Algo más que palabras
SIEMBRA DE BUENOS
DESEOS
“Pensemos que no aguardar nada es como morirse en vida,
porque la misma existencia, es empeño por vivir; no en vano, el futuro está
impreso en el deseo”.
Es tiempo de apertura, de abrazar los anhelos y de
reavivarnos unos a otros, lo que nos exige comprensión y compasión, en un
momento de balances y propósitos, en el que la asistencia y la hospitalidad
deben de formar parte de nuestras vidas. Por ello, hemos de tomar conciencia de
lo mucho que tenemos por hacer; y, en consecuencia, es vital organizarse,
coordinar labores, ponernos en camino, al menos para llevar una sonrisa de
acompañamiento a las muchas víctimas inocentes de la injusticia humana. Sabemos
que la tarea no es fácil, fraternizarnos con este espíritu tan egoísta que
portamos (sálvese el que pueda), impide algo tan básico como erradicar la
pobreza en el mundo, proteger el astro, y garantizar la dignidad para todos los
moradores. En cualquier caso, bienvenidos los buenos deseos, aquellos que ponen
en el centro a la persona y al planeta, con la ternura de Navidad y la
esperanza en ese camino de amor, al que todos estamos adscritos. Pensemos que
no aguardar nada es como morirse en vida, porque la misma existencia, es empeño
por vivir; no en vano, el futuro está impreso en el deseo.
Ojalá que al calor de esa estrella poética, cuyo abecedario
es la entrega incondicional, hallemos la fuerza de la certeza para salir de
este aliento corrupto, que todo lo corrompe a través de una ciega cultura
putrefacta, dejándonos abatidos. Sin duda, hemos de reaccionar más pronto que
tarde con otras políticas sociales, si en verdad queremos mantener una
humanidad más hermanada, a través de un orbe limpio para todos, en el que la
solidaridad con ese mundo paciente ha de ser de corazón. Crucificados y
agonizantes los débiles, casi siempre por ese otro mundo privilegiado, nos
demandan otros dominios más ecuánimes. Por desgracia, la deshumanización es tan
fuerte que parece que llevamos puesta una coraza. Tanto es así, que resulta
complicado tender puentes, compartir sueños, armonizar todas las
potencialidades humanas. Con frecuencia, olvidamos que en la diversidad y en la
universalidad de formas, es donde conviene radicar la virtud del encuentro, en
esa llamada de acción conjunta, sobre todo en la lucha por un orden social más
equitativo, en el que todas las tensiones puedan ser absorbidas por ese valor
comprensivo, que suelen cultivar las gentes de talento y de buen talante.
Naturalmente, todos estamos a tiempo de cambiar de
actitudes. Quizás tengamos que ir a contracorriente. Pero el mañana es de la
gente que vive, no del oportunista, ni tampoco del poderoso, sino de aquella
ciudadanía que se afana por combatir la intolerancia, que trabaja codo a codo
en la construcción de espacios habitables más pacíficos. Desde luego, el cese
de hostilidades tiene que ser una acción prioritaria en un mundo que aspira a
no fenecer en su propia miseria humana. Porque amar es más que un sentimiento,
es un disposición, un acto de voluntad que consiste en solidarizarse con el
análogo de manera permanente, pues por encima del propio bien de uno, está el
bien de los demás. Precisamente, el amor y el deseo suelen formar parte del
impulso de las grandes hazañas, de los magnos acontecimientos, de las buenas
obras en suma. A partir de esta perspectiva, el momento es muy apto para
vivirlo en familia, o para dejarse acompañar en sociedad por todos aquellos que
esperan una época nueva más fraterna, distinta, pero jamás distante, ya que la
paz vivida como familia es la meta a la que aspira la humanidad entera.
Justamente, la concordia es una actitud llamada a reunirse y
a unirse, a ser colectiva. De ahí, lo fundamental que es no apagar este hálito
navideño durante el año, ya que si los buenos deseos florecen siempre, la
auténtica generosidad lo ilumina todo, principalmente para dar satisfacción a
ese insaciable deseo de la mente de ver la verdad y de sentir el afecto como
lenguaje del camino. Conservemos, pues, la ilusión de volvernos un poco niños,
la mejor identidad nuestra, el emblema del eterno consorcio entre el pasión y
la constancia. Prosigamos, por tanto, en la confianza de convertirnos en un
buen acompañante de nuestros similares aquí en la tierra. En efecto, son los
actos de cada uno como peldaños de una escalera, verdaderamente nos entusiasma
subirlos, la cuestión es remontarlos unidos para luego abrazarnos todos a la
llegada, sin que nadie falte. ¡Cuidado!, que ninguno se quede en el camino por
nuestra culpa. El abrazo será más triste. Nos faltaría algo por ese alguien
excluido. ¡Recapacitémoslo!
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario