La tensión de vivir cada día
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Andamos en una tensión permanente, pero esto no es malo, es
la vida, lo nefasto es que no entremos en diálogo, permanezcamos pasivos, y que germine el conflicto donde nadie
respete a nadie. La ciudadanía en ocasiones es pura contradicción, pero otras
veces también está crecida de sensatez. Sin duda, pues, el desafío para todos
nosotros radica en buscar la conjunción de sentimientos, y así, poder emanar climas
más armónicos y habitables, incluso en tiempo oscuros, en los que impera la
sinrazón y la inmoralidad. Indudablemente, lo fundamental es potenciar la
cultura del entendimiento a través del orbe creativo del encuentro. Es una
evidencia, el mundo se ha desintegrado de su propio pulso, el de la
supervivencia, y precisa integrarse más con el alma, que con los vínculos del
interés o utilidad.
Ya se ha incorporado a nuestro lenguaje hablar de la
tragedia de los migrantes, de los niños abandonados, del incumplimiento de los
derechos humanos, hasta convertir al mundo en una verdadera selva. Desde luego,
no es bueno acostumbrarse a este tipo de paisajes y permanecer insensibles a
sus voces desconsoladas. También han crecido los actos intimidatorios. Yo diría
que nos desbordan en un planeta de rica diversidad étnica; lo que evidencia la
importancia del intercambio de ideas entre culturas, sin murallones ni
cortafuegos, para promover el conocimiento y el enriquecimiento recíproco. Ya
está bien de que cohabite un mundo privilegiado frente a un mundo de rechazos.
Si reflexionásemos más, puesto que todos los ciudadanos nos merecemos vivir
seriamente por dentro, quizás entonces empezaríamos a vivir de otra manera por
fuera.
Naturalmente, sería saludable tener claro y convenir, que
vivir no es únicamente respirar, es también compartir esa respiración, obrar en
sintonía con los demás, hacer repaso de lo vivido e inventario de lo que llevo
consigo. El día que hagamos realidad, lo de "vivo sin vivir en mí y tan alta
vida espero que muero porque no muero", de la imperecedera escritora
mística Santa Teresa de Jesús, habremos entendido que son las relaciones de uno
consigo mismo y con las personas, lo que da sentido a nuestro proceder. Por
consiguiente, más allá de nuestro estado anímico, requerimos de la quietud, tal
vez fabricando más sueños y menos armas.
Hay algo tan necesario como el aire que respiramos y es el
equilibrio natural entre lo que soy y lo que aspiro a ser, sin otro abecedario
que la bondad como tacto, el respeto como acción y la clemencia como horizonte.
Asumir este camino de vida, no sólo comporta empatía intergeneracional entre
culturas diversas, sino también metodología de escucha y sistemática de
espíritu comprensivo. Por eso, espero ardientemente que se instauren en el
mundo espíritus libres encaminados a ayudar a la gente a vivir, despojados de
cualquier condicionamiento ideológico, manteniendo vivo el sentido del amor
auténtico. La cuestión no es sólo dar pan para el sustento, que es el más
básico de los derechos, sino también ayudar a redescubrir el valor del camino
como reencuentro y, el del caminante, como vía de asistencia que todos
necesitamos.
Tras sorprendernos que somos y existimos, con la tensión de
vivir cada día, debiéramos pensar al igual que en otro tiempo ya lo hizo un
científico, Albert Einstein, que "solamente una vida dedicada a los demás
merece ser vivida". Dicho lo cual, hemos de recapacitar y no desterrar de
nuestro horizonte la marginación de quien piensa y vive de manera distinta a la
nuestra. Difícil de entender esta cuestión si mostramos indiferencia y desgana
por nuestro análogo, y aún más complicado poder avanzar, si continua creciendo
el número de niños y adolescentes sin escolarizar, y otros que sí lo están,
apenas dominan lo más básico en lectura y escritura. Así no se puede construir
un mundo en el que cada persona sea capaz de participar en el destino de su
existencia. Desde luego, el futuro al que debemos anhelar empieza por formarse
para poder convivir, adquirir conciencia de lo que significa vivir, templando
el alma para sobrellevar las tensiones que la propia vida nos injerta a través
del asombro. Convencido de que una humanidad que sabe asombrarse ante las
maravillas que se encuentra, pienso que sabe resistir a los ídolos del mundo,
y, sobre todo, plantar cara a todo aquello que no sea un acto de amor y camine
por la vida.
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