jueves, 24 de agosto de 2017

Algo más que palabras

No neguemos la evidencia, el tiempo se nos acaba

En nuestra época hace falta otra energía más auténticamente humana. Los males no comenzaron ayer, los hemos dejado pasar, y el tiempo de los tormentos nos empieza a atormentar. Ya no sirven los pregones encaminados a las buenas acciones, hace falta coraje y acción para derribar los muros de la mentira, de la hipocresía permanente sostenida por la desfachatez de algunos dirigentes, más preocupados por el dominio que por servir, por acumular riqueza para sí y los suyos en vez de trabajar por la justicia social. Personalmente, hace tiempo que lo vengo clamando en todos mis artículos, con verdadero afán y desvelo. Las realidades destructoras de la especie humana las hemos ido negando una a una, insensiblemente, y no hemos sido capaces de decir ¡basta! El peligro es negar a un prójimo excluido y quedar con los brazos cruzados, sin hacer nada, con la indiferencia más absoluta. O vamos todos en la misma dirección, como ha de ir la familia humana, auxiliándonos unos a otros, o esta deshumanización nos devora más pronto que tarde.

Para desgracia nuestra, en esta sociedad globalizada, nos cohabitan determinadas estructuras de poder, más predispuestas por la vestimenta de lo políticamente correcto, que por enfrentarse al aluvión de falsedades, que son las que verdaderamente ocasionan este clima de inhumanidad que sufrimos, en este planetario horizonte de acomodadas comparsas, que nada hacen por restituir tanta acción irresponsable. El tiempo se nos acaba. Hermanémonos. Todas las culturas, todos los gobernantes, todas las políticas, han de ponerse al servicio del ser humano, por insignificante que nos parezca. O nos defendemos a nosotros mismos, o la explosión de guerras nos dejará sin aliento. No podemos continuar alimentándonos de privilegios, alentándonos con el odio y la venganza; es el momento de la acción, de trabajar por lo armónico, de oponerse a los que cultivan el terror y son intolerantes, con la firmeza de nuestra coherencia humana y la mansedumbre de nuestro espíritu expresivo.

Plantémonos con el verso y la palabra allá donde haya actitud hipócrita. Organicémonos para dar un giro a nuestra historia y desterrar la tiranía invisible del dinero que únicamente garantiza el bienestar de unos pocos. ¡Bravo por el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial, que  requirió al gobierno de Estados Unidos, al igual que a los políticos de más alto nivel, a condenar y rechazar el discurso del odio y los crímenes racistas ocurridos recientemente en la localidad de Charlottesville, que dejaron a una persona muerta!. Son estas prácticas las que nos comprometen a acercarnos más los unos a los otros. Fuera apatías. Todo esto nos enseña a recapacitar, a retornar al mundo de los sentimientos, a tener compasión y a no vivir con un corazón de piedra. Mal que nos pese, no se puede ocultar la verdad. Hay una crisis en todo, fruto de una realidad violenta, corrupta, que ha dejado sin alma a los verdaderos soplos democráticos. Negar esta evidencia, agangrenada a más no poder, nos lleva a una atmósfera tan irrespirable como inmoral, lo que significará una explosión de abusos sin precedentes. No olvidemos que la grandeza de una especie pensante como la nuestra, ha de estar siempre en cohesión a la certeza de su fuerza moral.

Con la rectitud es como se pueden liberar los pueblos y proteger la defensa de los derechos humanos. Es por ello, que urge despojarse de toda estafa moral que nos circunda, para reafirmarnos en respuestas auténticamente humanitarias, con fondo responsable y forma real: de acoger, amparar y fraternizar. Todos nos merecemos ser socorridos y dignificados bajo esa cultura del reencuentro, tantas veces tergiversada en encontronazos, que nos envicia hacia crueldades verdaderamente inhumanas, hasta el extremo de perder el sentimiento más noble de lo honesto. Ojalá cultivásemos más y mejor lo que en su tiempo nos injertó el filosofo y ensayista español, José Ortega y Gasset (1883-1955): “Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos, y con el amor los errores de nuestra moral”. Dicho lo cual, cuando desaparece de la humanidad ese sentido decoroso de las cosas, todo va hacia la derrumbe. De ahí, la perentoria obligación de todo ciudadano del mundo de hacer humanidad, con el innato raciocinio del juicio de la conciencia, sabiendo que no es permisible sembrar maldades para lograr bondades. En efecto, si no existe una verdad que guíe y oriente nuestras actividades, difícilmente podemos avanzar hacia esa sabiduría comprensiva de alianzas y convivencias, lo que favorece ese culto hacia lo humano, hoy tan desvirtuado por intereses mezquinos de conveniencias.


Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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