sábado, 19 de marzo de 2016

Compartiendo diálogos conmigo mismo

La carga de la Cruz

La muerte ya no es muerte, sino vida.
La vida ya no es vida, sino camino.
El camino ya no es camino, sino rostro.
El rostro ya no es rostro, sino rastro.
El rastro ya no es rastro, sino cielo.
El cielo se ha glorificado con Jesús.
Y en Jesús, la vía dolorosa se diluye.

La cruz da miedo, pero al fin gozo.
Hemos de aceptarla porque sí.
Junto a la cruz todo es poesía.
En la cruz también estuvo su madre.
En la cruz también estaremos todos.
Para gloria nuestra y de Dios Padre,
con el triunfo del bien sobre todo mal.

Jesús nos acompaña y acompasa.
Vive con nosotros hasta el fin.
Tomó las noches y las volvió días.
Se dejó crucificar sin lamentos.
Nos abrió la puerta de la esperanza.
Nos hizo sentir la belleza de la bondad.
La bondad del buen darse y donarse.

Tomando sobre sí la cruz, como Jesús,
yo también quiero amar y dejarme amar.
Por eso, en tus manos dejo mis silencios,
a tus pies pongo mi soledad,
para llorar con los que lloran,
pues tras la estación del dolor,
siempre despunta un amor sin límites.

Jesús cae, pero siempre se levanta.
Quiso agonizar en la cruz consciente.
Y aunque, aplastado por el peso
de nuestras culpas, no desfallece,
reanuda el viaje y nos tiende su mano,
a la espera de que nos abracemos todos,
en su propia sangre, en la morada eterna.


Víctor Corcoba Herrero

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