PROPÓSITO DE UN CAMINANTE
Confieso al mundo que, cada día,
he podido reconocer al divino Caminante.
Abiertos los ojos a la luz, deseo compartir mi esperanza.
Quiero despojarme de las heridas
rehacerme y renacerme,
volver a ser yo mismo,
reiniciarme y resucitarme,
liberado del peso de este mundo.
Venga a mí el consuelo
del Crucificado,
comparezca el Señor en mí,
necesito levantarme,
ponerme en camino, nacer de nuevo.
Es tanto el dolor que llevo,
es tanta la amargura que me invade,
que mi corazón se resiente,
y mi alma busca otro horizonte,
donde poder gozar de los días.
No quiero más lamentos,
me niego a ser un derrotado,
busco una amapola
en la que apoyar mis labios,
para tejer otras sensaciones de luz.
Las manos son débiles,
pero el ánimo me fortalece,
estoy cansado, pero no hundido,
aún tengo fuerzas,
para escribir este último poema.
En efecto, con la palabra
abrazo al mundo,
y con la mística del espíritu,
me reencuentro más allá del dolor,
y más cerca de Jesús.
Su llamada siempre está ahí,
permanece toda la existencia,
persiste a pesar de nuestros pesares,
persevera en nuestras contradicciones,
sigue e insiste en nosotros,
a la espera de nuestra respuesta.
Olvidamos que somos hijos de la vida,
y que a ella hemos de trascender;
tras probar este infierno de lenguajes,
llegaremos al silencio, al verso de Dios,
pues la muerte es un pulso y una pausa.
Víctor Corcoba Herrero
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