UCI: robo, amenazas y muerte
Enclavado en la Sierra Nororiental de Puebla, Huitzilan de
Serdán alberga a mujeres fuertes, valientes y dispuestas a seguir luchando por
mejorar sus condiciones de vida. Ése es el caso de Manuela Bonilla Cruz, madre
de dos hombres y abuela de nueve niños, quien a sus 93 años forma parte de los
actores que sacaron del atraso, el miedo y el rezago al municipio de los
colibríes.
De piel frágil y arrugada, quemada por el sol y maltratada
por tantos años, con las manos desgastadas por lavar ajeno y trabajar en el
campo; su cabello como cascada: blanco y largo; su mirada oteadora, su
vestimenta típica de los indígenas nahuas: blusa de labor -bordada-, enaguas y
reboso.
A pesar de su edad tan avanzada, tiene presente los
recuerdos como si hubiesen ocurrido ayer. En entrevista, rememora parte de las
historias que le ocurrieron entre los años 70 del siglo pasado: cuando
Huitzilande Serdán cayó en manos de los asesinos de la Unión Campesina
Independiente (UCI), implantando el terror, el hambre, la angustia y la preocupación.
En su casa, una decena de plantas de café forman la vereda
que lleva a la entrada. Una cubeta tiznada sobre el fuego corea con su hervir
su voz delgada. Sentada en un banco donde apenas alcanza a doblar sus pies
comienza a narrar.
-La primera vez que me iban a matar fue por la capilla.
Así, en seco. El gatillero llevaba por nombre Antelmo
Santiago. Aquí, historias como ésta son frecuentes entre los pobladores de más
edad, que vivieron junto a la muerte, porque antes de que llegara Antorcha, la
UCI era la dueña de la vida y la responsable de la muerte. Nadie estaba seguro.
La muerte cobraba factura a quienes no estaban de acuerdo con la UCI; pero no
sólo con ellos. Para la población trabajadora: un paso por la vereda equivocada
o tratar de levantar el cuerpo de un asesinado por estos pistoleros podía
terminar en una tragedia.
-¿A dónde vas con tus chismes?
-¡Madre santísima!, no voy con ningún chisme, voy a vender
unas rellenas para mi maíz. No me mates, yo no te he hecho nada.
Si Antelmo no me mató -recuerda esta mujer- fue porque le
dije que pensara que su mamá también
salía a comprar.
-Dios sabe que no te debo nada.
Manuelita dice: “Sólo así me dejó ir”.
Antelmo Santiago era integrante de la UCI, organización que
llegó a Huitzilan de Serdán en 1974, con Eleazar Pérez Manzano a la cabeza. En
un inicio,dijeron que iban a defender los derechos de los campesinos. Pero
estas ideas les duraron poco: la soledad de la región, el mucho dinero que de
ahí salía a través de la cosecha de café y la poca educación de los campesinos,
convirtió a la UCI en un organismo corrupto, violento y asesino.
Los integrantes de la UCI comenzaron a matar a la gente
humilde del municipio, a robarle su café,a asaltar comercios y personas, pero
sobre todo a proteger a los caciques y sus intereses. De ahí el terror de la
población, la imposibilidad de que pudieran salir un minuto fuera de su
comunidad, porque -dice Manuelita-, eso significaba que “llevaban comentarios
de la UCI” a otros lugares.
-La segunda ocasión que quisieron matarme fue cuando iba a
Xochitlán a comprar frijol y azúcar; me acompañaba mi nieta, ya que la única
forma de comprar la despensa era saliendo a los pueblos vecinos. De camino, a
la altura de Xalticpan, un hombrebajó de los cafetales, me apuntó con su arma
para que le dijera quiénes fueron las personas que tirotearon su casa.
Aquel sujeto aseguraba que doña Manuelita los había visto.
Al llegar el recuerdo, a doña Manuelita se le entrecorta la
voz. En esa época, había carestía de alimento y era imposible salir a buscarlo
a los municipios vecinos. Tampoco podían visitar a sus familiares; los tenían
amedrentados, si los “ucis” los miraban en la calle los mataban.
