martes, 5 de julio de 2016

Algo más que palabras

Aquello que ha de ser evitable

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor 
Mientras marchamos haciendo camino, también vamos haciendo historia. Quizás el mundo nazca en nosotros cada día, por eso son importantes nuestras ideas, nuestra conjunción de pensamientos. Nada grande se ha construido en el planeta sin una gran persistencia, sin una gran pasión agregada. Ahí están los grandes proyectos, como el europeísta, al que muchas veces le ha faltado entusiasmo entre sus socios como unidad. Lo mismo sucede con otros continentes, nos falta coraje para trabajar unidos, porque en realidad no nos sentimos familia. Para desgracia de la estirpe, solemos practicar mucho más la desunión.  Para una persona, que lo supedita todo a la suspicacia, el mundo entero es su enemigo. Si en verdad sintiésemos afecto los unos por los otros, notaríamos el cambio. Tenemos, pues, que evitar esta disgregación  absurda y pensar, que otro mundo es posible, con otro corazón, en la que la mano esté tendida siempre.

La ejemplaridad de los gobernantes y de los líderes, en este sentido, resulta esencial.  Ellos han de ser la referencia y el referente, el horizonte y la armonía, el consenso y el beneplácito. Verdaderamente, en ocasiones, causa auténtico pavor la escandalosa concentración de la riqueza en manos de unos pocos, cuestión que es posible a causa de la complicidad de algunos. La cuestión de esta última crisis de las finanzas, activada por la pérdida de valores humanos, es un fiel testimonio del desmantelamiento de proyectos en común. Y así tenemos, sin ir más lejos, el debilitamiento de la Unión Europea, al tiempo que ha crecido el repelente reino de los poderosos y el envite populista, con su abecedario de fantasías, algo sumamente apetecible para una ciudadanía desesperada ante el aluvión de desempleos y los bajos salarios. Cuando el ser humano pierde su horizonte se agarra a cualquier cosa. Sin duda, nos falta compasión y nos sobra engaño.

Ya está bien de cubrirle el rostro a la mentira para que parezca verdad, encubriendo la trampa y ocultando los propósitos. Se olvidan que no puedes falsificarlo perennemente, pues al final todo se descubre. La mundanidad nos aborrega a todos por igual, y no podemos sino que lamentar la falta de ideas de los principales líderes del planeta, incapaces de poner armonía en una ambiente globalizado de intereses, odios y venganzas. Junto a esta atmósfera que todo lo disgrega, hay que sumarle la legión de políticos oportunistas, casi siempre charlatanes sin escrúpulos, que no entienden de bien colectivo, nada más que de negocio para sí y los suyos. Hace tiempo que la política ha dejado de ser una poética de servicio para convertirse en una política de espectáculo, donde la industria de los devotos del dios soborno campean a sus anchas, haciendo con su astucia verdaderas injusticias. Hasta que no evitemos estas anarquías, cualquier cosa es posible, hasta la deshumanización total del linaje. Sálvese el que pueda.

El panorama, desde luego, no puede ser más desolador. Creo que, actualmente, sobrepasan los hambrientos de dignidad a los hambrientos de alimentos. Todo el planeta, a mi juicio, está sumido en una grave adicción al mercadeo de los vicios que, aunque nos degradan, nos han hecho creer que la rectitud, que el trabajo de cada día, apenas nos hace felices y que la felicidad radica en lo que poseas, no en lo que sirvas a la sociedad. Un desbordante aumento de la violencia proveniente de las pandillas, el narcotráfico y el crimen organizado, está forzando a miles de personas a huir sin nada. Ahí continúa la llamada crisis de migrantes y refugiados en Europa, no únicamente humanitaria, es sobre todo una crisis política en la que la Unión Europea ha abandonado a Grecia -un país que vive un periodo de austeridad-, dejándole toda la responsabilidad de un fenómeno que precisa del esfuerzo de todos. Así lo afirmó no hace mucho el relator especial de la ONU sobre la situación de los migrantes, François Crépeau. Ojalá, Europa como todos los continentes, relanzara proyectos en común, sobre la base armónica de la suma de fuerzas humanas, porque es desde la creatividad vinculada como se genera prosperidad global y seguridad para la ciudadanía.

La realidad, para desgracia nuestra, es verdaderamente deprimente. Bajo estas mimbres reales de comercios y tráficos ilícitos de vidas humanas, indudablemente se necesita un profundo examen interior, cada cual consigo mismo, cuando menos para salvar los ataques a los valores básicos del tejido social y de la convivencia social misma. A mi manera de ver es vital fomentar la cooperación a nivel mundial, pero también poner en valor, más allá de la política monetaria, la ética de las responsabilidades. Sin crecimiento, empleo, ni políticas sociales, será imposible acallar la voz de los que pregonan como chicharras cuentos que no pasan de fábulas. Por consiguiente, tenemos el deber moral de hablar auténtico para prevenir historias con final desastroso. No es posible permanecer pasivos, sabiendo que existen ciudadanos tratados como mercancías. Es el momento de reunirse para unirse, para hacer frente a un verdadero espíritu mundial de los problemas de nuestro tiempo, que son diversos, pero que nos exigen la lucha solidaria. La humanidad, con su larga historia de caminos, está llamada a reflexionar, oyendo a todas las culturas, que es la única forma de avanzar. No podemos seguir enfrentados, el nuevo estilo de vida nos llama a la cohesión, a construir puentes, a prestar más atención a los más débiles y desfavorecidos, pues sólo desde esta universal conciencia humanitaria se puede y se ha de hacer mundo.

Ciertamente, duele el corazón ante tantas heridas cotidianas, por las que escasamente hacemos nada por impedirlas. Deberíamos meditar sobre esto, eso sí, respetando la independencia y la cultura de cada país, pero recordando que el planeta es de toda la humanidad, sin  distinción alguna, y que la realidad de haber nacido en un término con menores recursos o menor desarrollo no evidencia que algunas personas vivan con menor dignidad. La generosidad, aparte de que seamos justos y humanos sobre todo lo demás, debiera ser uno de los principios comunes para con todos. Qué lección nos dan esos pueblos, esas ciudades que superando cualquier enfermiza desconfianza, rehabilitan a los que nadie quiere ni ver, o integran a los diferentes, haciendo de esa integración un nuevo factor de avance. Al fin y al cabo, como decía Mahatma Gandhi: "¿qué otro libro se puede estudiar mejor que el de la Humanidad?". En efecto, todos tenemos la obligación de contribuir a hacer un camino más habitable y de todos, Que nadie se quede en la cuneta. A veces nos olvidamos algo tan básico como dar los buenos días antes de dar limosna. Nos lo recuerda Juan; un hombre que consiguió salir de la calle y que ahora ayuda a los que nadie socorre.


En cualquier caso, nuestra leyenda prosigue; siglos atrás quemábamos libros, después achicharrábamos personas y en un futuro, tal vez próximo, carbonicemos almas. Somos así de crueles. Apenas tengamos la oportunidad de llevarlo a buen término. ¡Qué cobardes!. Como quiera que todo es evitable, precisamente hoy el papa Francisco ha llamado a aprender cada vez mejor el arte de estar alegres. A propósito, ha insistido en que la "alegría es compatible con las dificultades e incluso con la hostilidad". Seguramente, también deberíamos meditar sobre esto, ya que si algún gozo hay en el planeta casi siempre lo lleva consigo la persona de corazón puro, o sea de justa conciencia.

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