AMADO NERVO O LA LUCERNA PERSISTENTE
Por: Eduardo H. González
¿Cómo podemos definir la calidad en la obra escritural de un poeta? ¿Quién ostenta la autoridad para hacerlo? Considero que sólo al lector sensible que mira tras la fina tela de la ventana intemporal de sus emociones le corresponde descubrir qué es lo que se oculta tras la voluntad suprema que antecede a la creación de un poema. Ya que, si bien es cierto que en cada lectura que hacemos de los versos escritos en éste descubrimos a un ser humano distinto, también vislumbramos la tranquilidad cristalina de nuestra permanencia y manifestación en el tiempo. Todo ello a través de la depuración y sencillez del lenguaje. Lo anterior es sólo una evidencia respecto de la múltiple personalidad del poeta. Distintivo que hace del creador un demiurgo poético.
También es cierto que para comprender la intención del discurso literario, debemos tener plena conciencia de que el poeta no es un ser ordinario —eso dejémoslo para el politiquero o el cernícalo que devora a su semejante— sino que, para beneficio de la sociedad, es un ser perceptible en la oscuridad, un vidente desentrañando la deformidad de los sentimientos convirtiéndolos en un estrujante manantial de agua sanadora, una hoja que martilla la emboscada del denuesto social hasta hacer de ella un huerto de sempiterna expectativa y porque no, de posible alegría.
¿Y del tiempo? Quién define cuánto de éste hace a un poeta un imprescindible.
Divago en lo anterior porque se cumplen 92 años de la desaparición física del poeta mexicano, que a decir de Alfonso Reyes representa lo mismo la sinceridad —analogía de serenidad, pienso— que la maestría en la palabra; carácter dominante de la brevedad y la transparencia: Amado Nervo (Tepic, Nayarit, 1870, Montevideo, Uruguay, 1919). Sí, casi cien años han transcurrido y la voz de Nervo se mantiene a la expectativa de nuevos lectores. Sólo eso, la espera paciente de una voz que resuena límpida y que sin duda, al igual que marcó a las generaciones contemporáneas lo hará con las venideras. No sólo con su trabajo poético sino con su obra ensayística y el abordamiento de la novela.
La voz que encubierta de bonanza destruye la maraña del escándalo, de la ignorancia y la intranquilidad que vulnera la sensibilidad, que cuestiona:
¿Y qué libro lees ahora
a la luz vaciladora
de la pálida veladora?
Amado Nervo merece la relectura paciente; método de identificación entre él y su lector. O mejor dicho, su epígono en cuestiones de un alumbramiento emocional. Nervo, en la sencillez alcanzada al paso del tiempo (no olvidemos que ésta proviene de la tristeza que lo embargó en sus últimas creaciones. Lo cual se constata en su frase: Dime amigo: ¿la vida es triste o soy triste yo?) deja constancia de que el poeta es más fondo que forma, estilo más que moda. Posibilidad de revelación que sólo alcanzan los poetas mayores.
Ya Nietzsche en sus Mandamientos para escribir con estilo asevera: El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los piensa, sino que los siente. Nervo es manifestación de un estilo alcanzado al cobijo de la entereza; acceso que sólo consiguen los seres con verdadera vocación literaria, del sentimiento que es acercamiento y espontaneidad en el discurso. En Amado Nervo es ostensible el estilo que lo hace un poeta necesario e intemporal.
A casi cien años de pausa creativa, la obra de este poeta mexicano debe ser redescubierta por los nuevos —y los no tanto, también— creadores, si bien no como imitación superflua, sí como precepto de honestidad, circunstancia imprescindible en el acto escritural que es devenir de virtud en el trabajo del vate (inspiración poética dirán los conocedores).
Inspiración colmada de claridad y cuita, recónditos misterios desentrañados en la voz perenne de Nervo al decir:
Allá en mis años mozos adiviné del Arte
la armonía y el ritmo, caros al musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
—¿Y después?
—He sufrido, como todos, y he amado.
¿Mucho?
—Lo suficiente para ser perdonado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario