Con el pulso del corazón, tratemos de vivir
Hubo un tiempo en el que todo era poesía, a ella hemos de
volver.
Tenemos que aprender a crear imágenes esperanzadoras a
nuestro alrededor. El mundo necesita embellecerse y retornar a lo auténtico,
que es donde en verdad radica la bondad. Hay muchos parlanchines, demasiados
diría yo, dispuestos a dejarnos sin corazón, a imbuirnos por los sufrimientos,
puesto que cada vez se recolectan más necedades en procesos democráticos. Deberíamos,
pues, retornar más a nuestro interior para poder discernir lo engañoso de lo
verdaderamente verídico. Los sueños de muchas vidas humanas no se los llevan
las bombas, sino el pulso del alma, siempre dispuesto a renacer aunque sea de
las cenizas del odio sembradas. Por desgracia, nos falta amor para no dejarnos
absorber por esta espiral de violencias y de abuso sistemático de los derechos
humanos. Es hora, por tanto, de repensar ante los ojos del mundo, sobre la
necesidad de levantar cabeza y no caer en el vértigo de una globalización
ciega, adoctrinada por los poderosos, a los que les importa nada este mundo
crecido de injusticias y desigualdades. De hecho, en vez de derribar muros y
distancias, lo que se activa es un espíritu de egoísmo sin precedentes, que
impide compartir nada. A veces, hemos de reconocer que somos la más pura
contradicción en camino, siempre poniéndonos barreras unos contra otros.
Ante este panorama desolador, muchos desfallecen en el
camino. Es una lástima. Ojalá aprendamos a sintonizar con las diversas cuerdas
del corazón, que realmente son las que nos armonizan la vida. Por eso, es
fundamental activar nuevas vías de expresión que permitan, aparte de reafirmar
identidades, transmitir valores con originales lenguajes verdaderamente
ciertos. La persistente contaminación a través de un lenguaje engañoso nos está
dejando sin tiempo para pensar, y esto es grave, máxime en este momento en que
vamos de falsedad en falsedad, que es justo lo que desean los que codician
insaciables el poder, a través de la tenencia del dinero, para poder robarnos
hasta la libertad de ser uno mismo. Dostoyevski, precisamente, dejo escrito
algo memorable al respecto, que no me resisto a transcribir: “Quien se miente a
sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega al punto de no poder distinguir
la verdad, ni dentro de sí mismo ni en torno a sí, y de este modo comienza a
perder el respeto a sí mismo y a los demás. Luego, como ya no estima a nadie,
deja también de amar, y para distraer el tedio que produce la falta de cariño y
ocuparse en algo, se entrega a las pasiones y a los placeres más bajos; y por
culpa de sus vicios, se hace como una bestia. Y todo esto deriva del continuo
mentir a los demás y a sí mismo”. Esto nos exige, sin duda, volver a nuestras
habitaciones interiores para dejarnos alentar por el propio pulso, que todos
llevamos consigo, puesto que somos ese purificador verso interminable, desde el
momento mismo de nacer.
Es cuestión de dejarnos interpelar por esa voz íntima, que
nos insta a vernos a la luz de las níveas metáforas, sumando miradas en la
misma dirección, y viéndose uno mismo entre ellas. ¿Qué es el camino, sino una
manera de sentirse? Sin los sentimientos nada sería lo que es, hasta el punto
de que –como dijo el escritor español Francisco de Quevedo (1580-1645), “los
que de corazón se quieren sólo con el corazón se hablan”. Y así es, el
manantial existencial nuestro no es otro más que nuestro específico pulso de
vida. Cada cual tiene la edad de sus emociones. De ahí la importancia de cuidar
nuestros entornos. No vayamos a perder la capacidad de asombro ante tanta
pérdida de masa forestal, o el propio sentido humano, ante la avalancha de
crueldades que nos circundan. Sea como fuere, es tiempo de mejores gobernanzas, pero también de escucharnos mar adentro. A un
gran corazón nada se le resiste, ninguna ingratitud lo cansa, nadie lo detiene.
Tratemos de ver con el frenesí de nuestras propias entretelas. Seguramente,
entonces, nos atreveremos a compartir el sufrimiento de nuestros análogos,
reconociendo de este modo que con nuestra contribución es como el mundo puede
cambiar. Sinceramente, todos podemos aportar algo en ese cambio, concertando y
conviniendo, que la realidad no puede estar sumisa a don dinero, sino al
celeste verso y al verbo humano para recuperar su innata armonía, a la que
hemos de regresar por siempre.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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