lunes, 18 de junio de 2012

Entrevista


UCI: robo, amenazas y muerte


Enclavado en la Sierra Nororiental de Puebla, Huitzilan de Serdán alberga a mujeres fuertes, valientes y dispuestas a seguir luchando por mejorar sus condiciones de vida. Ése es el caso de Manuela Bonilla Cruz, madre de dos hombres y abuela de nueve niños, quien a sus 93 años forma parte de los actores que sacaron del atraso, el miedo y el rezago al municipio de los colibríes.

De piel frágil y arrugada, quemada por el sol y maltratada por tantos años, con las manos desgastadas por lavar ajeno y trabajar en el campo; su cabello como cascada: blanco y largo; su mirada oteadora, su vestimenta típica de los indígenas nahuas: blusa de labor -bordada-, enaguas y reboso.

A pesar de su edad tan avanzada, tiene presente los recuerdos como si hubiesen ocurrido ayer. En entrevista, rememora parte de las historias que le ocurrieron entre los años 70 del siglo pasado: cuando Huitzilande Serdán cayó en manos de los asesinos de la Unión Campesina Independiente (UCI), implantando el terror, el hambre, la angustia y la preocupación.

En su casa, una decena de plantas de café forman la vereda que lleva a la entrada. Una cubeta tiznada sobre el fuego corea con su hervir su voz delgada. Sentada en un banco donde apenas alcanza a doblar sus pies comienza a narrar.

-La primera vez que me iban a matar fue por la capilla.

Así, en seco. El gatillero llevaba por nombre Antelmo Santiago. Aquí, historias como ésta son frecuentes entre los pobladores de más edad, que vivieron junto a la muerte, porque antes de que llegara Antorcha, la UCI era la dueña de la vida y la responsable de la muerte. Nadie estaba seguro. La muerte cobraba factura a quienes no estaban de acuerdo con la UCI; pero no sólo con ellos. Para la población trabajadora: un paso por la vereda equivocada o tratar de levantar el cuerpo de un asesinado por estos pistoleros podía terminar en una tragedia.
-¿A dónde vas con tus chismes?
-¡Madre santísima!, no voy con ningún chisme, voy a vender unas rellenas para mi maíz. No me mates, yo no te he hecho nada.
Si Antelmo no me mató -recuerda esta mujer- fue porque le dije que pensara que su mamá  también salía a comprar.
-Dios sabe que no te debo nada.
Manuelita dice: “Sólo así me dejó ir”.

Antelmo Santiago era integrante de la UCI, organización que llegó a Huitzilan de Serdán en 1974, con Eleazar Pérez Manzano a la cabeza. En un inicio,dijeron que iban a defender los derechos de los campesinos. Pero estas ideas les duraron poco: la soledad de la región, el mucho dinero que de ahí salía a través de la cosecha de café y la poca educación de los campesinos, convirtió a la UCI en un organismo corrupto, violento y asesino.

Los integrantes de la UCI comenzaron a matar a la gente humilde del municipio, a robarle su café,a asaltar comercios y personas, pero sobre todo a proteger a los caciques y sus intereses. De ahí el terror de la población, la imposibilidad de que pudieran salir un minuto fuera de su comunidad, porque -dice Manuelita-, eso significaba que “llevaban comentarios de la UCI” a otros lugares.

-La segunda ocasión que quisieron matarme fue cuando iba a Xochitlán a comprar frijol y azúcar; me acompañaba mi nieta, ya que la única forma de comprar la despensa era saliendo a los pueblos vecinos. De camino, a la altura de Xalticpan, un hombrebajó de los cafetales, me apuntó con su arma para que le dijera quiénes fueron las personas que tirotearon su casa.
Aquel sujeto aseguraba que doña Manuelita los había visto.

Al llegar el recuerdo, a doña Manuelita se le entrecorta la voz. En esa época, había carestía de alimento y era imposible salir a buscarlo a los municipios vecinos. Tampoco podían visitar a sus familiares; los tenían amedrentados, si los “ucis” los miraban en la calle los mataban.

