Aquello que ha de ser evitable
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Mientras marchamos haciendo camino, también vamos haciendo
historia. Quizás el mundo nazca en nosotros cada día, por eso son importantes
nuestras ideas, nuestra conjunción de pensamientos. Nada grande se ha
construido en el planeta sin una gran persistencia, sin una gran pasión
agregada. Ahí están los grandes proyectos, como el europeísta, al que muchas
veces le ha faltado entusiasmo entre sus socios como unidad. Lo mismo sucede
con otros continentes, nos falta coraje para trabajar unidos, porque en
realidad no nos sentimos familia. Para desgracia de la estirpe, solemos
practicar mucho más la desunión. Para
una persona, que lo supedita todo a la suspicacia, el mundo entero es su
enemigo. Si en verdad sintiésemos afecto los unos por los otros, notaríamos el
cambio. Tenemos, pues, que evitar esta disgregación absurda y pensar, que otro mundo es posible,
con otro corazón, en la que la mano esté tendida siempre.
La ejemplaridad de los gobernantes y de los líderes, en este
sentido, resulta esencial. Ellos han de
ser la referencia y el referente, el horizonte y la armonía, el consenso y el
beneplácito. Verdaderamente, en ocasiones, causa auténtico pavor la escandalosa
concentración de la riqueza en manos de unos pocos, cuestión que es posible a
causa de la complicidad de algunos. La cuestión de esta última crisis de las
finanzas, activada por la pérdida de valores humanos, es un fiel testimonio del
desmantelamiento de proyectos en común. Y así tenemos, sin ir más lejos, el
debilitamiento de la Unión Europea, al tiempo que ha crecido el repelente reino
de los poderosos y el envite populista, con su abecedario de fantasías, algo
sumamente apetecible para una ciudadanía desesperada ante el aluvión de
desempleos y los bajos salarios. Cuando el ser humano pierde su horizonte se
agarra a cualquier cosa. Sin duda, nos falta compasión y nos sobra engaño.
Ya está bien de cubrirle el rostro a la mentira para que
parezca verdad, encubriendo la trampa y ocultando los propósitos. Se olvidan
que no puedes falsificarlo perennemente, pues al final todo se descubre. La
mundanidad nos aborrega a todos por igual, y no podemos sino que lamentar la
falta de ideas de los principales líderes del planeta, incapaces de poner
armonía en una ambiente globalizado de intereses, odios y venganzas. Junto a
esta atmósfera que todo lo disgrega, hay que sumarle la legión de políticos
oportunistas, casi siempre charlatanes sin escrúpulos, que no entienden de bien
colectivo, nada más que de negocio para sí y los suyos. Hace tiempo que la
política ha dejado de ser una poética de servicio para convertirse en una
política de espectáculo, donde la industria de los devotos del dios soborno
campean a sus anchas, haciendo con su astucia verdaderas injusticias. Hasta que
no evitemos estas anarquías, cualquier cosa es posible, hasta la
deshumanización total del linaje. Sálvese el que pueda.
El panorama, desde luego, no puede ser más desolador. Creo
que, actualmente, sobrepasan los hambrientos de dignidad a los hambrientos de
alimentos. Todo el planeta, a mi juicio, está sumido en una grave adicción al
mercadeo de los vicios que, aunque nos degradan, nos han hecho creer que la
rectitud, que el trabajo de cada día, apenas nos hace felices y que la
felicidad radica en lo que poseas, no en lo que sirvas a la sociedad. Un
desbordante aumento de la violencia proveniente de las pandillas, el
narcotráfico y el crimen organizado, está forzando a miles de personas a huir
sin nada. Ahí continúa la llamada crisis de migrantes y refugiados en Europa,
no únicamente humanitaria, es sobre todo una crisis política en la que la Unión
Europea ha abandonado a Grecia -un país que vive un periodo de austeridad-,
dejándole toda la responsabilidad de un fenómeno que precisa del esfuerzo de
todos. Así lo afirmó no hace mucho el relator especial de la ONU sobre la
situación de los migrantes, François Crépeau. Ojalá, Europa como todos los
continentes, relanzara proyectos en común, sobre la base armónica de la suma de
fuerzas humanas, porque es desde la creatividad vinculada como se genera
prosperidad global y seguridad para la ciudadanía.
La realidad, para desgracia nuestra, es verdaderamente
deprimente. Bajo estas mimbres reales de comercios y tráficos ilícitos de vidas
humanas, indudablemente se necesita un profundo examen interior, cada cual
consigo mismo, cuando menos para salvar los ataques a los valores básicos del
tejido social y de la convivencia social misma. A mi manera de ver es vital
fomentar la cooperación a nivel mundial, pero también poner en valor, más allá
de la política monetaria, la ética de las responsabilidades. Sin crecimiento,
empleo, ni políticas sociales, será imposible acallar la voz de los que
pregonan como chicharras cuentos que no pasan de fábulas. Por consiguiente,
tenemos el deber moral de hablar auténtico para prevenir historias con final
desastroso. No es posible permanecer pasivos, sabiendo que existen ciudadanos
tratados como mercancías. Es el momento de reunirse para unirse, para hacer
frente a un verdadero espíritu mundial de los problemas de nuestro tiempo, que
son diversos, pero que nos exigen la lucha solidaria. La humanidad, con su
larga historia de caminos, está llamada a reflexionar, oyendo a todas las
culturas, que es la única forma de avanzar. No podemos seguir enfrentados, el
nuevo estilo de vida nos llama a la cohesión, a construir puentes, a prestar
más atención a los más débiles y desfavorecidos, pues sólo desde esta universal
conciencia humanitaria se puede y se ha de hacer mundo.
Ciertamente, duele el corazón ante tantas heridas
cotidianas, por las que escasamente hacemos nada por impedirlas. Deberíamos
meditar sobre esto, eso sí, respetando la independencia y la cultura de cada
país, pero recordando que el planeta es de toda la humanidad, sin distinción alguna, y que la realidad de haber
nacido en un término con menores recursos o menor desarrollo no evidencia que
algunas personas vivan con menor dignidad. La generosidad, aparte de que seamos
justos y humanos sobre todo lo demás, debiera ser uno de los principios comunes
para con todos. Qué lección nos dan esos pueblos, esas ciudades que superando
cualquier enfermiza desconfianza, rehabilitan a los que nadie quiere ni ver, o
integran a los diferentes, haciendo de esa integración un nuevo factor de
avance. Al fin y al cabo, como decía Mahatma Gandhi: "¿qué otro libro se
puede estudiar mejor que el de la Humanidad?". En efecto, todos tenemos la
obligación de contribuir a hacer un camino más habitable y de todos, Que nadie
se quede en la cuneta. A veces nos olvidamos algo tan básico como dar los
buenos días antes de dar limosna. Nos lo recuerda Juan; un hombre que consiguió
salir de la calle y que ahora ayuda a los que nadie socorre.
En cualquier caso, nuestra leyenda prosigue; siglos atrás
quemábamos libros, después achicharrábamos personas y en un futuro, tal vez
próximo, carbonicemos almas. Somos así de crueles. Apenas tengamos la
oportunidad de llevarlo a buen término. ¡Qué cobardes!. Como quiera que todo es
evitable, precisamente hoy el papa Francisco ha llamado a aprender cada vez
mejor el arte de estar alegres. A propósito, ha insistido en que la
"alegría es compatible con las dificultades e incluso con la
hostilidad". Seguramente, también deberíamos meditar sobre esto, ya que si
algún gozo hay en el planeta casi siempre lo lleva consigo la persona de
corazón puro, o sea de justa conciencia.