Del descontento a la desesperación
“Las personas deben ser el elemento esencial de nuestros
gobiernos”
Hay un descontento generalizado por el planeta que debe hacernos
repensar a todos, sobre el motivo de dichas causas. Lo cierto es que cada día
son más las naciones desoladas, que están pasando un periodo complejo y difícil
de agitaciones sociales y políticas. La violencia, la miseria y la pandemia de
COVID-19 están llevando a millones de familias al borde de la desesperación. La
llegada de una importante crisis socioeconómica y humanitaria, con fuertes
tasas de pobreza a nivel global, nos está debilitando como jamás. Urge, por
tanto, primero aplacar la ola de disturbios sociales y después evitar que se
produzca un mayor deterioro de la situación, protegiéndonos mutuamente.
Desde luego, resulta particularmente preocupante la falta de
liderazgos orientados a fortalecer la promoción y protección de los derechos
humanos y a vigorizar la confianza entre la ciudadanía, con mayor énfasis en
las personas en situación de vulnerabilidad. También se echa en falta la
sensibilidad de los gobiernos en la protección social y en la falta de empeño
de la ciudadanía por ser más solidarios. Asimismo, son preocupantes los
persistentes ataques a los mecanismos de justicia establecidos para luchar
contra la arbitrariedad y los abusos de poder. Sin duda, hoy más que nunca, nos
hace falta ese espíritu cooperante de escucha y de acción, para mejorar esta
atmósfera de tinieblas, que nos está dejando sin aire a la hora de caminar.
La situación se ha vuelto desesperante para mucha
ciudadanía, que ha perdido toda expectativa de cambio, acrecentándose la
tensión social y el desorden. A medida que el espacio cívico se aminora,
también lo hacen los derechos humanos. Nadie respeta a nadie y esto es muy
grave, gravísimo; ya que están surgiendo nuevas fuerzas que nos esclavizan.
Será bueno romper cadenas, avivar encuentros y poner más entusiasmo, en renacer
hacia ese horizonte que busca vivir en armonía con todos. Lo importante es
retomar un rumbo en común, que nos reintegre en el bien colectivo y nos hermane
más allá de las fronteras y de los frentes que, absurdamente, solemos levantar
unos contra otros.
En una sociedad realmente diversa, tenemos que confluir para
establecer relaciones saludables, para compartir andares y, en definitiva, para
volver a ser ese hogar de pueblo, repoblado de abecedarios ilusionantes en su
conjunto. Por si fuera poco, esta pandemia nos ha desalentado; lo que nos exige
de cada uno de nosotros una toma de decisiones valientes, para cuando menos
poder frenar ese fuerte huracán de locura que arrasa el mundo, porque
ciertamente los problemas están interrelacionados, y únicamente se resolverán
el día que en verdad tomemos conciencia de destronar de nuestro lenguaje ese
círculo vicioso corrupto que impera hoy por la tierra.
En consecuencia, frente a esta atmósfera decepcionante, sólo
cabe el sosiego en todas partes; y, en este sentido, todos los países deben
mostrar un ánimo más rehabilitador, volviendo a considerar al ser humano como
centro de humanidad sobre aquello que nos circunda; puesto que la vida por si
misma está basada en el arte de unirse y reunirse, más allá de las visiones que
nos enfrenten. Ahí radica el avance, en reconocer en el análogo un aliento más
de nuestra propia vida.
Las personas deben ser el elemento esencial de nuestros
gobiernos. Por ello, deseo que todos los moradores del mundo puedan construir
juntos espacios de convivencia, a través de los diversos puntos de
concurrencia, que es lo que en definitiva nos engrandece como humanidad.
Dicho lo cual, mantengamos viva la llama de la conciencia
colectiva, a pesar de los muchos pesares que nos asolen, ya sea por los
contextos envenenados o la memoria de los horrores acontecidos ya, porque lo
importante al fin es renacer, tender puentes, romper ataduras de intereses,
sembrar conciliaciones y reconciliaciones, esparcir sueños y enhebrar anhelos,
pues vivir a todos nos pertenece y a todos nos obliga a dar testimonio de
nuestra generosidad hacia el semejante. Indudablemente, es posible un camino de
paz. El punto de inicio debe ser la mano tendida y extendida siempre. Porque
hoy por mí y mañana por ti, todos necesitamos de todos. Esta es la pura
realidad que nos interroga y debe tranquilizarnos.
Lo que no es de justicia es machacarse uno así mismo, por
los sistemas de lucro egoísta y las tendencias ideológicas que nos repelan
entre sí, confundiéndolo todo y destrozando los principios y valores que nos
armonizan. Ojalá aprendamos a restaurarnos como especie pensante. De nosotros
dependen, tanto esa reparación humanística encaminada a dignificarnos como
también esa reposición forestal, que será lo que nos ayude a afrontar esta
doble agonía, la del clima y de la biodiversidad. No olvidemos la lección que,
a su vez, la pandemia nos ha legado, poniendo de relieve lo endebles que
florecemos y lo interrelacionados que estamos.
Está visto, pues, que si no nos cuidamos entre sí el mundo
desfallece. Cada verso es un latido necesario para ese poema interminable que
ha de ser de gozo y alegría, todo lo contrario a lo que vivimos en la
actualidad. Esta es la cuestión. Somos hijos del amor y hemos de amarnos (no
odiarnos). Somos inspiración y hemos de crearnos y recrearnos (no
atormentarnos). Somos, sí somos,
dejémonos ser parte del poema (no injertemos pena). Vuelvan los poetas a tomar
la tierra hasta convertirla en cielo. Compasión y pasión por la empatía.
Regrese la poética.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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