Tenían miedo, no sólo no podían salir, no querían arriesgarse a hacerlo. Cuando se daban los enfrentamientos o había balaceras (que era muy seguido), ella y sus nietos se arrinconaban en su pequeña casa para evitar que las balas que atravesaban la teja de su techo les tocaran.

Pero no fueron las balas las que mataron a uno de sus hijos, sino la pobreza. Luego de siete años de matrimonio se separó de Antonio Manzano, “pues era muy mujeriego”, y se quedó con sus dos hijos a los que tuvo que mantener, pero no fue suficiente para salvar al primero que falleció de sarampión. Lavando ajeno y trabajando en el campo fue como pudo sacar adelante al segundo, el único que le quedó.

Doña Manuelita se levanta acomoda su reboso y se sienta sobre unos blocks que rodean el fuego donde hierve una cubeta el agua. Prosigue con el relato de la segunda vez que intentaron asesinarla.

-Yo me enredé mi reboso así -cubriendo sus pies-, para que si me mataba no estuviera dando vergüenza. No vi a nadie -dijo a aquel hombre del que sólo lo identificó como un uci y que le dio el encuentro en el camino a Xochitlán-, cómo los iba a ver si los tiros también estaban sobre mi casa y yo estaba arrinconada protegiendo a mis nietos. Ve a ver si quieres mi casa cómo la dejaron. Dios sabe que no vi a esos hombres.Mi nieta se había escondido, resaltó, y cuando el hombre me dejó ir le gritó y comenzamos a caminar de nuevo. Me encontré a cuatro hombres y me preguntaron “¿porqué vas llorando?” Nada, les dije, es que me caí. Cuando llegué al puente Ateno ya no me fijé si era de subida, pero tuvimos que caminar sobre el río para que nadie nos viera porque otra vez estaban los tiros. Que me voy a fijar si había piedras o palos, yo sólo camine hasta que llegue a mi casa. Ya no aguantaba.

Muchas personas se fueron de Huitzilanpor la “matazón”, pero para otras fue imposible, las familias eran muy grandes y no se podían trasladar fácilmente, sobre todo los nietos, que por esas fechas eran muchos.

Al poco tiempo, llegó el Movimiento Antorchista, en 1984, y con él, la salvación.

-Llegó Lujan y Reza(dirigentes antorchistas). No, ellos no tenían miedo. Estas horas ya nos llamaban, íbamos a cuidar al centro de la población, había muchos soldados y ahí nos juntábamos todo el pueblo.

Desde ese momento las cosas cambiaron, afirma Manuelita. Los muchachos ya salen a jugar, hay seguridad, escuelas desde kínder hasta bachillerato y Normal;cuentan con servicios públicos como electrificación, alumbrado público, agua, drenaje, canchas deportivas, entre muchas otras cosas.
Luego de que Antorcha comienza a trabajar en el municipio serrano, el cambio se comienza a ver, las veredas se convierten en brechas, en andadores, empedrados o pavimentos. Los apoyos llegan y doña Manuelita, junto con su familia, inician otra etapa en su vida. Su casa ahora es de block, con piso de concreto y techo de lámina galvanizada.

Enumerar a sus nietos pero en náhuatl, tocando los dedos de su mano izquierda.

-Ce rey, uan Miguel, uanfacundo, uanXihuatlme-duda pero su nuera se acerca y le notifica “chicuace”.
-Nueve, nueve nietos, tres mujeres y seis hombres.
Manuela Bonilla Cruz, indígena nahua que a sus 93 años, ya no escucha ni ve bien, y aunque ya no puede ir a Tecomatlán siquiera para saludar a aquellos que vinieron a salvarlos -como es uno de sus anhelos-, sigue participando en los eventos que convoca el Movimiento Antorchista, siempre dispuesta a estar en pie de lucha.