La realidad que me circunda
Confieso que a veces me quedo sin aliento,
y que me cuesta levantarme por mi mismo,
ponerme en camino y hacerme a esta vida,
rehacerme a las mil congojas que me encogen
el alma de dolor, por mucho empeño que ponga.
No quiero hacer por hacer, sino para donarme,
y aunque no tenga fuerzas me lo propongo,
es tan injusto todo, que hay que forjar algo,
pues sí nada es lo que ha de ser, lo que requiere
de mí, es más valor y otro valer en corazón.
Me ahogan las cadenas, necesito reponerme,
son tantas las visiones inhumanas que no puedo
perdonarme, ya está bien de tanto veneno sembrado,
pues cuando hay un exceso de desamor en camino,
todo lo perdemos, ¡hay que regenerarse con tesón!.
¿Dónde está el bien y la bondad para saciar
mi ánimo, y su poética para alentarme los días?
Me niego a que me domine el aluvión de maldades,
con su tutela de intereses mundanos por doquier,
y su reinado de rapaces, básicamente antinatural.
Sumergido como estoy en la mística de las palabras,
busco hallarme en el silencio, introducirme
en la escucha, y no cesar de verme mar adentro,
que todo acto de bondad, es una declaración
de misericordia, algo tan necesario como el comer.
Sólo así se puede crecer en la esperanza,
y no quedarnos parados, sin mover paso,
pues me aterra no ganar el verso del que soy parte,
y merecer la tierra que sólo sepulta caminos
andados, flores deshojadas, paraísos perdidos.
Si junto a mis labios, en los que arde la luz,
pones un lenguaje ensamblado con tu interior,
seremos dos, y después tres, y más tarde multitud,
y así perderemos el miedo a cohabitar unidos,
sin otro deseo, que resucitar el tiempo para soñar.
Que toda existencia es vaciarse de todo,
y envolverse de pasión, olvidar las lágrimas
vertidas, liberarse de ataduras y apariencias,
retomar la rítmica ilusión, de ser el que soy,
y de descubrir a Jesús abriendo camino siempre.
Junto a la cruz de cada uno, todo se ennoblece
y enternece, su misma
sabiduría nos recrea
en la inocencia y nos crea en la conciencia
otro brío, hasta licuarnos en el amor de amar,
donde Dios mira las manos vacías, no las llenas.
Víctor Corcoba Herrero
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