Acciones realmente esperanzadoras
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
La esperanza nos sostiene y además nos sustenta; pues es la
vida misma amparándose, protegiéndose, defendiéndose. Precisamente, la
desesperación llega cuando se pierde toda ilusión o coraje por vivir. No
obstante, nuestra propia existencia por sí misma es una búsqueda, lo que
conlleva un vivo poema de anhelos que llevan consigo una oportunidad, una
vigilancia legitima, un deseo tranquilizador que nos entusiasma por muy
decaídos que estemos. Veamos algunas acciones. Por la cercanía en el tiempo,
ahí está el trascendente Acuerdo de París sobre el cambio climático, que
coincidió con el Día de la Tierra, verdaderamente es una realidad
esperanzadora. El mismo Director General de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), Guy Ryder, refrendaba nuevos sueños: "Ahora podemos poner
en práctica conjuntamente el Plan de Acción para las personas, el planeta y la
prosperidad de la Agenda 2030, en el cual el crecimiento económico, la
protección del medio ambiente y la justicia social se apoyan entre sí y se
persiguen simultáneamente". Así es, se ha marcado el camino de una acción
sin precedentes, ya no solo por la suma de líderes congregados, sino por el
propósito de dirigirse hacia una economía con bajas emisiones de carbono, que
podría generar hasta sesenta millones de empleos adicionales en sectores como
la construcción, la agricultura, el turismo y la gestión de los residuos.
En efecto, el Acuerdo de Paris sobre cambio climático es un
nuevo pacto con el entorno, con el futuro de nuestro hábitat y con nosotros
mismos, en la medida que nos va poner en movimiento para mejorar la vida de
todos y de cada uno, habiten donde habiten y sean de la cultura que sean. Lo
decía, en la conclusión de su discurso, durante la ceremonia de la firma,
Gilbert Houngbo: “Las respuestas políticas al cambio climático -cuando son
discutidas e implementadas con la participación y el acuerdo de los
representantes de los trabajadores y los empleadores, el gobierno y la sociedad
civil- están mejor fundamentadas, son más estables, más fáciles de efectuar,
producen mayores beneficios para los recursos humanos y las empresas de
cualquier tamaño, así como para la sociedad en general”. Está visto que tenemos
que modificar actitudes. El cerebro es un órgano maravilloso y la sociedad
carecería de fundamento al no interesarnos los unos por los otros. No es
cuestión de seguir divididos entre los que lo tienen todo y los que no tienen
nada, entre los que tienen más comida que apetencia y aquellos que tienen más hambre que víveres.
Tampoco tiene comprensión alguna que muchos asalariados se enfrenten a una gran
presión para cumplir con las exigencias de la vida laboral moderna, mientras a
otras personas se les niegue el derecho y el deber a trabajar. Sea como fuere,
también es un signo esperanzador que, coincidiendo con el Día Mundial de la
Seguridad y la Salud en el Trabajo (28 de abril), se haya tomado como lema el
"estrés laboral", reconociéndose como un problema global que afecta a
todas las naciones, todas las profesiones y todos los trabajadores, tanto en
los países desarrollados como en desarrollo.
El trabajo es esperanza, porque es vida, es descubrir lo que
cada cual tiene dentro y ponerlo a disposición del colectivo social. Lo que no
tiene sentido es vivir estresado y que nos venza la ansiedad, los pensamientos
destructivos, la autoestima se nos baje, y cohabitemos con una sensación de
fracaso, sin fuerzas e inseguros para seguir caminando. Por eso, quizás hoy más
que nunca, es importante que se impliquen todos los gobiernos, los patrones y
también los obreros, en una preventiva cultura activa en materia de seguridad y
salud en el trabajo, que cuide y respete el derecho a gozar de un medio
ambiente de trabajo seguro y saludable a todos los niveles; a través de un
sistema de derechos, responsabilidades y deberes definidos, y con la atribución
de la máxima prioridad al principio de la prevención. Una buena gobernanza en
materia de seguridad y salud en el trabajo demuestra que la prevención produce
sus frutos. En la actualidad, también muchos países rememoran el primero de
mayo como el origen del movimiento obrero moderno; otros no lo hacen, pero
tienen también sus días, pues el trabajo ha de dignificarnos como personas,
pero asimismo ha de buscar la conciliación de los tiempos de trabajo con los
tiempos de la familia. Por desgracia, igualmente, el desempleo asfixia nuestra
dignidad, la que imprime el propio trabajo, porque estar desempleado no es
solamente no tener lo necesario para vivir, ¡no!, es perder hasta nuestra razón
de ser, nuestra capacidad de realizarnos, de sentirnos útiles, pues quien no
trabaja tampoco descansa. No es de extrañar, en consecuencia, que las personas
hayan colocado el trabajo decente entre sus principales prioridades en las
consultas mundiales para la Agenda 2030.
Indudablemente,
el desempleo es un drama mundial que hemos de atajar entre todos. No hay mayor
pobreza material que no permitirle a un ser humano ganarse el pan por sí mismo.
Luego está el fenómeno de la explotación y de la opresión, de la falta de
derechos laborales, resultado de opciones injustas que pone los beneficios por
encima del ser humano, es el efecto de una "cultura del descarte que
considera a la persona en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y
luego tirar", como ha dicho recientemente uno de los líderes más
carismáticos del mundo, el Papa Francisco, a los participantes en el encuentro
mundial de movimientos populares. Todos necesitamos vivir decentemente sin
exclusión. Tenemos los medios para llevarlos a buen término. Únicamente nos
hace falta sentirnos responsables con los menos afortunados, así como con el
medio ambiente del cual toda vida depende. La esperanza, ya se sabe, es lo
último que se pierde. Y aunque el paro a nivel mundial permanece
inaceptablemente alto, ya que alcanza los dos centenares de millones de
personas, mientras que cientos de millones
más son mano de obra en precario, o sea clase obrera pobre, no podemos perder
la perspectiva de que nos esperan grandes transformaciones. No es un imposible
conseguirlo, a poco que nos reunamos en una alianza mundial que aglutine a las
empresas, gobiernos y demás agentes sociales, e incluso a la misma sociedad
civil, pues, todos y cada uno de nosotros tenemos una misión que desempeñar
para garantizar que nadie sea dejado en la cuneta del desprecio, o sea de la
marginalidad.
Para empezar a esperanzarnos, si en verdad queremos reducir
las cifras del desempleo, todas las políticas del mundo han de apostar
decididamente por el pleno empleo. De lo contrario, caminaremos en la
frustración permanente, flaqueados y en desgana. Tampoco se puede permitir que
la proporción mundial de jóvenes que no trabajan, que no cursan estudios ni reciben formación,
sea de más de uno cada cinco. Por otra parte, urge emprender una acción urgente
en todo el mundo para crear una cultura de prevención laboral, puesto que cada
día aumentan las enfermedades profesionales, los accidentes y las lesiones. Nos
alegra, sin embargo, que haya disminuido la población infantil del mundo que se
ven obligados a trabajar. Todavía es preocupante el estancamiento de los
salarios como una cuestión de justicia y de aminorar las desigualdades. Es
verdad que la paciencia nos relaja, pero a veces estamos como sobre una cuerda
tirante. Y, esta incertidumbre, aparte de provocarnos miedo y fraccionamiento,
nos acarrea también desasosiego sin saber a dónde voy y de dónde vengo, cuando
lo que necesitamos es un torrente de energía moral para incorporarnos todos en
la construcción de un planeta más habitable con unos moradores más solidarios
entre sí.
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