viernes, 8 de mayo de 2015

Algo más que palabras

Activar la transparencia para fomentar el acercamiento

 Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

El mundo, en los próximos años, tiene que prioritariamente activar la trasparencia y fomentar el acercamiento entre culturas. Sin duda, la ciudadanía tiene que sentirse unida y, a la vez, emancipada de toda cadena dominadora. La prepotencia de las ideologías, el acoso dominante de los pudientes, la persistente dependencia de la tesis económica, nos viene desplazando a una realidad mundana, sin horizontes ni esperanzas. En ocasiones, obviamos que el verdadero progreso radica en la superación de todas estas sumisiones, casi siempre inhumanas, y verdaderamente crueles con todo ser humano. A veces la realidad nos supera hasta nuestros propios sentimientos, dejándonos el alma desconsolada. Naturalmente este mal estar al final nos pasa factura. Comprendo, pues, que las depresiones, las fobias, los trastornos de la conducta alimentaria, el alzhéimer o los trastornos por déficit de atención e hiperactividad, nos desborden. Por desgracia, con tantos agentes que nos trastornan el ánimo, alterando nuestra manera de pensar y de sentir, todo es posible. El mismo miedo, o el egoísmo que tanto proliferan en el mundo actual, enmascaran nuestra capacidad de raciocinio, hasta volvernos realmente un mero producto de mercado. Bajo estas mediocres concepciones, todo se ha vuelto irracional y esperpéntico. A esto hay que sumarle la devaluación moral de la humanidad, con lo que conlleva de falta de discernimiento entre el bien y el mal.

Ciertamente, navegamos en el desequilibrio, y esa falta de juicio, nos está llevando a tantos callejones sin salida, que nos dejan sin esperanza alguna. Nunca como ahora necesitamos la convicción de sentirnos libres para fomentar ese acercamiento comunitario. Quizás tengamos que abrir las puertas del corazón mucho más. Precisamente, durante estos días, Estrasburgo (el 2 de mayo), Bruselas y Luxemburgo (9 de mayo) han abierto las diversas instituciones con el fin de celebrar el Día de Europa, de una manera festiva y divertida para toda la familia humana. Desde luego, me parece interesante esta apertura institucional si en verdad queremos trabajar por una Europa más hermanada. No olvidemos que sólo lo que se conoce puede empezarse a amar. Descubrir las acciones concretas, las principales preferencias y la amplia gama de trabajo de instituciones tan diversas como el Consejo Europeo, el Parlamento o la misma Comisión, ha de contribuir sin duda, a que el ciudadano reflexione y concentre sus fuerzas en la solidaridad como nuevo sentido a su existencia.

Sabemos que las instituciones por sí mismas no pueden solventar nada, tenemos que ser toda la ciudadanía la que decida asistir a los más débiles y a los que sufren.           No es la política la que salva la ser humano. Realmente, cada individuo es librado de sus penurias por el amor que nos injertemos unos a otros. Cuando uno experimenta una gran comunión con el otro, con su semejante, todo adquiere un nuevo sentido, una naciente fuerza que da certeza a nuestros pasos. Para ello, hemos de ser auténticos. La autenticidad es el mejor signo de transparencia. Únicamente así, podremos instaurar el dominio de la razón y de la libertad; y, por ende, fomentar la aproximación multicultural, tan necesaria y precisa para poder convivir en armonía. A ningún ser humano se le puede negar la autonomía de vivir según los principios éticos enraizados a su propia vida. La libertad de un pueblo no es sólo la de un pensamiento o de un culto privado, es una liberación que unos enraíza con nuestra específica moral. Por eso, siento un gran dolor cuando constato que el mundo todavía discrimina por razón de ideología, religión, raza o pensamiento. De ahí, la importancia de que cada 9 de mayo, la Unión Europea, no escatime esfuerzos y celebre la paz y la unidad en el día de Europa. Indudablemente cada gesto es significativo, pero son las ideas las que han de unirnos y, más en un tiempo como el actual, donde parece que todo lo conducen las máquinas, en lugar del mundo del conocimiento.

Es verdad que con el discernimiento se acrecientan las dudas, pero esto es bueno, porque nos hace más responsables a la hora de tomar decisiones. En efecto, el evento europeísta del 9 de mayo marca el aniversario del día en 1950 cuando Robert Schuman, uno de los fundadores de la UE, hizo su "Declaración Schuman", esbozando una visión de unir a los estados europeos independientes en una sola comunidad. Un proceso que fue gradual, pero que puso en primer lugar el espíritu solidario como carta de acercamiento. Él propuso la puesta en común de la producción de carbón y acero de diferentes países europeos y argumentó que esta empresa común sería "dejar claro que cualquier guerra entre Francia y Alemania no sólo resulta impensable, sino materialmente imposible". Fue ese objetivo el que puso la unidad, mientras que la discordia quedaría debilitada. Ahora también tenemos que buscar puntos de coincidencia, acompañados por el respeto a toda vida, por la dedicación a los más vulnerables y por la paciencia ante los difíciles caminos que se cruzan en nuestro tiempo.

Pienso, por otra parte, que tenemos que bajarnos de esta cultura dominadora que todo lo supedita a la producción, y que no deja al individuo libertad para tomar su propio camino. Está visto que para reconstruir un mundo más habitable para todos, hemos de avivar el espíritu de servicio muto, por encima de cualquier otra reivindicación. Estamos para servir a la ciudadanía, no para servirnos de la ciudadanía. Esto exige una transparencia de actitudes y de acciones continuas. Esta es la cuestión de fondo, lo que nos exige trazar procesos constantes de humanización y solidaridad. No es suficiente con una paz impuesta, es necesario conciliar los lenguajes y reconciliar los ánimos. Tampoco basta un apoyo puntual solidario, se requiere un trabajo decidido de confraternización. Todo es de todos, y como tal, con la convicción clara de que todos somos necesarios y precisos, luchamos por esa unidad desde la consideración a su manera de pensar y vivir. Por consiguiente, no caben las tremendas desigualdades que hoy perviven en el planeta, y que persistentemente van a poner mecha a una cultura del conflicto, que desparrama el desasosiego y la  desconfianza por doquier lugar.


Lógicamente, claro que es difícil aproximarse en el mundo actual, máxime cuando la unión e identidad no encaja más que por intereses y negocios. La ciudadanía debe, por tanto, meditar sobre su inmenso patrimonio humano cosechado desde la autonomía social y personal, y así poder inspirar una nueva cultura más abierta a toda la humanidad. Mi expectativa es que dicha conciencia madure cada vez más, no por un mero consenso de ganancias, sino como resultado de un crecimiento intelectual más dialogante, con capacidad para poner la transversalidad de opiniones y reflexiones al servicio de todos. Para ese diálogo hace falta, no sólo la empatía intergeneracional entre culturas, sino también una metodología consistente en la mano tendida, o sea un espíritu de comprensión junto a una visión respetuosa por todo ser humano. Podemos sentir que lo que hacemos apenas tiene importancia, que es solo una gota de agua en un mar que nos desborda, pero esa gota con otra gota y otra gota, puede hacernos recapacitar serenamente, y esto siempre será mejor que tomar decisiones desesperadas. Yo, personalmente, me niego a vivir la vida en una silenciosa desesperación.