Vivimos en una época peligrosa
Teniendo en cuenta que la vida es un itinerario de
búsquedas, nuestra propia historia humana está crecida de movimientos, con lo
que esto conlleva de cruces con aquello diferente y de nacimiento de nuevas
civilizaciones. En su esencia, todos buscamos un celeste más claro, un camino
más llevadero, un destino más armónico, un rumbo más estable. Desgraciadamente,
cada día son más las incertidumbres y los conflictos, los desastres naturales y
las persecuciones, lo que hace que los movimientos migratorios nos desborden
como jamás. De ahí, lo importante que es amparar, preservar, promover e
integrar a tanto indefenso huido.
A poco que buceemos por nuestra propia realidad vivencial,
hallaremos multitud de familias malviviendo en el dolor, con miedo de que se destruyan
sus hogares en cualquier momento. Es una lástima que no se respete nada, ni las
oportunas leyes internacionales, imponiéndose desalojos y cargando toda la
furia contra personas débiles. En cualquier rincón del planeta observamos un
recrudecimiento existencial que verdaderamente nos deja sin palabras, a pesar
de tantos acuerdos de paz y de tantas reuniones que, por cierto, tampoco suelen
pasar de los buenos propósitos, para desdicha de todo el linaje humano.
Hoy sabemos que la diversidad es fuente de creatividad e
innovación, pero también hemos de considerar que ese carácter multicultural,
multiétnico y multirreligioso, requiere para su cohesión de una fuerte dosis de
hospitalidad, o si quieren de calor humano comprensivo. Sólo hay que mirar a
Europa y ver como se acrecienta la xenofobia, el extremismo violento, el
nacionalismo, el populismo, a falta de ese entendimiento que fortalezca la
concordia. Mal que nos pese hay un marcado rechazo vinculante de unos contra
otros, en parte por nuestro innato egoísmo. Sería bueno proponernos cambiar de
actitudes, reeducarnos bajo otros horizontes.
A menudo somos atrapados por la indiferencia, por las garras
de las organizaciones criminales, que nos dejan hasta sin aire, porque faltan
canales de acceso humanitario y seguro. Precisamente, esta inseguridad reinante
en el mundo es deshumanizadora a más no poder. Son muchos los que se aprovechan
de las desgracias ajenas, sin clemencia alguna, para levantar su privativo
señorío de mando, irrespetuoso con todos. Olvidan que la defensa de los
derechos inalienables, garantías de las libertades fundamentales y el respeto
de su dignidad son derechos de los que nadie puede estar exento.
Está visto que tan importante como conocerse es reconocerse
en el otro para poder conciliar modos y maneras de vivir, máxime en un momento
en el que todos precisamos abrirnos a esa reconciliación innata y necesaria
para poder hermanarnos como especie. La situación no es fácil. Vivimos en una
época peligrosa. La gradual presión sobre los recursos naturales, el incremento
de la desigualdad social y el cambio climático ponen en riesgo la futura
capacidad, ya no sólo de subsistir, también de unirse como una piña. Nadie
puede sentirse tranquilo y aliviado ante el persistente clima de injusticias
que nos dispersan. Tenemos que ser más responsables, más humanos en definitiva.
Desde luego, esto es un deber natural de la civilización. Nuestras identidades
han de ser respetadas, pero también nosotros hemos de considerar la presencia
de la otra persona en relación a la nuestra.
En consecuencia, según mi manera de ver, es un deber de
solidaridad que frente a la bochornosa atmósfera de tragedias, casi siempre
activadas por el propio ser humano, no tengamos compasión y mostremos una
frialdad hacia nuestro análogo verdaderamente preocupante. Es hora del apretón
de manos, no del puño cerrado, del corazón latiendo para mejorar las actitudes,
sobre todo en el sentido del encuentro, de crearse uno mismo para los demás,
con la mano tendida siempre. Ya está bien
de destruirlo todo, de destruirnos. Deberíamos arrodillarnos y pensar que nada
somos y podemos serlo todo, si en verdad nos desprendemos de cualquier dominio,
dominándonos a sí mismo para hallar una respuesta a lo qué somos y por qué
vivimos. Quizás, únicamente desde la sencillez, entendamos lo que el ser humano
es, puesto que tiene la capacidad de generar obras de amor; una belleza que
evoca la bondad y la virtud que nos sustenta.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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