Urge recuperar la dignidad que el trabajo confiere
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
La gran injusticia de este siglo es la pasividad de los
gobiernos frente a la desbordante desigualdad de sus moradores y la falta de
oportunidad de los excluidos socialmente. No valen las migajas. Andamos con la
fiebre limosnera para acallar las conciencias, pero esa no es la solución,
máxime cuando tenemos el derecho a un trabajo digno y el deber de trabajar.
Todo parece indicar que el desempleo va a seguir creciendo, lo que agravará el
malestar social, sobre todo en Europa. También, en algunas zonas de América
Latina y el Caribe, las perspectivas de empleo se han deteriorado. Tampoco
mejora la situación en África, ni en las regiones de Asia Meridional, o en las
mismas economías avanzadas. Tan sólo en Estados Unidos y en Japón, las
condiciones de avance parecen despuntar.
Lo cierto es que en el mundo, cada día tenemos más empleo vulnerable,
mayor inestabilidad, y una gran diferencia de ingresos. Ante este panorama
desolador, convendría que todos los líderes internacionales reflexionasen sobre
esta nueva lacra, y activasen soluciones para que todo ser humano pueda
realizarse como ciudadano. A veces me pregunto, ¿para qué tantos itinerarios si
luego nos cargamos el futuro de la gente?. Esto es grave, gravísimo, muy grave.
No podemos continuar por esta línea de desequilibrio. Tenemos un sistema
económico inhumano, que cierra las puertas de la vida a multitud de personas. Y
esto, cuando menos, ha de inquietarnos.
Aniquilar el horizonte de una buena parte de la ciudadanía
es una barbarie que no podemos permitir. Hemos perdido el corazón cuando
descartamos una generación de jóvenes, y nos quedamos tan pasivos. No hay mayor
crueldad que ese pensamiento para la propia especie. Esto es trágico. La
cultura del bienestar no puede estar al capricho de unos pocos. Los políticos
han de trabajar mucho más por esa ciudadanía a la que representan y a la que
han optado libremente servir; no para servirse de ella, como en realidad se
hace, sino para ayudarles a reencontrar el camino de su propia autonomía. Si en
verdad queremos proteger nuestro linaje, hemos de tomar como prioridad, la de
promover un empleo decente para toda aquella persona en edad laboral. Tampoco
podemos disociarnos, las sociedades han de ser más inclusivas, menos
excluyentes, puesto que la globalización es una realidad. Por consiguiente, el
empleo ha de tener ese aire globalizador y dinámico. Hace tiempo que la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) defiende la propuesta de un
objetivo de desarrollo sostenible dirigido a promover un crecimiento económico
sostenido, inclusivo, de empleo pleno y productivo, de trabajo para todos. Sin
embargo, los hechos son bien distintos; de ahí, que reivindique la urgencia de
recuperar la dignidad que el trabajo confiere. Es hora de la acción conjunta y
coordinada. Los pobres no sólo pide pan para el sustento, requieren también
sentirse útiles socialmente, reinsertados. Quieren olvidar las atmósferas que
le han denigrado, desfigurado y explotado en la mayoría de las veces.
Hemos de hacer un pacto por el trabajo a nivel mundial. El
drama del desempleo no puede cohabitar con nosotros. Hay que dar remedios.
