viernes, 25 de mayo de 2018

Compartiendo diálogos conmigo mismo


No hay árbol que el viento no desnude

Solamente la libertad que se somete a la Verdad
conduce a la persona humana a su verdadero bien.
El bien de la persona consiste en estar en la Verdad
y en realizar la Verdad.
Juan Pablo II (1920-2005).
Papa de la iglesia católica.

I.- VERDADES AL VIENTO
Uno, por muy yo que sea, nada es por sí, 
y los demás tampoco son absolutamente nadie sin uno.
Necesitamos concebirnos, cada momento, acompañados,
y acompasados por nuestros análogos, aquí y ahora.

Esto es origen de amor y de saber amar el amor,
y fin de toda vida que desea convivir y vivir.

No hay mejor auxilio para el ser,
que ocuparse y preocuparse
por el otro, hasta rescatarlo del mal,
el mayor tormento que nos atormenta.

Entendamos que es principio de luz y de luminaria,
y remate de fuerza para salir de esta fosa purificado.

II.- -EL VIENTO DE LAS VERDADES
Vuelva a nosotros el viento que nos alienta,
y robustece, el aire que nos pone en camino,
el soplo que nos injerta fortaleza para andar,
y todo bajo ese instante preciso por el que soy.

Soy hijo del amor y al amor del Padre he de regresar,
jugando a ser poesía, siempre en verso auténtico y libre.

Es evidente que cohabito en la verdad,
y cuando así lo reconozco, más me crezco,
me siento más armónico conmigo mismo,
por restaurar la paz y redimir la tierra de sus dolores.

Será desde la autenticidad del abrazo cómo vivo
y me desvivo por formar parte de esa mística eterna.

III.- SIEMPRE EL VIENTO DE DIOS
Ciñámonos a esa corriente pura del poema,
que nos revive de fuerza y nos renace en Dios.
Siempre adelante, siempre junto a la Cruz,
y siempre, por siempre, más allá de la soberbia.

Nuestro Dios es un Dios que no se deja ver,
pero que  jamás renuncia a socorrernos.

Es nuestro auxilio en este morir de cada día,
sólo hay que llamarle para sentirle muy dentro,
sólo hay que nombrarle para que nos escuche,
sólo hay que dejarse amar para que nos ame.

Sople el viento sobre nuestros desvalidos corazones,
para alcanzar a Dios y reparar nuestra ceguera.

Víctor Corcoba Herrero

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