Algo más que palabras
Un corazón de poeta
“En la clarividencia de Juan José Guardia Polaino vemos que
la vida es un verso de amor interminable y que vivir es un acto de luz para
repatriarse eternamente al reino de la poesía”
El ser humano por principio está continuamente en salida,
debe estarlo, al menos para coexistir cercano a su análogo, siempre en guardia
para compartir situaciones concretas, dispuesto a interrogarse y a verse en los
demás, para hallarse consigo mismo y dar respuesta a su distintivo fundamento
existencial. A veces estamos más muertos que vivos, a pesar de tantas siembras
de quehaceres, pero hacemos poco silencio y nos perdemos en inutilidades, que
no facilitan el encuentro, ni tampoco el desprendimiento de lo “mío” hacia el
“nosotros”. Con frecuencia, olvidamos que este mundo ha de ser de todos y de
nadie en particular. Menos mal que, en ocasiones, nos sorprende algún don Quijote
andante, sembrando sonrisas de agradecimiento e injertando ofrendas poéticas
francamente alentadoras. Es lo que hace un soñador del campo de Montiel, un don
nadie o quizás un todo, porque él por sí mismo es un poeta en guardia, Juan
José Guardia Polaino, Gran Maestre del
verso y discípulo de Quevedo. En efecto, vive sin apenas hacer ruido, pero
siempre está en marcha para donarse. A todas horas practica la liturgia
embellecedora del Parnaso y nos acerca con gratuidad y gratitud la experiencia
de mirar hacia arriba y de pensar sobre nuestro regreso a la poesía, de la que
jamás debimos apartarnos.
Por
ello, es importante rescatar la memoria, reunirse con nuestros predecesores
como lo hace Juan José Guardia Polaino en su último libro “ido el fauno… a don
Francisco de Quevedo”, poniendo su alma en el alma de otro soñador como lo fue
el escritor español del Siglo de Oro, señor de La Torre de Juan Abad y
caballero de la Orden de Santiago, porque “vos, siempre lo supisteis… la vida
no se os acababa ante las tapias de la muerte; quedasteis deambulando, anclado
en vuestro polvo enamorado…”, o lo que es lo mismo, en el reposo de la palabra
tras una vivencia de espíritu inquieto. Quizás, en consecuencia, tengamos que
usar más el lenguaje de nuestras entrañas, pues este mundo es un abecedario de
intereses que nos está convirtiendo en
auténticos pedruscos, sin sentimiento alguno, y lo que es peor, sin humanidad ninguna. Sea como fuere, en la
clarividencia de Juan José Guardia Polaino vemos que la vida es un verso de
amor interminable y que vivir es un fascinante acto de luz para repatriarse
eternamente al reino de la poesía, y al igual que cada poema es único, también
nosotros somos exclusivos a través de ese latido, que hemos de poner en
conjunto y que todos llevamos mar adentro.
Estimo, por tanto, que es vital retornar al verso y hacer
sosiego para adentrarnos en lo fructífero que es discernir, sobre todo a la
hora de disponernos a tomar la palabra, pues todo tiene su momento, ya sea para
hablar o para callar, convencido de que así seremos más inspiración cada día.
Realmente, Juan José Guardia Polaino, convive entregado al sigilo, eso sí,
dialoga con Quevedo a todas horas, hasta el punto que se hablan con el corazón
y se entienden con la mirada. ¡Cuánta lealtad y nobleza en este cantor de
cuerpo entero y de visión profunda! A golpe de lírica nos recuerda que “las
gentes, los paisajes, el pasado, las costumbres, los vivos y los muertos, los
labios, las acequias –que siempre gritan la humanidad del hombre, y todo cuánto
ha quedado escrito en los pliegues de la historia, conforman esta gratitud”.
Cuánta falta de valores, de gratuidades y agradecimientos en este mundo de hoy,
deshumanizado como jamás, en el que hasta tres millones de personas sufren de
inseguridad alimentaria crítica en el mundo, y casi un millón de niños de,
entre seis meses y cinco años, padecen malnutrición aguda, y 440.000 se
enfrentan a malnutrición aguda grave, según los últimos informes de Naciones
Unidas.
En cualquier caso, la poesía es esperanzadora, tiene la
virtud de rescatarnos, de volvernos hacia esa autenticidad que nos embellece y
humaniza, realzándonos al evocar ese hálito humilde que conserva Juan José
Guardia Polaino, y ahí realmente es donde radica su grandeza, en ese sabio
corazón de poeta que sabe que es vasija de barro, pero pulso eterno de verbo, y
como tal siempre camina versando: el amor con el amar en el amor. No perdamos
más tiempo. Confiemos en nuestra escucha y vayamos al santuario interior de
nuestra voz, con la ilusión de estar en asistencia para servir más y mejor a
nuestros semejantes, no para servirnos de ellos utilizando el pedestal del
poder de don dinero, que es lo que verdaderamente nos separa y destruye. Ya
está bien de tanto “yo” en el centro del mundo, de tanto aparentar lo que
tampoco se es, propiciemos la unión de pulsaciones y renazcamos hacia un
lenguaje que nos hermane hacia esa melódica sintonía de vivir para las gentes,
como Juan José Guardia Polaino lo hace teniendo abiertos los balcones de su
alma y dispuestos los candiles para alumbrar su historia, la huella dejada por
el inconfundible Quevedo.
Víctor Corcoba
Herrero/ Escritor
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