La vida como un cometido
“La señal más verdadera que podemos transmitir a nuestros
sucesores es la serenidad constante que imprimen nuestros propios pasos, cuando
en realidad tejen conciencia en la misión de viandantes”
La vida es un empuje permanente. Si no se le tomara como un
cometido, dejaría de ser historia para convertirse en un abismo. Por eso, se
requiere fortaleza para la ofensiva y vigilancia continua para tomar la
orientación debida. Sin duda, cada día es un nuevo renacer a ese combate
inherente a la propia vivencia. También una oportunidad más para enfrentarnos
al poder corrupto que todo lo vicia. En demasiadas ocasiones, nuestras andanzas
en vez de ser constructivas son destructoras. Ojalá aprendamos de otras fuentes
menos avasalladoras, a convivir solidariamente, a dominar nuestros impulsos
envenenados, sintiéndonos despiertos en todo momento; si acaso, con un afecto
batallador ante las embestidas de lo perverso. Quizás nuestro triunfo como
seres pensantes sea, precisamente, esa capacidad de discernimiento anímico. Sin
duda, el momento actual nos exige ser más reflexivos, conocimiento que no se
adquiere a través de títulos académicos, sino por nuestras posibilidades de
acción y reacción en el vivir, para no convertirnos en marionetas a merced de
las modas del momento.
Indudablemente, la mayor sabiduría que existe es reconocerse
uno mismo ante el guión existencial; que no es otro, que escuchar mucho, hablar
lo preciso y arrepentirse lo necesario. En efecto, hay que estar alerta,
examinarlo todo y repensarlo más, buscar tiempo para nosotros, reservar espacio
para reencontrarnos. La dimensión del terror sobre el planeta es brutal. Sólo
hay que ver la cantidad de crímenes que a diario se suceden en cualquier rincón
del mundo. Está en juego nuestra propia subsistencia como linaje. No podemos
continuar pasivos. Es menester asumir la dinámica de la ofensiva frente a los
mil tropiezos que los humanos nos ponemos entre sí. Lo inmoral no puede
gobernarnos. Tampoco podemos, ni debemos, continuar ignorando las graves
injusticias que hemos creado nosotros mismos. No es posible vivir sin corazón
al cuidado de nuestro hábitat común y de la promoción del bien colectivo.
Aprendamos la lección. Caminemos unidos, con una mirada apaciguadora siempre y
con la mano abierta a la esperanza, al menos para construir un orbe más justo y
más fraterno. Por desgracia, cada jornada son más los constantes y crecientes
ataques contra ciudadanos de bien, defensores de los derechos humanos o gentes
que expanden la verdad.
Cuidado, por tanto, con esta atmósfera violenta y
deshumanizante que nos ensombrece el cielo, requiriendo de soluciones
coordinadas, bajo el sustento de una coherente visión moral del mundo. Desde
luego, la mejor ofensiva no pasa por la escapada, sino por la identificación
del análogo y en reconocer nuestra propia ignorancia, para construir puentes,
sanar heridas y estrechar lazos; y, así, poder llevar entre todos los humanos,
las diversas cargas que la propia existencia por si misma expande. En
consecuencia, la apuesta por una sociedad civil libre, diversa y activa es
fundamental para cualquier forma de guía; y, como tal, ha de ser protegida, no
estigmatizada o perseguida. Cuesta entender, además, la continua fiebre de
ataques contra el personal de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas.
Deberíamos, la humanidad en su conjunto, no escatimar esfuerzos para
identificar y enjuiciar sin demora a los autores de esta avalancha de crímenes
de guerra, reafirmándonos como especie comprometida activamente en el servicio
a los demás, en dar la vida por un ideal humanístico, como el deseo de
concordia, o de mediación sin venganza. Desde luego, la señal más verdadera que
podemos transmitir a nuestros sucesores es la serenidad constante que imprimen
nuestros propios pasos, cuando en realidad tejen conciencia en la misión de
viandantes.
En cualquier caso, y ante esa mirada global de historias
humanas, solo cabe gran prudencia con las fogatas que habitualmente solemos
levantar contra el que camina a nuestro lado, esta no es la solución, pues, las
hogueras pueden arrebatarnos a cualquiera de nosotros; de ahí, la importancia
de estar a la ofensiva, pero con el acceso interior abierto a entenderse, con
respuestas que estimulen, que proporcionen aliento y nuevo vigor, tanto en el
moverse como en el verse. Lo vamos a necesitar, porque el mundo no ha cumplido
ninguno de los objetivos de biodiversidad mundial fijados para el año 2020; y,
al mismo tiempo, se enfrenta a un déficit de financiación de más de 700.000
millones de dólares anuales hasta 2030. Toca, pues, trabajar la reconciliación
con la convicción de lo auténtico, ocuparse y preocuparse mucho más de los
abecedarios armónicos entre la humanidad y la naturaleza, tras el continuo
maltrato de los humanos a nuestra propia morada; hacerse con el entusiasmo de
rehacerse con el ser de las cosas; sin obviar esa búsqueda permanente
concienciada con el valor de decir siempre la verdad, aunque duela. Ella, sí la
evidencia, será la que nos libere de nuestras ataduras.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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