Estar sin trabajo no es únicamente carecer de lo necesario para vivir, ¡no!, es
algo más; es negar la dignidad a la persona. Y esto marca, claro que marca,
hasta el punto que habría que reexaminar estos modelos de desarrollo tan
injustos. A mi juicio, estamos ante una emergencia histórica, que interpela a
la responsabilidad social de todos, empezando por una mayor voluntad de ofertar
puestos dignos. No olvidemos que los trabajadores tienen mayores posibilidades
de acceder a estos empleos si existen instituciones que les ayuden a participar
en este mercado, mediante cursos y orientaciones, mediante políticas de
cualificación profesional. Todos necesitamos sentirnos respaldados. Por otra
parte, la negociación colectiva y el salario mínimo son dos instituciones que
no pueden entrar en crisis, sobre todo para apoyar los salarios más bajos de la
escala salarial. Asimismo, las políticas sociales redistributivas son el
principal medio con que cuentan los gobiernos para modificar la distribución de
los ingresos. Desde luego, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al
centro de nuestras acciones y, sobre este pilar, han de reconstruirse nuevas
estructuras sociales encaminadas a poner orden y honestidad, con tenacidad pero
sin fanatismo, con pasión pero sin violencia, donde hay indiferencia y
corrupción. La buena gobernanza, la estabilidad social y la justicia económica
no son meras palabras, son la esencia de
un derecho humano fundamental como es el trabajar.
Hoy en el mundo tenemos menos dignidad por esa falta de
trabajo. Esto debiera ser la principal preocupación de todos los gobiernos del
planeta. Este sistema económico idolátrico ha fermentado, aparte de un caudal
de violencias, la pérdida de toda ilusión. Verdaderamente, necesitamos
políticas justas que nos hagan salir a todos adelante. Esto es particularmente
desalentador para los jóvenes, a los que les venimos trucando sus sueños. Están
formados pero han perdido la certeza de su valor y de su valía. Requerimos
además la eliminación de cualquier trabajo indecente. Al mismo tiempo, hemos de
volver al rigor moral que hemos perdido.
La ética debe globalizarnos. No estamos aquí para vendernos unos otros. Resulta inaceptable que el trabajo se
haya devaluado, hasta convertir en moneda de uso corriente, los diversos
abusos. En el mundo hay millones de niños trabajadores. En todo caso, estamos
para proteger al ser humano y también para custodiar nuestro propio hábitat y
que las generaciones futuras puedan seguir avanzando. Sólo así habrá una
auténtica promoción del ser humano. En consecuencia, los diversos Estados deben
garantizar el trabajo, teniendo en cuenta que una sociedad abierta al progreso
no debe encerrarse en sí misma, en la defensa de los intereses de unos pocos,
sino que ha de mirar con la perspectiva del bien colectivo para entusiasmar a
toda la especie.
Naturalmente, los años pueden arrugarnos la piel, pero
renunciar al entusiasmo que todos llevamos implícito, conllevaría contraer
nuestro propio espíritu. El notable
número de hombres y mujeres obligados a buscar trabajo, más por necesidad que
por elección, lejos de su patria ya es motivo de agitación, y esto no debe
dejarnos indiferentes y sin fuerza para luchar. En este sentido, es una buena
noticia que la misma Organización Internacional del Trabajo elabore políticas
que maximicen las ventajas de la migración laboral para todas las partes
involucradas. Al final, es el trabajo en conjunto lo que nos engrandece como
familia humana. Jamás es el trabajo lo que corrompe, sino la ociosidad con su
bucólica inercia. De ahí, lo analgésico que es trabajar, no con lo que uno
imaginaba, sino descubriendo aquello que uno porta consigo. Con razón el
trabajo es un bien de todos, y por ende, ha de estar al alcance de todos.
Por eso, es fundamental la creatividad solidaria. Un gobierno que ya no es capaz de
avivar el empleo con políticas que entusiasmen, mejor abandone el barco. Lo
mismo digo, para aquellos componentes de la sociedad que repudian un estilo de
vida solidario, mejor desisten de ser guía. Dejemos, pues, el liderazgo para
aquellos ciudadanos que han optado por un trabajo de constancia, de método y de
organización que nos confraternice. Al fin, lo que importa es cuanto amor
ponemos en lo que realizamos para endulzarnos esta existencia unos a otros. Los
auténticos promotores de armonía saben que la clave radica en partirse el
corazón y en repartirse la vida. Lo que es insolidario y vergonzoso es la
indiferencia entre gobiernos que hacen el mal y el pueblo que lo deja hacer.
Pensemos en esto.