Promover vías de entendimiento
No tenemos corazón. Somos como piedras sobre el horizonte de
los días. Cuesta creerlo, pero es así, coexistimos en ocasiones siendo el peor
enemigo de nosotros mismos. A los hechos me remito: El 77% de los menores
migrantes o refugiados que emprenden la ruta del Mediterráneo central fueron
víctimas de abuso, explotación o sufrieron prácticas equiparables a la trata de
personas, según un informe conjunto del Fondo de la ONU para la Infancia
(UNICEF) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), divulgado
recientemente. Hacer espacio para nuestros análogos requiere de valor y
perseverancia; pero, sobre todo, lo que no podemos y no debemos hacer es
permanecer sin hacer nada, permitiendo que las tragedias y los comercios de
vidas humanas pasen desapercibidas. Quizás nuestro primer paso sea sentir el
dolor de los demás como algo propio, para poder cambiar de actitud ante el
sufrimiento de la humanidad. Nunca debemos acostumbrarnos a permanecer
indiferentes ante la siembra de maldades. Es hora de la acción para, entre
todos, buscar procesos de liberación de los males que nos azotan, que son
muchos y muy crueles.
Tenemos que promover vías de entendimiento. Esto es básico.
Las religiones, en este sentido, mientras oran y sirven, pueden y deben hacer
buenos sembrados de amor para activar caminos de comunión. Los gobernantes,
igualmente, han de amar a su pueblo con humildad. Así, pues, cada ser humano que asume
responsabilidades ha de tener claro lo de servir al bien colectivo, y ha de
despojarse de los intereses sectoriales. Indudablemente estamos llamados a entendernos,
sin negar la dura realidad que vivimos, por esa ausencia de ética y de sentido
humano, que nos hemos dejado desvalijar. Es evidente que tenemos que promover
más unidad dentro de nuestra sociedad y, por ende, hace falta impulsar la
propia dimensión humana, aprovechando mejor la globalización para ayudarnos más
unos a otros, máxime en unos momentos de tantas desigualdades. Hoy en día,
mientras emerge una riqueza obtenida por unos privilegiados, no siempre por
medios lícitos, escandaliza la propagación de una pobreza en grandes sectores
sociales. Ante este escenario injusto hemos de responder con una nueva visión
del mundo y de la propia vida, coaligando posturas y estableciendo cauces o
programas de referencia, que no solo nos propicien el entendimiento entre
semejantes, también nos motiven a ser más cooperantes entre culturas.
Humanamente hemos de estimularnos cada vez más a
interrelacionarnos, desde la rectitud,
porque a todos nos interesa. Avivar, en consecuencia, una cultura de unidad de la familia humana, conlleva
reforzar esa alianza que todos nos merecemos, cuando menos para hallarnos y
trazar cauces de compresión que al menos nos injerte un poco de sosiego en el
alma. Ya en su tiempo lo decía el filósofo
y teólogo, Santo Tomás de Aquino (1224-1274), “el ser de las cosas, no su
verdad, es la causa de la verdad en el entendimiento”. Sin duda, es desde la
hondura, como confluye pensamiento y sentimiento en un auténtico contenido de
amor, que lleva a un pensar y desear colectivamente. Justamente, es a partir de
este ámbito de entendimiento y de diálogo, como podemos avanzar en humanidad.
Realmente son muchas las vidas atormentadas por la intolerancia las que a
diario solicitan nuestro auxilio. Nunca es tarde para prestar ayuda, para
superar nuestras diferencias, sabiendo que todo depende de nosotros, de
nuestras actuaciones, de nuestra manera de vivir. Ojalá fuésemos más agentes de
paz, con lo que esto conlleva de artífices del entendimiento y de lo armónico,
que es lo que verdaderamente nos imprime entusiasmo.
Ilusionarse por entenderse uno así mismo y en correlación,
para ponerse en contacto con el mundo como realidad, captando sus latidos y a
la vez su modo de sentir, debiera ser materia obligatoria en todos los centros
docentes, algo que sólo puede alcanzarse desde una buena disposición para
comprender y, así, poder discernir. Formarnos en el discernimiento es clave
ante la abundancia de horizontes que se nos presentan. Por eso, hace falta que
nos sintamos libres y responsables para ese cambio profundo en el modo de
entender la vida y las relaciones entre nosotros, los humanos. Por otra parte,
el hecho de que determinadas legislaciones de algunos Estados, no sancionen ni
corrijan hechos delictivos que contradicen sus mismas constituciones, e incluso
los propios derechos humanos, lo único que hacen es agrandar las agresiones
contra la dignidad del ser humano. Desde luego, esta fluctuación es un síntoma
preocupante de un grave deterioro moral que hemos de atajar más pronto que
tarde. No olvidemos que sin moralidad, y sin amor a esa moral, tampoco podemos
enmendar los traspiés de nuestras necias inclinaciones.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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