DEJEMOS LOS CAMPOS DE
BATALLA
“La humanidad por si misma ha de tender a corregirse, a
mejorar y a reeducarse”.
Al igual que para alcanzar la paz se requiere de un trabajo
decente, no de cualquier trabajo, donde impere la justicia social, la
inclusión, el desarrollo económico y la realización personal, también para
aminorar tensiones hace falta otro ánimo más solidario y sensible, actitud
indispensable y esperanzadora para el correcto funcionamiento de una vida
serena que todos, absolutamente todo el colectivo humano por mera dignidad, nos
merecemos. En esto, sin lugar a dudas, la colaboración entre instituciones y continentes
es esencial. Bien es verdad, que hacen falta otras políticas menos interesadas,
más universales y no tan partidistas, el ejemplo lo tenemos en la cooperación
entre las Naciones Unidas y la Unión Africana, con los notables progresos que
está experimentando dicho territorio, especialmente en el ámbito de la
resolución de conflictos y en el de la prevención. También es menester no
falsificar la verdad, para poder ver la realidad tal y como es, pues sólo así
se puede ir al fondo del problema y subsanarlo. En cualquier caso, tampoco
podemos normalizar contextos sociales violentos, cuando todo está
interrelacionado y corremos el riesgo de endiosarnos de esa energía que todo lo
corrompe, ampliando las desigualdades y las incertidumbres como jamás.
A mi juicio, no existe una mejor prueba de avance para una
especie pensante, que la del progreso armónico, cuestión que se consigue con la
cooperación entre todos. Dejemos los campos de batalla. No tienen sentido. Lo
importante es alentar los movimientos armónicos entre culturas, propiciar
espacios de entendimiento, de respeto natural entre toda la ciudadanía. Lo
ideal es que podamos tener idénticas posibilidades de actuación, cuestión que
no es nada fácil en un mundo tan dividido como cruel, en el que tan solo una
tercera parte de los niños recibe protección social, según la OIT y UNICEF;
además, de proliferar la búsqueda de intereses individuales a expensas de
todos. Quizás la contienda más trascendente la tengamos con nosotros mismos.
Sea como fuere, tenemos que cambiar modos y maneras de ser, tomar otras
visiones más humanísticas para encauzar nuevas cercanías, repensar otros
horizontes más acordes con la concordia y no con el empeño de venganza. Las
guerras, ya en su tiempo lo decía el inolvidable filósofo alemán Friedrich
Nietzsche (1844-1900, que volvía estúpido al vencedor y rencoroso al vencido.
Ciertamente, así es, el mundo entero hoy tiene sed de justicia y paz, necesita
sentirse libre para ser constructores de otros lenguajes del corazón, y no de esta
atrofiante mundanidad que nos ahoga, desfigura y deshumaniza, nuestro propio
espíritu humano.
Ojalá aprendamos a mirar la época de las grandes batallas
mundiales y a sacar conclusiones al respecto. Seguramente, entonces,
aprenderemos a mirar al futuro a través de otras relaciones más pacifistas, de
amistad entre los pueblos, de hermanamiento entre naciones y continentes. El
que la Unión Europea impulse la cooperación regional con veinticinco países
africanos, aparte de ser un signo de esperanza, es también un nexo de unión
para superar los crecientes desafíos, como el aumento de la población, los
efectos adversos del cambio climático, la gobernabilidad débil y los efectos
desestabilizadores de la delincuencia internacional. Por otra parte, hoy más
que nunca se demanda una independencia judicial, para que no permanezcan
impunes aquellos líderes que niegan los
derechos, la dignidad y la libertad de la persona. En algunas naciones, aún el
sistema de tutela, sigue dando a los hombres el control sobre las vidas de las
mujeres. Asimismo, mientras los mercenarios representan un peligro para la paz
en el mundo y se mueven a su antojo, los cooperantes que auxilian, muchas veces
exponiendo sus vidas desinteresadamente, también sufren represalias por parte
de algunas autoridades. De ahí, lo fundamental de hacer justicia a la víctima,
no de ajusticiar al agresor, ya que un ojo o un diente roto no se remedia
rompiendo otro, sino haciendo ver al culpable las consecuencias de su acto. En
consecuencia, no se trata de ser más duros, de endurecer las penas; sino de ser
más humanos (hermanos), reinsertando a nuestro propio análogo de su estado
salvaje.
Por consiguiente, la humanidad por si misma ha de tender a
corregirse, a mejorar y a reeducarse. En el fondo, toda vida por muy edénica
que nos parezca, necesita replantearse su existencia a lo largo del camino en
sucesivas ocasiones, recomenzar con otras inquietudes y no dejarse aplastar por
el peso de sus miserias. Desde luego, para prevenir este azote existencial, no
es suficiente con tener leyes justas, es necesario activar educativamente la
enseñanza en la ética, para hacer adultos responsables, capaces de encauzar sus
pasos, que han de ser genuinamente tan reconciliadores como rehabilitadores. Lo
transcendente es doblegar al enemigo sin batallar, hasta volverlo ciudadano de
alma y vida. Por ello, que sea el amor nuestro estado normal de cohabitar y el
amar nuestro modo de vivir. No olvidemos que querer es poder; y, a pesar de los
pesares, comprender.
Víctor Corcoba Herrero/
Escritor
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