Una fuerza de habilidad defensora
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Cuando la verdad se torna débil o inexistente, para
defenderse hay que pasar a la acción. Por eso, hoy más que nunca, hacen falta
fuerzas de habilidades defensoras, injertadas con diplomacia preventiva, para
que esta atmósfera que padecemos de disturbios políticos, de violencia e
impunidad que sufrimos por todo el planeta, cese de caminar en las tinieblas, y
volvamos a propiciar la confianza necesaria que nos conduzca al goce del
sosiego y al disfrute de los derechos humanos entre todas las personas.
Ciertamente, la verdad no radica en la parte que grite más, sino en aquella
ciudadanía, que dentro de los límites del orden moral y del bien colectivo,
manifiesta el deber de vivir con dignidad y de buscar cada día con mayor
profundidad y amplitud, horizontes de
esperanza a compartir.
Asfixiar la voz de los ciudadanos, reducirla a un silencio
forzado, es a los ojos de la autenticidad un ataque contra la propia conciencia
de la especie humana, una violación a la estética del mundo, a su armonioso
orden, tal como su propio derecho natural lo ha establecido. De ahí la
importancia de conversar mucho, si en verdad queremos fortalecer y coordinar
mejor las acciones de consolidación de la paz, algo que a todos nos interesa
para la construcción de un orbe armónico y sostenible. En consecuencia, se
precisan muchas fuerzas defensoras, pues hasta defender a la naturaleza es defender
a la ciudadanía. Aunque soy consciente que, con frecuencia se relativiza la
verdad, lo que origina un riesgo fatal de caos y absurdos como hasta ahora no
se había conocido. Esta es la dura y torpe realidad que nos encamina cada día
un poco más a una deshumanización sin precedentes. A propósito, la ONG Amnistía
Internacional en su informe anual, indica precisamente que 122 países
practicaron la tortura o el maltrato y 29 obligaron ilegalmente a personas
refugiadas a retornar a países donde corrían peligro. ¿Dónde está nuestra
capacidad de amor y acogida?. El ratón Pérez se la ha llevado consigo, desde
luego que sí.
Indudablemente, en esta falta de humanidad el permisivismo
moral gobierna por todos los rincones. Convendría, por ello, activar formas de
vida más profundas, en el sentido de reconciliadas, para que pudiéramos
abandonar estas formas de indecente mercado, donde todo se compra y se vende,
donde nada se dona ni se participa. Cuando menos sería saludable interrogarnos
cada cual consigo, que nadie se lo omita de su plan de vida, para poder crecer
interiormente, pues en una discusión, lo complicado no es hacer valer nuestra
opinión, sino conocerla, observarla, reconocerla y también reconocerse en la
idea. Téngase en cuenta que hoy los astutos planes de destrucción te los encuentras en cualquier esquina, de
manera solapada, como si fueran buenas acciones lo que es verdaderamente cruel.
Pongamos por caso, la explotación física, económica, sexual y psicológica, que
muchos moradores de todas las edades y cielos, sobrellevan con resignación.
Sostenidos por los ideales de nuestros espacios interiores,
por nuestros principios humanos y valores compartidos, todos podemos y debemos
levantar el estandarte espiritual de la unión, la energía fusionada, la visión
liberadora de lo que somos, más poema que cuerpo, más ilusión que desilusión,
más luz que sombra en definitiva. Es cuestión de que sepamos mirar y ver, para
poder discernir lo genuino de lo adulterado. Hablar de corazón a corazón
implica no sólo arder en la poesía, también iluminarse, pues al igual que los
mayores enemigos de la libertad no son aquellos que la destierran, sino los que
la censuran, también los mayores inhumanos no son los predicadores, sino los
que dialogan con su pueblo con el abecedario del engaño. Con razón también se
dice, que no hay mayor mentira que la verdad mal entendida. Lo cierto es que los ferrocarriles de la
farsa nos cruzan por todas partes. Y así vamos; sin frenos y a la ventura, para
desventura nuestra.
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