Retóricas repelentes
“La paz necesita de otros lenguajes más del corazón,
emanados del naciente de la verdad”.
No me gustan esas gentes que imprimen a su paso un lenguaje
incendiario destructivo. Por mucha retórica que se utilice, la falsedad nos
destruye nuestra alentada existencia. No olvidemos que la evidencia siempre
triunfa por sí misma. Por tanto, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. A
mi juicio, hay que poner techo en algunas actitudes. Ya está bien de esparcir
veneno hacia aquellas personas que piensan diferente a nosotros. Un respeto,
por favor. Cuidado con el odio sembrado, tan de moda en esta época, por cierto
extendido como la pólvora a través de las diversas redes sociales, pues este
modo de proceder engañando, de confundirlo todo, lo que genera es un ambiente
trágico de violencia y crueldad que nos acaba devorando como especie. En
consecuencia, todos estamos llamados a promover otras miradas más auténticas,
otras visiones más verídicas, también a pronunciar otros discursos menos
vengativos, para poder defender aquellos valores que nos unen, y así también
poder cimentar una sola familia humana que, como tal, no tiemble de frío.
El vínculo que nos une no es tanto de sangre, sino de
respeto y de consideración. No lo tenemos fácil. La cordialidad brilla tantas
veces por su ausencia, que los calvarios se acrecientan porque las generaciones
actuales no se respetan ni así mismas.
Como jamás, cultivamos retóricas verdaderamente repugnantes, que nos dejan sin
palabras. Musulmanes asesinados a tiros en mezquitas, judíos baleados en
sinagogas, cristianos disparados en oración, niños a los que se les extermina
hasta su propia inocencia, mujeres a las que se les impide pensar en igualdad
con los hombres, individuos a los que se les reprime manifestarse de forma
pacífica, ciudadanos a los que se les coartan sus sueños de transformar la
economía mundial y crear un mundo en el que las empresas puedan avanzar de
forma sostenible satisfaciendo al tiempo las necesidades de los más
vulnerables… Podríamos continuar enumerando nuevas realidades que nos
abochornan y repelen. Ante estas situaciones no cabe otra que la unión y la
unidad, lo que requiere de cada uno de nosotros salir de ese estado de
confusión por el que a veces transitamos, queriendo o sin querer, pues la paz
necesita de otros lenguajes más del corazón, emanados del naciente de la
verdad.
Indudablemente, si queremos contribuir al cambio de
comportamiento, no puede quedar nada impune,
lo que nos exige reconstruirnos bajo otros espacios más equitativos,
mediante un clima de sinceridad que movilice nuestras propias energías hacia el
encuentro con el prójimo, hasta hacerlo próximo a cada cual. En efecto, todos
estamos llamados a ser comunidad, y en esto la fuerza de lo armónico, es
primordial. Nunca habrá sosiego entre análogos si cultivamos la hipocresía como
diálogo, y este conversar lo adoctrinamos a nuestro antojo. Pensemos que la
certeza es única como únicos somos también nosotros, y que es verdaderamente lo
que nos acerca. Quizás tengamos que regresar, una vez más, a ese aliento que
nace del propio devenir de las cosas
para poder entendernos y, bajo esta potestad de familia pensante, poder
decidir racionalmente entre tanta diversidad. Ahora bien, hay que estar alerta,
con esa atmósfera de manipuladores que nos gobiernan a veces, pues su fuerza es
realmente demoledora.
No hay ninguna religión, y cito al Papa Francisco que
continuamente lo recuerda, ya sea el islamismo o el judaísmo, que promueva la
violencia, así que quienes cometen esos crímenes, esos denominados líderes
religiosos, son sencillamente falseadores, sociedades sin escrúpulos que han hecho
de la simulación su propio árbol del edén. Esto se ha extendido tanto en las
colectividades actuales, sobre todo en ciertos líderes políticos, que algunos
seres humanos son tan dobles que ya no son conscientes de que piensan
justamente lo contrario de lo que dicen. Ojalá nos despojemos de la malicia de
la apariencia y hallemos otro pulso, más níveo, al menos el de la poesía, que
será una buena manera de dejarse abrazar por lo genuino. Téngase en cuenta que
todo ser humano está influenciado por su
propio ambiente, y que lo primordial es encontrarse con uno mismo a través de
los cuidados y del amor de los demás. Al fin y al cabo, todos somos un pedazo
de alguien metafóricamente y, asimismo, un trozo del universo. En consecuencia,
en lugar de estas retóricas repelentes que, personalmente me agotan, prefiero
la estética de la moral que al menos nos corrige y nos hace sentir bien.
Víctor
Corcoba Herrero/ Escritor
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