Una luz que llega al corazón
Somos hijos del silencio y al silencio hemos de volver.
La expresión no existía, lo que cohabitaba era el verso.
Lástima que las penas se tragasen tan sublime poema.
Nos dejasen sin apenas pulso para poder tomar impulso.
Hubo de llegar el verbo, Jesús mismo, la brisa de Dios.
Para hacer nuestro este universo, de nadie y de todos.
Donde el amor de amar amor es una canción de vida.
Al abrigo del sol despertamos, nos pusimos en camino.
Con el espíritu del Creador, tejimos la mayor sonrisa.
Un mirada que ríe enhebra una paz que se contagia.
En ella nace Dios, la verdad entre todas las verdades.
La palabra que no muere, la activa pausa que nos vive.
La fortaleza que nos redime de todos nuestros dolores.
Pues lo auténtico tiene la fuerza del resplandor del cielo.
Un cielo con el que deseamos abrazarnos a Dios.
Ser su mejor balada para fundirnos en la eternidad.
La más nívea voz que
de sentido armónico a los días.
Sentido pleno a nuestra presencia de transeúntes.
Ya que mientras transitamos por la tierra, crecemos.
Y al ascender a Cristo, florecemos llevados al Padre.
Dejémonos conducir por quien nos abrió la senda.
Él, Jesús de Todos, siempre estuvo cerca de nosotros.
Haciendo morada y refugio, rehaciendo horizontes.
Despertando existencias, moviendo labios para orar.
Porque rezar es apoyarse en Dios para seguir viviendo.
Es sustentarse en su esperanza cuando no se encuentra.
Sostenerse y anclarse
en su pasión, fondear la cruz.
Una cruz que nos anida, una cruz que nos consuela.
Desde este vínculo se perpetúan nuestros andares.
Se enternece nuestra propia esencia del niño que soy.
Jesús nos acompaña en nuestros gemidos, está ahí.
Y también acompasa nuestros lloros con sus lágrimas.
Perdonándonos siempre,
absolviéndonos al instante.
Nada se resiste cuando el corazón es el que habla.
Un corazón arrepentido sabe amarse y puede amar.
El referente es Jesús, una luminaria que nos renace.
Tenemos que salir de estas tinieblas como Él lo hizo.
Sin equipaje alguno, tan solo envueltos de humildad.
Despojados de todo egoísmo, mansos como la lluvia.
Fuera de uno mismo para ser de los demás el sostén.
Que un espíritu donado nos aleja de cualquier codicia;
y, asimismo, nos acerca al esplendor de las estrellas.
Víctor Corcoba Herrero
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