lunes, 8 de mayo de 2017

Compartiendo diálogos conmigo mismo

La experiencia del verbo en el verso

Hoy me he propuesto y dispuesto
tener un corazón alegre,
salir de la tristeza,
volver a ser el árbol de los sueños,
por el que no pasa el tiempo,
para vivir en tus manos y darnos vida.

Me niego a vivir por vivir,
a caminar sin rumbo por la soledad,
a no ser nada para nadie,
a vegetar en la indiferencia sin más,
a no sentir ganas de amarme,
porque sin corazón todo expira y cesa.

En batallas inútiles me he perdido,
ahora necesito salir de la pereza,
envolverme en la inspiración,
resucitar de la amargura,
y ver que tras de mí,
hay un lenguaje de luz esperándome.

Todo parece decirme: levántate,
toma tus labios y sonríe, 
no sea que la muerte te sorprenda
sin haber vivido en la poesía,
pues amar es perpetuarse en el verso,
en aquello que uno ama porque sí.

El sentimiento que lo es,
no agoniza, está siempre ahí,
deseoso de ser correspondido,
más allá del tiempo y las distancias,
cercano a todos, para intimar
con el más recóndito latido del ser.

Justo por el ser, yo también cohabito,
en tu existencia por mi existir,
no trunquemos lo que nos da sentido,
vayamos por los caminos del alma,
testimoniando la liturgia del poema,
la mística de la encarnación del verbo.

Por el que todo nos precede y aguarda,
a la espera de un renacer y nacer
en la pureza, como la flor del almendro,
la primera en florecer en primavera,
dispuesta a sorprender nuestra mirada,
y a dejarnos reencontrar por el amor.


Víctor Corcoba Herrero

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