Concurrencia de pulsos ante las atrocidades
Cooperación, más cooperación y más colaboración, es lo que
nos da fuerza para poder ingerir los días sin caer en el desconsuelo. Sin duda,
ahí radica la mejor prueba de socialización, de avance humanista de la especie.
Para todo nos hace falta tesón y esfuerzo, sin obviar que en solitario tampoco
se consigue nada, es menester que la contribución de cada ser humano se
intensifique, mayormente para prevenir y resolver los conflictos violentos que
impulsan los sembradores del terror. Únicamente, desde la concurrencia de
pulsos, se pueden reconstruir caminos de concordia, enhebrar horizontes
limpios, oxigenar el planeta, engrandecer la vida de todos y de cada uno de
nosotros. Tenemos que ir unidos, sin desfallecer, sólo así renacerá una
humanidad más armónica, menos interesada, más solidaria y auténtica. A
propósito, resulta alentador que, con ocasión del quinientos aniversario de la
Reforma, protestantes y católicos acepten la conmemoración conjunta de los
acontecimientos históricos del pasado, como una oportunidad para refundirse en
las ideas. Esas conjunciones de pensamientos diversos, pero no distantes, nos
invitan a ser más comprensivos, a despojarnos de todo resentimiento, a
conciliar otras ansias que nada tienen que ver con el poder, sino con la
donación, con la entrega y generosidad de no descartar a nadie de nuestro
entorno, de nuestro propio camino.
Es verdad que la humanidad ha ido avanzando en sus
conquistas científicas y tecnológicas, hasta globalizarnos, pero no hemos
sabido aún conciliar esfuerzos y alimentar uniones. Cada país tiene o tendrá
necesidad de los demás. Por desdicha, andamos como muy divididos, con el
corazón herido, por falta de consideración de unos para con otros, levantando
muros en vez de abrir fronteras. Nos urge calmar inútiles y absurdos frentes
que lo único que vierten son riadas de angustia y dolor. Quizás debiéramos pensar
más en la política de puertas abiertas. Ojalá, en un futuro próximo, la
ciudadanía active una cultura más del alma, de la trascendencia, de los valores
del espíritu en definitiva. Será un buen modo de asegurar el sosiego y de
activar la paz en los corazones. Lo cierto es que cada día son muchos más los
ciudadanos que necesitan ayuda humanitaria. Es el efecto de la pérdida de
humanidad, de la falta de conciencia sustentada en sólidas leyes morales.
Verdaderamente, ahora caminamos sin apenas sentirnos humanos, como muy
multiplicados en pugnas, en batallas inútiles, sin tiempo alguno para la
reflexión y el diálogo, para la escucha y la mano tendida. Lo que si resulta
preocupante son las incesantes violaciones de derechos humanos perpetradas a
nivel mundial contra cualquier persona. Esto debería aminorarse y ver la manera
de entenderse, mediante la apertura de la mente y el corazón.
No hay otra manera de avanzar humanamente que ayudarse, como
agentes de libertad y de justicia, a continuar hermanados para superar las
barreras y los conflictos. El mayor regalo que nos podemos dar es no tener
recelo a la concurrencia de latidos. ¡No hay que tener miedo a amar!. Aunque el
desafío sea un compromiso, con el riesgo de que se aprovechen de uno, vale la
pena la apuesta, el reto de la comunión, pues también las tragedias de la vida
nos refuerzan el entusiasmo por vivir y nos endurecen para soportar la carga.
No es fácil esa afluencia de latidos en un ambiente que debilita todo lazo
social, que abandona a los débiles, que aviva las desigualdades y el
egocentrismo. Al mismo tiempo, es evidente que tampoco las corruptas
situaciones actuales, donde la ética apenas cuenta en muchos labios de poder,
son capaces de generar vínculos auténticos de hermanamiento. Pero aún así, no
podemos perder la esperanza por muchas que sean las adversidades. En este
sentido, nos ha dejado un buen sabor de boca saber que durante los últimos
veinte años, más de cien mil niños
soldados han salido del control de las fuerzas de seguridad y grupos armados,
gracias a la acción conjugada y conjunta de Naciones Unidas, los Gobiernos y la
sociedad civil. ¡Bravo por ello!. Confluyamos con el corazón, es nuestro germen
de coexistencia. Algo es todo.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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