viernes, 4 de agosto de 2017

Algo más que palabras

Las ruedas del poder nos trituran

Una de las mayores amenazas de esta época que vivimos es la falta de horizontes, el cúmulo de sensaciones desesperantes que a diario nos tejemos unos contra otros y la ausencia de diálogo verdadero. Ciertamente, una sociedad que vive de las apariencias, sin sentimiento alguno, difícilmente va a salir de este vacío que nos desmorona. No hay manera de avanzar humanamente, sino establecemos otros lenguajes, más del corazón a corazón, que del cuerpo a cuerpo. De ahí, que los referentes políticos han de ejemplarizar sus acciones. Para empezar, resulta preocupante la escalada de tensiones políticas que el mundo vive.  Hay que hacer todo lo posible por reducirlas, por prevenir hechos violentos y pérdidas de vidas.

Entre todos, tenemos que salir de esta atmósfera de confusión y desarrollar otros ambientes más acogedores, más de la colectividad sin exclusión alguna, fijando nuestra atención en los espacios armónicos, siempre crecidos y recreados por el Aristotélico sueño del hombre despierto, el de la esperanza. Sin duda, seremos salvados por ella, pues es el mejor estimulante que podemos darnos internamente, sobre todo en estos precisos instantes, cuajados de dificultades en los que nadie respeta a nadie.

De un tiempo a esta parte, los derechos humanos y el compromiso de los moradores del mundo con el parlamentar, se ha desvirtuado y desvanecido. Se busca más el espectáculo que la resolución de los problemas de la gente. Los efectos brotan por doquier: El mundo arde de injusticias y la desesperación es un tormento para muchas vidas inocentes. No podemos continuar así. Todas  las partes en conflicto, independiente de su afiliación política, están obligadas a entenderse. No se puede incrementar más la rigidez y polarizar aún más las situaciones. Hay que llamar a la calma. La veracidad y la entereza son las que han de gobernar en cualquier existencia humana. Por eso, necesitamos otras ideas de poder, menos usureras y más devotas del deber, para que podamos fraternizarnos. Ya sé que esto no es fácil, sobre todo después de habernos dejado encadenar, hasta las mismas entrañas, por el dinero; por el tanto tienes, tanto vales.

Ojalá podamos romper estas cadenas y conquistar otros sueños más libres, más de ayuda y entrega a los demás, más luminosos y regeneradores con nuestros análogos. Porque, al fin, la vocación de todo ser vivo, ha de ser la de preservar¸ tanto el entorno en el que se vive como a nuestros semejantes. Justamente, como diría el inolvidable escritor y político francés,  Montesquieu (1689-1755), “es preciso que el poder detenga al poder”. Seguro que sí, con paciencia y tiempo lo conseguiremos, pues de la cumbre al precipicio, apenas hay un paso y poco más.

En consecuencia, apuesto por otra idea de poder en el mundo, que sea más de servicio que de cortar alas, que sea más de amor que de venganza, que sea más protector que opresor. Por desgracia, el mundo de los poderosos no ha sabido tener dominio de su uso, se ha quedado sin alma y sus ruedas dominadoras, tan endemoniadas como salvajes, nos trituran a toda la humanidad. Con lo fácil que sería entre todos asistirnos de manera auténtica, no fingida, poniéndonos al servicio de lo equitativo.

Sea como fuere, y a pesar de los pesares vertidos, me quedo con ese optimismo sobre el futuro de la Unión Europea que está en aumento, según las últimas encuestas de Eurobarómetro, después de que el Reino Unido votara por abandonar. Ese referente de unidad en la diversidad, es lo que ha de guiar a los líderes del mundo, pero desde una conjunción de cooperación y colaboración, sin tantos intereses económicos. Allá donde está don dinero, todo se petrifica. Europa, como todo el planeta, con sus pueblos y sus aldeas, tiene una gran necesidad de redescubrir el rostro de otro poder más del espíritu que de las finanzas, ya que la paz y la concordia, llegan de la mano del que auxilia, del ánimo que se dona, del aliento que se transmite; porque es, precisamente, este levantamiento de muros que nos emparedan, el que nos crucifica a todos.

Mantener viva la realidad de las democracias en el mundo, desde luego, nos exige sin más tardanza, otro sentido de Estado, de poder menos poderoso, tal vez más deportivo, o si quieren más de alianza, donde todos seamos dueños de uno mismo y sirvientes de todos. No es un extraño propósito, es una conciencia a expandir. Eso quiero pensar.


Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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