Un camino de encuentros
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Cada día estoy más convencido que la vida es un camino de
encuentros con la diversidad. Creo además que es lo que da sentido a nuestro
vivir. Es una de las fortalezas del ser humano como tal. Nada se consigue por
sí mismo. Para ello, se requieren acciones concertadas y soluciones
conjuntas. Nuestra casa común también se
construye entre todos, con el concurrencia humana permanente. Hoy la
cooperación internacional es básica para avanzar humanamente, para crecer como especie
pensante, siguiendo esa eterna hoja de ruta en torno a los principios y valores
de la Carta de las Naciones Unidas. Sin duda, los gobiernos, las personas, han
de respetarse, entenderse y obrar en consonancia.
Indudablemente, nuestra existencia tiene bien poco sentido
sino genera un clima armónico, de respeto natural el uno por el otro. Esto
exige, desde luego, un equilibrio natural para saber discernir y ver. Para
empezar, uno tiene que respetarse a sí mismo para que le respeten, pero también
tiene que facilitar la solución de los conflictos con diálogos auténticos, sin
miedos, pero con la conciencia solidaria de la comprensión. Lo que viene
sucediendo en algunos parlamentos democráticos, donde nadie considera a nadie
que no sea de los suyos, es de una tremenda irresponsabilidad, que nos deja sin
palabras. Olvidamos que cuando los que tienen el poder actúan alocadamente, sin
rubor alguno, los que obedecen también pierden las formas, la estima por el ser
humano. Ciertamente, la democracia se sustenta en la claridad de ideas y
pensamientos, en la confluencia de soluciones. Por consiguiente, los gobiernos
sustentados bajo este espíritu democrático no pueden ser el problema.
Por desgracia, el encontronazo hoy está a la orden del día.
La colisión entre autoridades, gobiernos, culturas, religiones, se produce con
demasiada frecuencia. Quizás porque haya muchos sembradores de odio. Hoy el
mundo no hace familia, al contrario, disgrega familias. Nadie perdona a nadie.
Falta entendimiento. Nos puede el rencor. Sabemos lo difícil que es actualmente
para nuestras democracias preservar y defender valores humanos primordiales.
Por esta razón, hay que ayudar y animar a ser comunidad, con lo que ello
significa de espíritu de unidad en lo plural. No valen, en consecuencia,
gobiernos encerrados en sí mismos, en el no es no permanente. Aquellas
políticas que en lugar de ser poéticas avivan el lenguaje de la división, de la
violencia, mejor sus líderes abandonan el timón. Resulta verdaderamente
preocupante ciertos discursos políticos, convertidos en una siembra de
incomprensión, de inútiles luchas, propias de un resentimiento que nos conduce
a un permanente desprecio, a un auténtico crimen contra lo conciliador.
Estamos llamados a entendernos, a conciliar lenguajes, y no
hay otra manera de llevarlo a buen término que desde la tolerancia, el
sometimiento a la verdad y desde un espíritu humilde. Tenemos que empezar a
pensar que apenas sabemos nada, que el enemigo no es el que piensa distinto a
nosotros, sino aquel que quiere destruir nuestros vínculos de familia humana,
por ejemplo; o aquel que quiere destruir el diálogo sincero e imponer sus
doctrinas. Es precisamente, en ese conversar auténtico, donde se halla el
reconocimiento y el respeto por el otro. Tal vez necesitemos rescatarnos como
especie que busca la concordia. Ahí va a radicar el heroísmo ciudadano, pues se
requiere paciencia y tesón a la hora de activar otros caminos realmente nuevos,
que nos lleve a alentarnos y a alimentarnos mutuamente.
La novedad llegará en el momento que seamos coherentes y avivemos
la reconciliación entre lenguajes y culturas, entre almas y cuerpos,
abriéndonos unos a otros para hacernos más poesía que poder, más constructores
que destructores, más puente que muro en definitiva. El futuro está en la
coexistencia respetuosa de las diferencias, no en la homologación de un
pensamiento único teóricamente neutral; también en las relaciones humanas que
han de ser desinteresadas, teniendo como objetivo el hacer piña frente a las
dificultades e incomprensiones. Por tanto, si fundamental no es perder el paso
hacia sí mismo, igualmente compartir andares, sin dejar crecer la maleza, es el
camino del hermanamiento. Al fin y al cabo, sin una estirpe fraternizada, cualquier
ciudadano tiembla de frío.
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