirnos, crear alarmas sociales, pero la solución no son medidas que nos
enjaulen a todos, y mucho menos pueden ser discriminatorias por nacionalidad,
religión u origen étnico. El mundo se ha globalizado para bien o para mal, pero
está ahí, y la cuestión es entenderse. No se puede estigmatizar a nadie. Ojalá
fuésemos capaces de ponernos en el lugar del otro, para redescubrir los
fundamentos de armonización entre todas las culturas. De lo contrario, seguiremos haciéndoles el
juego a los propagadores del miedo.
Con el cambio de época, los oportunistas andan al acecho, de
ahí que sea necesario profundizar, reflexionar en colectivo, para hacer emerger
un nuevo horizonte en el que todos quepamos, los de un lado y los del otro, de
manera que cuánto más unidos estemos, mejor será para todos. No podemos
gobernar a impulsos, irresponsablemente, se requiere altura de miras y no eliminar,
de un plumazo, principios básicos de concordia ya establecidos en nuestro
caminar histórico. Detrás de todos estos desgobiernos cohabita una crisis ética
y antropológica como jamás. La moral tiene que volver a nuestro diario de vida,
a nuestras relaciones humanas, a nuestro modo de ser. Un gobernante que piensa
más en el poder que en servir a su pueblo, mejor se va de recogimiento, a
llevar una vida tranquila y sosegada con una retirada a tiempo.
En lo que debemos recapacitar, o si quieren madurar, si
acaso cada uno desde su misión, es en trabajar por un mundo más humano, más de
todos y de nadie, donde los que gobiernen actúen desde la humidad y con mucho
amor; mientras los gobernados han de procurar acertar en participar, sobre todo
con su colaboración en la construcción de la familia humana. UNICEF acaba de
pedirnos auxilio para atender a millones de niños, carentes de agua potable,
educación, vacunas y alimentos. Si la solidaridad es un bien para todos, es un
bien común, su luz debe lucir a diario, máxime en un momento de tantas
desigualdades e injusticias, que nos destruye como gentes de corazón.
Debemos regresar a ser ciudadanos de alma, individuos con
espíritu batallador y solidario. Cuando la humanidad se apaga, se corre el
riesgo de que los fundamentos de la vida se debiliten y, apenas, valgamos nada
nadie. Cada día son más los rincones del mundo que precisan sosiego, que llegue
la paz y que comiencen las tareas de reconstrucción. Por tanto, es hora de
pararse, de ensayar acercamientos, de comprenderse en definitiva. Cualquier
gesto es bueno para poder avanzar. La Universidad Norheastern de Boston se unió
este año a la iniciativa de la ONU “Impacto Académico” para auspiciar el Foro
Global de Jóvenes, donde los delegados elaborarán planes de acción relacionados
con la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible promovida por Naciones Unidas.
Asimismo, la ONU invita a jóvenes a concursar con un ensayo sobre el papel del
multilingüismo en la ciudadanía global y el entendimiento entre las culturas.
Sin duda, estas son buenas noticias. Estas realidades nos pueden ayudar a
superar discrepancias, dando más importancia a los vínculos humanitarios. En
cualquier caso, no podemos permanecer indiferentes ante el cúmulo de
despropósitos. Hay que parar todas las guerras, pedir clemencia y activar la
reconciliación de la especie humana, con un ejercicio de empatía perenne,
escuchándonos mucho más; y, por ende, aprendiendo a darse uno a sí mismo en los
demás.
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