jueves, 17 de mayo de 2012

Contracolumna


Periodistas: el mejor y más peligroso oficio del mundo

Por José Martínez M.
México, D. F., a 17 de mayo de 2012.- De acuerdo a las estadísticas, en México cada cinco días, en promedio, es asesinado un periodista, eso lo convierte en uno de los países con más periodistas asesinados y desaparecidos en el mundo. A pesar de ello el presupuesto del gobierno del presidente Felipe Calderón asignado a la Fiscalía encargada de investigar estos delitos asciende a menos de 250 mil dólares (tres millones de pesos) para el año 2012. Uno de los años más sangrientos para la prensa.

“Es una pena pero esa nuestra realidad”, me dijo la fiscal Laura Angélica Borbolla en una reunión con miembros de la Fundación para la Libertad de Expresión (Fundalex).

Como se sabe el 3 de mayo de 1993 fue proclamado como el Día Mundial de la Libertad de Prensa por la Asamblea General de las Naciones Unidas (decisión 48/432, de 20 de diciembre), siguiendo la Recomendación adoptada durante la 26ª sesión de la Conferencia General de la Unesco en base a una resolución de 1991 sobre la “Promoción de la libertad de prensa en el mundo” donde había reconocido que una prensa libre, pluralista e independiente era un componente esencial de toda sociedad democrática y un derecho humano fundamental. Desde entonces, se ha celebrado cada año el 3 de mayo, aniversario de la Declaración de Windhoek, cuando en Namibia como conclusión de un seminario convocado por la prensa africana se propuso que cada 3 de mayo en todo el mundo se celebrara el Día Mundial de la Libertad de Prensa como una oportunidad para celebrar los principios fundamentales de la libertad de expresión; evaluar la libertad de prensa; defender los medios de comunicación de los atentados contra la independencia y rendir homenaje a los periodistas que han perdido sus vidas en el cumplimiento de su deber.

Es así que el pasado jueves 3 de mayo cuando los periodistas de todo el mundo nos aprestábamos para conmemorar el Día Mundial de la Libertad de Expresión, la víspera aparecían los cuerpos cercenados de tres periodistas mexicanos en el estado de Veracruz, días antes Regina Martínez corresponsal de la revista Proceso había sido asesinada en esa misma entidad. 

Ese día yo me encontraba representando a la Fundalex en Torreón, Coahuila, donde estudiantes de periodismo de varias universidades del país se daban cita para recibir los premios nacionales de periodismo universitario. Formaba parte del jurado y ofrecería una conferencia magistral ante maestros y estudiantes. Guardamos un minuto de silencio. Ofrecí mi charla con la voz entrecortada por más que quise disimular mi tristeza. Allí estaban los futuros periodistas que con ilusión cursan una carrera universitaria persiguiendo los sueños de lo que Gabriel García Márquez ha calificado como “el mejor oficio del mundo” pero que en México, como en otras partes, se ha convertido en uno de los más peligrosos. ¿Qué futuro le depara el destino a estos jóvenes que sueñan algún día contar con un título de periodista? Les hablé de Manuel Buendía y de Jesús Blancornelas. Dos grandes periodistas, centinelas de la nación.

Como ellos, la corresponsal Regina Martínez y los fotorreporteros Gabriel Huge, Guillermo Luna Varela y Esteban Rodríguez –que fueron masacrados en Veracruz– no buscaban ser héroes, servían y amaban a su país. Sus familiares y sus colegas del gremio solo queremos justicia. Como ellos, casi un centenar de periodistas en México han sido victimados, mientras otros se encuentran desaparecidos. Sus casos se mantienen impunes.

Así, ante el desdén del gobierno mexicano, en especial del presidente Felipe Calderón, el diario The Guardian –uno de los diez más leídos e influyentes del mundo– les ha rendido un homenaje a los periodistas asesinados en México, con una exposición en las instalaciones del diario británico donde se exhiben 55 imágenes de los reporteros ultimados en los años.

Para el inglés Chris Bain, director de la organización Cafod, los reporteros homenajeados en la exposición fotográfica deben ser recordados no sólo por sus muertes, “sino por su dedicación para desenterrar la verdad y mostrarla a la población. Si el mundo busca a héroes, aquí están”.

Ese 3 de mayo en Madrid, España, cuando se galardonaba al periodista mexicano Humberto Padgett de la revista Emeequis con uno de los premios “José Ortega y Gasset”, el presidente del periódico El País Juan Luis Cebrián fue preciso y contundente en su discurso: “Lo que desde hace tres décadas venimos premiando es el esfuerzo, individual o colectivo, de aquellos profesionales que contra viento y marea defienden el derecho a saber de los ciudadanos, su libertad de informar y de ser informados. Muchas veces ese esfuerzo no es suficientemente reconocido por los propios lectores, ni por sus colegas o las empresas editoras, pese a que su entusiasta servicio a la comunidad les supone a menudo la antesala de la cárcel, el destierro o aun la muerte”. 

Ante el caso de los periodistas ejecutados en Veracruz, Cebrián dijo que “su único delito fue testificar una realidad oprobiosa”.

Justo ese mismo día en una ponencia dictada en la Universidad Veracruzana, el experto en seguridad, Edgardo Buscaglia, director del International Law and Economic Development Center, elogió la valentía de los periodistas mexicanos que han tenido que reportar la tragedia por la que atraviesa el país. 

“No se puede combatir a la delincuencia organizada o prevenirla sin información, por eso se mata a periodistas que hacen investigaciones patrimoniales para descubrir vínculos de la delincuencia con políticos”. 

En México, queda claro que decir la verdad cuesta y no está por demás subrayar que la palabra empeñada por el presidente Felipe Calderón de castigar la impunidad en el caso de los asesinatos de periodistas, fue un compromiso que terminó por ser letra muerta, como ocurrió de igual manera con la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión que desde su creación en 2006 nació muerta.

La Fiscalía carece de recursos materiales y financieros. No tiene sede propia ni siquiera aparece en el organigrama de la Procuraduría General de la República. Su presupuesto es tan escaso que para el año 2012 apenas asciende a menos de 250 mil dólares (3 millones de pesos) para atender asuntos a nivel nacional. Su plantilla de funcionarios y empleados, incluyendo a la nueva fiscal no rebasa los veinte el número de su personal. 

Los integrantes de la pomposa Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos contra la Libertad de Expresión ocupan un pequeño espacio en las oficinas de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Feplade) donde se encuentran hacinados. No hay presupuesto ni para agua y muchos menos para café. Se ha llegado a carecer de los más elementales insumos de oficina. La mayoría de cientos de expedientes están rezagados. No hay seguimiento en muchos de los casos. Simplemente no hay recursos. Hechos que contrastan con los discursos rimbombantes del Presidente y los diputados que integran la Comisión Especial para Dar Seguimiento a los Agravios a Periodistas y medios de comunicación.

Así se atiende la libertad de expresión en uno de los países con mayor número de periodistas asesinados y desaparecidos en el mundo.