Tenían miedo, no sólo no podían salir, no querían
arriesgarse a hacerlo. Cuando se daban los enfrentamientos o había balaceras
(que era muy seguido), ella y sus nietos se arrinconaban en su pequeña casa
para evitar que las balas que atravesaban la teja de su techo les tocaran.
Pero no fueron las balas las que mataron a uno de sus hijos,
sino la pobreza. Luego de siete años de matrimonio se separó de Antonio
Manzano, “pues era muy mujeriego”, y se quedó con sus dos hijos a los que tuvo
que mantener, pero no fue suficiente para salvar al primero que falleció de
sarampión. Lavando ajeno y trabajando en el campo fue como pudo sacar adelante
al segundo, el único que le quedó.
Doña Manuelita se levanta acomoda su reboso y se sienta
sobre unos blocks que rodean el fuego donde hierve una cubeta el agua. Prosigue
con el relato de la segunda vez que intentaron asesinarla.
-Yo me enredé mi reboso así -cubriendo sus pies-, para que
si me mataba no estuviera dando vergüenza. No vi a nadie -dijo a aquel hombre
del que sólo lo identificó como un uci y que le dio el encuentro en el camino a
Xochitlán-, cómo los iba a ver si los tiros también estaban sobre mi casa y yo
estaba arrinconada protegiendo a mis nietos. Ve a ver si quieres mi casa cómo
la dejaron. Dios sabe que no vi a esos hombres.Mi nieta se había escondido,
resaltó, y cuando el hombre me dejó ir le gritó y comenzamos a caminar de
nuevo. Me encontré a cuatro hombres y me preguntaron “¿porqué vas llorando?”
Nada, les dije, es que me caí. Cuando llegué al puente Ateno ya no me fijé si
era de subida, pero tuvimos que caminar sobre el río para que nadie nos viera
porque otra vez estaban los tiros. Que me voy a fijar si había piedras o palos,
yo sólo camine hasta que llegue a mi casa. Ya no aguantaba.
Muchas personas se fueron de Huitzilanpor la “matazón”, pero
para otras fue imposible, las familias eran muy grandes y no se podían
trasladar fácilmente, sobre todo los nietos, que por esas fechas eran muchos.
Al poco tiempo, llegó el Movimiento Antorchista, en 1984, y
con él, la salvación.
-Llegó Lujan y Reza(dirigentes antorchistas). No, ellos no
tenían miedo. Estas horas ya nos llamaban, íbamos a cuidar al centro de la
población, había muchos soldados y ahí nos juntábamos todo el pueblo.
Desde ese momento las cosas cambiaron, afirma Manuelita. Los
muchachos ya salen a jugar, hay seguridad, escuelas desde kínder hasta
bachillerato y Normal;cuentan con servicios públicos como electrificación,
alumbrado público, agua, drenaje, canchas deportivas, entre muchas otras cosas.
Luego de que Antorcha comienza a trabajar en el municipio
serrano, el cambio se comienza a ver, las veredas se convierten en brechas, en
andadores, empedrados o pavimentos. Los apoyos llegan y doña Manuelita, junto
con su familia, inician otra etapa en su vida. Su casa ahora es de block, con
piso de concreto y techo de lámina galvanizada.
Enumerar a sus nietos pero en náhuatl, tocando los dedos de
su mano izquierda.
-Ce rey, uan Miguel, uanfacundo, uanXihuatlme-duda pero su
nuera se acerca y le notifica “chicuace”.
-Nueve, nueve nietos, tres mujeres y seis hombres.
Manuela Bonilla Cruz, indígena nahua que a sus 93 años, ya
no escucha ni ve bien, y aunque ya no puede ir a Tecomatlán siquiera para
saludar a aquellos que vinieron a salvarlos -como es uno de sus anhelos-, sigue
participando en los eventos que convoca el Movimiento Antorchista, siempre
dispuesta a estar en pie de lucha.